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Desde su estatura

Por Héctor Ciapuscio* En octubre de 1964 el general De Gaulle llegó en visita presidencial a nuestro país. Impresionó como un gigantón a cuyo lado todo quedaba pequeño. Grande, al par de su dimensión física, era la visión que tenía como político sobre su patria y la historia.

Hemos vuelto a pensar en el líder francés de otros tiempos a la vista de lo que está ocurriendo en Europa y la lectura de una lista de líderes del siglo XX, en comparación de la cual parece que, en el tiempo que vivimos, los grandes políticos brillan por su ausencia. En cuanto a estadistas, el viejo continente no tiene más aquellos Monnet, Adenauer, De Gasperi y De Gaulle.

Los actuales resquemores localistas entre los italianos ante ciertas actitudes del presidente Sarkozy (gestos despectivos hacia el gobierno berlusconiano de Italia, su "cortarse solo" en la guerra a Libia, etc.) afectaron a muchos de ellos como ofensivos para el propio país. Así es como han revivido recuerdos poco agradables. Por ejemplo, manifestaciones del general De Gaulle que mostraban que no le gustaban los italianos. Una carta de lectores en el "Corriere della Sera" del 19/11 actualiza, como antecedente del malquerer oficial francés, una anécdota famosa de Indro Montanelli sobre una entrevista que tuvo en 1960 con Charles de Gaulle. En ocasión en que el periodista se refirió a Italia, admitiendo que era "un país pobre que...", el general lo interrumpió, con desprecio: 'No, monsieur, Italia no es un país pobre, es un pobre país". Concluía la nota de Montanelli escrita en el 2000: "Ni siquiera ahora, a cuarenta años de distancia, me perdono no haberme levantado en el acto para mandarme a mudar".

El talante y actitudes como ésa han contribuido, al par de su heroísmo, su clarividencia militar y sus hazañas políticas, a construirle una fama casi mítica a personaje. No menos, la prosa de sus libros, su oratoria y sus veneraciones históricas. Un periodista describía su personalidad: "Su mundo era la Francia del Setecientos, no la del Novecientos. La propia esposa le decía "Mon Géneral" y lo trataba de usted. Francia era para él el mundo, el mundo era Francia".

Explicaba que la nación existía desde veinte siglos atrás, desde Vercingétorix y cimentaba la fama de su devoción patriótica con libros como los cuatro que escribió antes de la guerra. Su autobiografía "Mémoires de guerre" del período 1940-6 recibió elogios tales como "Sus frases son dignas de Tácito, de César... son las de un escritor auténtico" (Duhamel) o "El destino de este gran libro no se separa del nuestro" (Mauriac). Tiene un comienzo famoso: "Toute ma vie, je me suis fait une certaine idée de la France", toda mi vida me he hecho una cierta idea de Francia. La introducción resultó una frase memorable que motivó ensoñaciones infinitas. Pero, franceses al fin, algunos hallaron la frase como calco de un pensamiento de Maurice Barrés en el libro de 1920, y no han faltado quienes sospecharon que esta fina prosa estuvo inspirada en el ritmo de la frase introductoria de una novela de Proust. Quieren decir que "le Géneral" construía sus discursos de una manera cuidadosa y hábil. Así puede verse en la respuesta que le dio en 1958 a una multitud de colonos pieds-noirs que vociferaban por una "Argelia francesa" contentándolos con un ambiguo "Je vous ai compris" (los he comprendido) y firmando después lo que ellos rechazaban, la independencia del país y dando fin a la guerra. Hay muchos otros ejemplos de frases cuidadosamente preparadas para tener el efecto que él deseaba. Otro ejemplo: escribe en sus "Mémoires" que las famosas palabras que pronunció el 25 de agosto de 1944, Día de la Liberación ("Paris a été libéré par son peuple", París ha sido liberada por su pueblo), fueron improvisadas, pero sus críticos arguyen que habían sido en realidad preparadas el día anterior en Rambouillet.

No hay dudas de que De Gaulle participó activamente en la fabricación de su propio mito. No menos que su prosa y sus discursos, los gestos personales contribuyeron a la estatua. Sentía su grandeza y la cultivaba. A menudo hablaba de sí mismo en tercera persona y se identificaba con la historia y la cultura de su país. En una reunión de gabinete, un ministro que sugirió hacer algunos cambios en el Collège de France había provocado este rechazo del General: "Hay tres cosas en Francia que son inviolables: el Collège de France, el Instituto Pasteur y la torre Eiffel". Leía ávidamente y hablaba con escritores como Bernanos, Gide y Malraux. Cuando Camus le preguntó cómo podía un literato servir a Francia, respondió: "Todo escritor que escriba bien sirve a Francia". Y en tiempo de la guerra de Argelia en que Sartre hacía campaña obstruccionista para la conscripción militar y un ministro le propuso encarcelarlo, su contestación fue: "No se mete preso a Voltaire".

Otra fase de sus inquietudes intelectuales estaba en la ciencia. Una anécdota que relata F. Jacob, Nobel de Medicina, refiere que, vuelto a la vida pública en 1958, convocó a un comité de 12 talentos científicos para que ayudaran a debatir prioridades del gobierno. Oídos todos los representantes de las diversas disciplinas que privilegiaron diversos campos, uno de ellos propuso "biología molecular". Al cabo, hubo silencio. De Gaulle habló: "Ustedes podrían pensar que un general sería apreciativo de proyectos espectaculares cuyas descripciones él entiende, cuyas perspectivas comprende, recursos energéticos, conquista del espacio, explotación de los océanos. Pero yendo a lo profundo, me pregunto si esa misteriosa biología molecular, de la que no sé ni entenderé nunca nada, no es la más prometedora de los desarrollos de mediano plazo, impredecible, rica, capaz de hacer mucho para avanzar nuestro conocimiento de los fenómenos básicos de la vida y sus desórdenes..."

Renunció de su segundo mandato presidencial en 1969 y murió un año después. Su modesto hogar de Colombey-les-deux-églises se había convertido en lugar de peregrinaje popular. Veinticinco años después de su muerte, tuvo lugar una amplia encuesta entre electores franceses para nombrar sus preferencias entre líderes políticos del siglo XX. De Gaulle resultó primero, sobrepasando, lejos, a John F. Kennedy, Mahatma Gandhi, Juan Pablo II, Martin Luther King, Winston Churchill y otros. Tal la estatura histórica que él tenía a ojos de sus compatriotas.
(*) Doctor en Filosofía