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Devoto: La importancia de ser el ícono

Desprenderse de 20 mil presos o construir rápido 50 cárceles.

 Celulares a canilla libre

“Cuanto más alto sube el conflicto más se cierran las rejas”, confirma la Garganta. Un sabio.
La sentencia debe ser aprendida por los presos de Devoto que se subieron con euforia a los techos y mostraron facas.
Reprodujeron, ante las cámaras, el carnaval destructivo de las chapas voladoras.

El penal de Villa Devoto arrastra la importancia de ser el ícono.
Es tomado como sinónimo de cárcel. La última que persiste en el Artificio Autónomo de la Capital.
Devoto se enfrenta al destino decadente de culminar como Caseros, esqueleto escenográfico para filmar “Marginal”.
Por ser ícono, Devoto debía dar el ejemplo y amotinarse.
Derivación lógica de las presiones de los presos veloces que captaron la oportunidad.
Alojados en las cárceles del interior de la provincia de Buenos Aires. Varela, Mercedes, Dolores, Olmos. Cuarenta más.
O alguna de Santa Fe, como Coronda, vanguardia de la protesta.

Los presos siempre se las ingeniaron para interconectarse. Pero nunca con la facilidad de hoy.
Un juego de niños. Como las operaciones precarias de inteligencia que inundan la plaza de audios. Canilla libre de rumores.
Gracias a la multiplicación de celulares como panes que portan los presos.
Consecuencia involuntaria de la pandemia de utilidad colectiva. Máxima cobertura intelectual.
Sin visitas de los familiares, o sea con la alimentación deteriorada. Maldito virus.
Aunque, con un Servicio Penitenciario discretamente tarifado, los celulares selectivos ya podían circular.

Fue producto de diversas luces verdes emanadas de escritorios de jueces de primera instancia.
Inspiraron el pedido expreso del doctor Mario Coriolano, Defensor ante el Tribunal de Casación Penal, al juez Víctor Violini, Camarista de Casación que los autorizó.
Celulares aparte, las presiones de los presos avispados de la provincia consiguieron que el ícono, Devoto, saltara.
Que ofreciera, con el motín, el espectáculo de la demolición. Con saltos tribuneros, selfies y palos por doquier, y algún cuerpo que volaba.
Bastaba sólo el rumor, lanzado por una novia abogada, de la existencia de un contagiado para que todo estuviera a punto de estallar.
Más grave aún cuando el contagiado, de pronto, era real. Un «candado». Luego un preso.
Para irritar a 50 mil presos de la provincia. Y precipitar la acción del preso del ícono.

Hacia el cambio de paradigma

La sociedad sensibilizada no está para entender, probablemente, el cambio de paradigma que se impone.
Lo proponen los humanistas más pragmáticos e inteligentes.
La concepción de la pena. De ser entendida como castigo pasa a ser el tránsito hacia la inclusión.
Ideal que confronta con los arrebatos de quienes adhieren a la teoría de «meter bala» como solución exclusiva.
Para masacrar a los casi analfabetos que se lanzaron desesperadamente a delinquir.
Arrebatadores, descuidistas o motochorros que ni siquiera son respetados por los profesionales del delito.
Hoy escasean los que roban más por aptitud estética que por necesidad.
«Del asesinato entendido como una de las bellas artes» (Mc Quincey) al sicariato por cinco lucas (argentinas).

En Buenos Aires la Inviable, si se pretende evitar el hacinamiento, sobran 20 mil presos.
O se construyen 50 cárceles rápidas, para que cada una pueda albergar 500 o 400 presidiarios.
Pero como no se tienen fondos, ni la construcción de cárceles es una prioridad, hay que fusilar 20 mil presos.

O, lo más sensato -pese a la sensibilidad de la sociedad- enviarlos a sus casas. Aunque no tengan, siquiera, una casa.
Pese a la sensibilidad del sector más lícitamente asustado de la población.
Menos puede entenderlo el ciudadano honorable que paga impuestos.
Si al despachado con una domiciliaria, con tobillera o sin, se le extiende, por izquierda, un plan.
Para que el preso no sea una carga familiar. Para que coma y no vuelva, enfermo, o en silla de ruedas, a robar.
Los fiscales televisivos, adictos al impacto fácil, condenarían la mera contemplación de un plan.

3.- Invocaciones

Mesa de diálogo en la Capilla de Devoto.
Autoridades judiciales, del Ministerio de Justicia, representantes de presos.
El gran logro, de mínima, entre la tensión y la dureza, consistió en arrancar con una cárcel tomada.
Y salir, cinco horas después, con una cárcel destruida, pero en paz.
Uno de los juristas, estimulado secretamente por el misticismo del ámbito, invocó a Nuestro Señor.
Los presos, con astucia, se plegaron a la distendida invocación.
Se persignaron.

El ejercicio del diálogo admite el arte de escuchar al otro.
Mérito para especialistas en la materia. Demostrar al interlocutor, aunque se trate de un preso, que aún es tenido en cuenta.
Que no es mero descarte. Ni carne de olvido.
Y que quien representa al sistema, o al Estado, dista de ser un «gil».

Ningún “cobani”, para denigrar, humillar. O matar.

Atender las quejas: la cantinela de la falta de visitas. La incertidumbre acerca de las familias.
Los temores sanitarios por el virus. La ausencia de higiene. Los problemas de salud que muchos arrastran.
La certeza de saber que todo lo que se analice en la Capilla iba a saberse en la totalidad de las «ranchadas» del país.
Por los mismos presos que presionaron a los habitantes del ícono.
Atenuar las culpas por delitos leves, o por pertenecer, por edad, o enfermedad, al grupo vulnerable.
Deben contemplarse también a los que se encuentran cerca de cumplir la pena.
O a los confiables que hayan gozado sin conflictos de salidas transitorias. O que estén a punto de salir hacia la problemática libertad.
O a los condenados por penas demasiado cortas.
Un miserable mes en Devoto.

4.- Efecto contrario

Pero también debe atenderse la otra responsabilidad de ser ícono.
Intentar el juego inverso. Transmitir, a los que presionaron, la necesidad de calma.
Bajarlos. Desacelerarlos.
O se acaba el diálogo. Fracasa la tregua. Para permitir el regreso del violento vodevil del conflicto.
Es el riesgo de ser protagonistas.

Callados, sin protestar, la situación podía descomprimirse mejor.
El efecto es precisamente el contrario.
Visibilizados por los cánticos, los palos como lanzas, las facas, las destrucciones del techo.
Por el cuento de pertenecer al ícono. Ahora a muchos amotinados les va a resultar más complicado salir.
Aunque el virus flote ganador por los corredores. Lo más campante entre las celdas, las requisas, las duchas siempre inquietantes.




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