DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Delicias de la vida sin oposición

* Por Martín Lousteau. Desde hace un tiempo, pero especialmente a raíz del resultado de las elecciones de 2011, se suele repetir que "no hay oposición". Ese diagnóstico se limita muchas veces a expresar que no hay una alternativa significativa para ser votada por quienes no se sienten representados por el actual gobierno...

Nota extraída del diario La Nación

...Sin embargo, sus consecuencias no se restringen a los episodios eleccionarios sino que son bastante más profundas: es el propio funcionamiento del sistema político el que se degenera ante esa vital ausencia.

El primer impacto es, paradójicamente, en la sanidad del propio oficialismo. Haciendo una analogía astronómica, la existencia de la Luna requiere que haya otros cuerpos celestes que compitan gravitatoriamente con nuestro planeta. Si no existieran, nuestro satélite natural colapsaría en la Tierra. De igual manera, sin oposición que desarrolle posturas y discursos atractivos para competir con el oficialismo, no puede haber disidencia dentro de este último. Los críticos internos que proponen cambios de curso son escuchados cuando lo que se arriesga al ignorarlos es que la oposición se apropie de esas banderas. Por ende, si no hay oposición relevante ser disidente sólo tiene costos, y las sanas diferencias de opinión dentro del oficialismo simplemente desaparecen.

Lo mismo ocurre con el sector empresarial que calla inclusive cuando las dificultades de la economía resultan evidentes. Si la oposición no tiene peso y es incapaz de articular políticas alternativas, ¿de qué sirve para los empresarios una reunión con ellos si no es para lamerse las heridas? Esto es más cierto aún cuando el encuentro puede tener consecuencias negativas si trasciende públicamente. Entonces resulta normal que prefieran acudir a la Casa Rosada y aplaudir las decisiones del gobierno nacional, a pesar de tener profundos desacuerdos con las mismas. Algo similar, hemos visto, tiende asimismo a suceder con la líderes gremiales.

Como se puede apreciar, si no hay voces políticas externas relevantes, se acallan las diferencias internas y los representantes de distintos estamentos no dicen lo que piensan. Así, es hasta esperable que el Gobierno se obsesione con los únicos emisores de juicios no coincidentes con el relato oficial, algunos medios y periodistas, y que ni siquiera logre distinguir en ese grupo los que son realmente opositores disfrazados de quiénes sencillamente piensan distinto. En esa misma lógica de rechazo del que difiere se debe inscribir también el desprecio por la división de poderes, visible en la jibarización del Congreso, y al desdén o las presiones sobre el Poder Judicial. Esto no se da sólo en nuestro país: cualquier sistema político donde la oposición brille por su ausencia tiene la tendencia a comportarse de igual manera. Ahí están otros ejemplos sudamericanos para no ir tan lejos en el tiempo o el espacio.

Un sistema político tan desequilibrado se caracteriza así por una dinámica de funcionamiento en la cual el Gobierno se encierra en los elogios para persistir obtusamente en errores que se van acumulando y cuyos efectos terminan por alejar a sectores que antes lo acompañaban. Ello es lo que ocurre en la Argentina: se suceden los conflictos con la clase media, parte de los representantes gremiales o empresariales, y una porción cada vez más significativa del propio peronismo. Sin embargo, con poco cauce institucional para los reclamos y sin partidos o referentes de la oposición en condiciones de capitalizar políticamente los errores del Gobierno y rivalizar, la única válvula de escape del creciente descontento es la manifestación crítica en las calles. Esto explica la masividad de las convocatorias del 13-S y 8-N, que no construyen política pero que claramente representan un límite para los excesos, o el reciente paro general.

Para un líder, carecer de oposición puede ser un sueño, pero de los que evolucionan para transformarse en poco placenteros. Y el despertador de las elecciones suena de manera definitiva una vez cada cuatro años. Para la democracia, en cambio, las cosas continúan y es necesario aprender de las experiencias. Como sociedad, quizás debamos cuestionarnos un poco más acerca de los motivos por los que, a casi treinta años de 1983, el sistema no encuentra alternancia, los partidos están en estado crítico y no producen líderes confiables, el desarrollo nos elude, y vamos aceptando todo ello como si fuera normal..