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Efectos de la sobreconexión

*Por Mariano Blejman. La empresa Cisco piensa que en el año 2020 habrá cerca de cincuenta mil millones de artefactos conectados entre sí.

Los artefactos de la vida cotidiana van a vivir conversando y las cámaras de video son apenas un primer paso. Los objetos tomarán decisiones sobre las personas, quienes confiarán ciegamente en la automatización de algunos procesos. La privacidad será un tema menor. Realmente menor. Así, podría decirse que sin quererlo, el efecto Trendnet es el mayor esfuerzo de antropología mundial que pueda encontrarse en la historia de la humanidad. Miles de personas que sin saberlo son observadas por unos cientos, y ya ni siquiera hará falta ser hacker para hacerlo: una vez que la información se dispersa es imposible detenerla. Google resuelve las dudas, y luego ¡showtime! Vamos a convivir con la mirada remota.

En el programa Gran Hermano, que sale por Telefe, los participantes firman un contrato para ser filmados incesantemente: entregan la imagen de su cuerpo al mundo. A cambio, el espectáculo les asegura fama pasajera, algún contrato para conducir un programa, convertirse en modelo y terminar en el olvido. ¿Pero qué contrato firmaron los usuarios de Trendnet para dejarse ver? ¿Y las cientos de miles de cámaras repartidas por el mundo que están en los teléfonos celulares, en las computadoras, en los ascensores, en las entradas de los edificios? ¿Quién asegura que funcionen bien? Nadie, no se trata de eso. Mire el lector a su entorno y piense con cuántas cámaras convive diariamente y todas conectadas. Cuántos artefactos que de a poco se van sumando: la televisión, el auto, la heladera. Haga un paneo por su escritorio. Por algo las últimas netbooks vienen con protectores físicos para la mirilla de la webcam. ¿No se preguntó por qué? ¿O acaso confía en la luz roja o azul o verde que se prende al lado del lente? "¡Y a mí qué me importa!", dirá. Es cierto, en Facebook se puede saber mucho más, pero Mark Zuckerberg todavía no ofrece transmisión pública (no den ideas).

Facebook ganó. La experiencia de la interconexión ofrece posibilidades ilimitadas. Hace un tiempo pasó por Buenos Aires Josh Harris, considerado el "Andy Warhol de la web" por haber sido el primero en proponer el fin de la privacidad y llevarlo a la práctica en Nueva York a fines de los ’90. Según muestra el documental We Live in Public (Vivimos en público) que rescata su historia, un centenar de personas se encerraron en un sótano de Nueva York a filmarse día y noche sin parar, comiendo, bailando, haciendo el amor. La cosa terminó en desmadre, los organizadores y participantes fueron detenidos. Pero Harris no se amilanó, se fue a vivir con su novia y puso cámaras por toda su casa hasta que se terminó separando en vivo y en directo. Harris es el hombre olvidado más famoso de la prehistoria de Internet. Era Facebook antes de Facebook, MySpace antes de MySpace, era el affaire Trendnet, pero sabiendo lo que hacía.

Aquí no se trata de echarle el fardo a Trendnet por el espantoso agujero de seguridad que expuso a miles de usuarios, sino de pensar en el efecto regulador que puede ejercer la presencia muda de las cámaras en la vida cotidiana de las personas. No es la primera vez que se conocen direcciones de cámaras privadas que transmiten por Internet. En julio de 2009 ya se demostró en el Defcon en Las Vegas, uno de los más importantes congresos de seguridad, que las cámaras conectadas a Internet podían ser hackeadas y su contenido podía ser reemplazado de manera remota: claro, la demostración la hizo una empresa llamada Viper Lab, que vende software de seguridad. La privacidad es un bien menor, pero sigue siendo un buen negocio.