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De tentaciones y el reto de sucederse a sí misma

*Por Pablo Ibáñez. Sin sombras, portadora de un puñado de récords, Cristina de Kirchner cumplió ayer el ritual burocrático de ser reelecta. Estiró el horizonte de la saga K a 12 años y desde anoche, tras coronar el anticipo del 14 de agosto, transita su segundo ciclo.

Con más de once millones de votos, el mayor porcentaje desde el 83 y el margen más holgado sobre su escolta, la Presidente enlazó victorias exclusivas, pero su estrella electoral se derramó, por contagio, y ayudó a prácticamente uniformar el mapa político del país.

El 10 de diciembre, las matizadas manifestaciones del oficialismo -de José Manuel de la Sota a Fabiana Ríos- controlarán, como mínimo, 20 de los 24 distritos. Y el Congreso, banca más o banca menos, volverá a ser un territorio amigo -o sumiso- para la Casa Rosada.

Los datos fríos, estadísticos, ofrecen un escenario expansivo -al que se agregará el dominio, en persona o tercerizado del PJ-, pero no son suficientes para desentrañar la intriga esencial: cómo y en qué dirección pondrá en marcha Cristina esa magia todopoderosa.

Con bloques mayoritarios, un soporte monumental en las urnas y la oposición miniaturizada, la Presidente deberá convivir con la tentación de arriesgar una reforma constitucional, con el modelo Zaffaroni o no, que la habilite para intentar un tercer mandato. Los pocos que frecuentan a Cristina juran, como corresponde, que esa alternativa no figura en la hoja de ruta de la Presidente. Pero, como pocos, el de Cristina -sin Kirchner- se convirtió en un poder solitario y, en general, impredecible. Hasta el habitualmente efusivo Amado Boudou, quizá el único funcionario al que la Presidente elogia en público, se vuelve cauteloso cuando debe tratar con la mandataria. Los ministros y los gobernadores aprendieron, algunos con más destreza que otros, a adivinar sus movimientos y a decodificar sus gestos. La fantasía de un tercer mandato, que sectores K comenzaron a militar anoche mismo, atravesará los próximos dos años sin que la Presidente avale o anule expresamente esas hipótesis.

El diseño de su propio destino enfrenta a Cristina a cuatro experiencias cercanas: la de Hugo Chávez que instauró, hasta ahora con éxito, la reelección sin límites; la de Carlos Menem, que intentó, pero vio frustrada esa pretensión porque una porción del peronismo, capitaneado por Eduardo Duhalde, se opuso férreamente; la de Lula da Silva, que planificó su retirada y cinceló a su heredera, Dilma Rousseff, a quien arrastró de la mano de un insignificante respaldo inicial hasta convertirla en presidenta; o la de la chilena Michelle Bachelet, que aun con un altísimo nivel de apoyo a su figura, cercano al 70%, prácticamente se desentendió de la suerte de su continuador. Son cuatro destinos probables que van más allá de las empatías ideológicas o estilísticas de la Presidente con cada uno de ellos.

Ese abanico contempla variables excéntricas, como la que arriesga que podría empezar a ceder en gotas el mando en el segundo tramo del mandato que viene para cimentar a una figura que la herede, lo que la ensambla con el modelo Lula de incidir abiertamente sobre quien continúe el proyecto K, lo que implicaría además oficiar de garante y vigía de lo que ejecute su continuador, una reversión sin Kirchner del plan 4+4+4+4 que alguna vez se atribuyó al expresidente para mantenerse 16 años en el poder. Este formato rige, de todos modos, sin el componente exótico de la cesión anticipada de dones y tareas, poco concebible en una dirigente con formación vertical como la Presidente.

Con 58 años, Cristina de Kirchner iniciará en diciembre el tercer mandato K que convertirá a su clan en el que más tiempo permanecerá, hasta diciembre de 2015, en el poder, incluso unos meses más que la sumatoria de los tres Gobiernos de Perón y el de Isabel. Ese récord supone, en simultáneo, un reto: el de sucederse y mejorarse a sí misma, luego del bienio 2010-2011 en que eslabonó una serie de medidas de alto impacto que fueron la base política y social, más allá del drama de la muerte de su marido, del repunte y de la fabulosa victoria de ayer. Fue, además, la principal razón del naufragio opositor que anoche comenzó a jubilar a sus postulantes presidenciales y a planificar una carnicería interna.

Al acecho de la crisis internacional, que podría afectar la bonanza, deben agregarse otros elementos: que a pesar del blindaje local, ese proceso obligue a tomar medidas razonables, pero odiosas -como reducir los subsidios a sectores medios-, que se manifieste el usual riesgo de los Gobiernos extendidos por saturación o agotamiento del propio modelo y que se produzca la irrupción, ante el mínimo tropiezo o porque el ahogo lo impone, de sectores del PJ. La ley de primarias que fue oportuna en esta elección puede ser, a largo plazo, una trampa que permita la aparición de varias ofertas dentro del mismo dispositivo K, entre ellos Daniel Scioli que, sin posibilidad de reelegir, no tiene otra opción que escapar hacia arriba del laberinto que es la provincia de Buenos Aires.

Íntima y personal, la victoria promete amortiguar todas las acechanzas con excepción de la de un temblor económico mundial con coletazos en el país. Anoche, además de una hilera de récords y medallas, Cristina de Kirchner compró una tregua. Las tesis políticas de conflicto, en particular la de una aventura reeleccionista y el estallido prematuro de la disputa por la sucesión, hibernarán por un tiempo. Salvo que la propia presidente las motorice.