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Diálogo de hartos

*Por J. F. Marguch. La de Alemania y Francia es una hegemonía europea que se degrada en forma paulatina, a medida que la crisis económica se arrastra en la incertidumbre, fortalecida por dosis masivas de inoperancia.

–Estamos hartos de que nos digan lo que tenemos que hacer. Estar en la zona del euro no es un derecho. Es una obligación. Ustedes han dicho que odian el euro y que no quieren unirse a nosotros, pero ahora quieren interferir en nuestros encuentros.

–Y nosotros estamos hartos de que tomen decisiones que terminan por afectar a todos nosotros, aunque no integremos la Eurozona.

El diálogo cordial (porque el intercambio de imputaciones salió del corazón profundo, no de la mente neutra que traza los límites del discurso protocolar) fue sostenido el 23 de octubre último en la reuniones mantenidas en Bruselas por el Consejo Europeo, una de las siete ramas de mayor rango en la fronda burocrática de la Unión Europea (UE).

De la primera, participaron los 27 países que integran la alianza europea; de la segunda, los 17 estados que reemplazaron sus monedas, algunas de ellas de circulación secular, por el euro.
El primero en confesar su hartazgo fue el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Él, junto con la canciller de Alemania, Angela Merkel, ejercen el liderazgo indiscutido en la zona del euro. Pero se trata de una hegemonía en la Unión Europea que se degrada en forma paulatina, a medida que la crisis económica se arrastra en la incertidumbre, fortalecida por dosis masivas de inoperancia.
La réplica provino de otro político harto: el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron.

Ambos pertenecen a la corriente conservadora que hegemoniza el poder en el curiosamente llamado Viejo Mundo (¿cómo llamar entonces a China y la India, que habían desarrollado brillantes culturas mientras los europeos todavía seguían enmarañados en la agricultura de recolección y masacrándose con piedras, palos y agua hirviente, harto demorados de las primeras grandes revoluciones económicas: la agricultura de arado y sembrado y la metalurgia?).

Giro a la derecha. De los 27 países de la UE, sólo cuatro están gobernados hoy por socialistas y socialdemócratas: Eslovenia, Chipre, Grecia y España.

Sin embargo, en este último país, el conservador Mariano Rajoy pule los detalles finales del discurso de su previsible investidura como próximo jefe de Gobierno del reino hispano, porque su triunfo en las elecciones generales del 20 de noviembre venidero admite una sola duda: ¿obtendrá la mayoría absoluta en las Cortes?

Para explicar esta tendencia adversa a la izquierda, baste con recordar que dos de los cuatro países más hundidos en la crisis bancario-financiera iniciada hace dos años son Grecia y España, gobernadas aun por izquierdas descafeinadas.

A pesar de la hegemonía conservadora, la hipotética cohesión monolítica de la Eurozona y del resto de la alianza se cuartea de día en día.

Hasta Sarkozy y Merkel, que funcionaban en tándem perfecto, como un imparable tanque Leopard, comienzan a exhibir diferencias inimaginables apenas un mes atrás.

Visiones divergentes. Mientras el francés pone su mayor énfasis en la inmediata entrada en vigencia del Fondo Europeo de Estabilización Financiera (Feef), Merkel exige que primero la banca del continente –a la que considera la principal responsable del descalabro actual– debe aceptar la mayor quita posible en los papeles de deuda soberana de Grecia, Portugal e Italia.

Excluye ahora a España de la lista negra, porque, a su entender, no se encuentra tan agobiada, soslayando su fuerte endeudamiento, la más alta tasa de desempleo de Europa y su obstinada recesión; a pesar de todo eso, o quizá por eso mismo, su criterio es compartido por Sarkozy en sus líneas generales.

La posición de la canciller se explica por el temor de que sus compatriotas tengan que cargar con el mayor esfuerzo económico, vía Feef, con los correspondientes costos políticos a cargo de su coalición de gobierno. El inconformismo de los germanos, por su concordia con el mandatario francés, ha quedado confirmado de modo incontrovertible: su coalición perdió en cinco de las seis elecciones realizadas en los últimos tiempos en otros tantos länder (regiones) de la nación teutona.

Merkel y Sarkozy tampoco forman ahora un frente común respecto de la misión que debiera asumir el Banco Central Europeo (BCE).
Mientras Sarkozy propone que el BCE preste a los países endeudados, que pagarían con sus bonos soberanos, Merkel recuerda que los tratados de Maastricht prohíben en forma expresa esa operatoria.

Esos tratados sólo admiten que sean reformados por unanimidad, muy difícil de obtener, porque el Reino Unido y Suecia no votarían en favor de reformas en el actual contexto de marasmo.
La unidad, en problemas. Los datos de la conflictiva realidad sugieren que ha comenzado a extinguirse la vocación de unidad europea, pese a que en los primeros años de existencia de la UE se consideraba que lo que comenzaba a extinguirse era el sentimiento nacionalista, sin remisión, y sería reemplazado por el orgullo de una gran patria común.

Todos los jefes de gobierno y presidentes del espacio comunitario deben atender hoy, más que nunca, a los clamores de sus pueblos, que prevalecen sobre los sueños de unidad de Carlomagno, Napoleón Bonaparte, Maurice Schumann, Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Willy Brandt... (y, a su atroz manera, de Adolf Hitler).

Estos desencuentros ponen en riesgo la propia supervivencia del euro.
Al parecer, están perteneciendo también al pasado los años iniciales del siglo 21, cuando los europeos pronosticaban que en un plazo no mayor de un lustro su signo monetario unitario desplazaría al dólar como moneda de referencia en el comercio y las finanzas internacionales.
Hoy, con exceso de buena voluntad, se lo incluiría en una canasta de monedas, junto con la divisa estadounidense y el yuan chino.

Pero el euro parece seguir el mismo camino de calvario que, a su turno, siguieron dos hoy relegados candidatos a la canasta: la ex Unión Soviética, con su rublo, y Japón, con su yen.
En este momento, florecen hasta futurólogos que pronostican el ingreso de la India con su rupia y del Brasil con su real en el selecto club de países con monedas de referencia global.