Cristina y Boudou
No es muy probable que prospere el intento de un conjunto de opositores de obligar al vicepresidente Amado Boudou a enfrentar un juicio político por tráfico de influencias.
Pero el fracaso previsto de la iniciativa no tiene por qué preocupar mucho a los adversarios más decididos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Por el contrario, a menos que Boudou, presionado por funcionarios que no lo quieren y por los muchos militantes oficialistas que están convencidos de que no está en condiciones de aportar nada al "proyecto" kirchnerista salvo dolores de cabeza, sorprenda a todos optando por abandonar un cargo que en opinión de casi todos le queda demasiado grande, podrán confiar en que siga brindándoles una oportunidad tras otra para atacar al gobierno, acusándolo de proteger a personajes acusados de actos de corrupción y, lo que les parece igualmente deplorable, de un grado excesivo de frivolidad "menemista". También podrán insistir los interesados en socavar al gobierno en que el hecho de que Boudou encabece la línea de sucesión presidencial es un síntoma alarmante de la precariedad institucional del país; al fin y al cabo, es notorio que Cristina lo eligiera sin consultar a nadie, pasando por alto las advertencias de sus asesores principales y negándose a tomar en cuenta las opiniones de los miembros supuestamente más influyentes del Partido Justicialista. Aunque a esta altura la presidenta entienda que al designar al "roquero" cometió un error irreparable que ya le ha costado mucho, será reacia a asumirlo porque en tal caso llamaría la atención a la debilidad intrínseca de un sistema de gobierno en que absolutamente todas las decisiones significantes dependen de una sola persona.
Para mandatarios peronistas de instintos verticalistas, para no decir autoritarios, tener que soportar la presencia de un vicepresidente es de por sí una necesidad sumamente desagradable. En su momento, Juan Domingo Perón "solucionó" el problema así supuesto nombrando a su esposa, Isabelita, decisión que tendría consecuencias nefastas para virtualmente todos. Carlos Menem logró librarse de Eduardo Duhalde que no tardó en transformarse en su enemigo más peligroso; tuvo más suerte con Carlos Ruckauf, ya que no le ocasionó muchas dificultades. Sin embargo, la relación de Néstor Kirchner con Daniel Scioli fue fría, por decirlo así, mientras que la de su esposa y sucesora, Cristina, con Julio Cobos, no pudo haber sido mucho peor debido a "la traición" del radical mendocino. Todo hace pensar que Boudou está destinado a protagonizar un nuevo capítulo de esta extraña saga; si bien, a diferencia de Cobos, hace hincapié en su lealtad absoluta hacia la presidenta, ya se las ha arreglado para perjudicarla y no existen motivos para suponer que andando el tiempo consiga contribuir con algo positivo a la gestión de la única persona que lo creía el hombre indicado para ubicarse "a un latido" de la presidencia de la República.
Por desgracia, no hay ninguna salida evidente de la situación que se ha creado nuevamente y que puede atribuirse a la voluntad del grueso de los oficialistas de colmar a Cristina de poder y de responsabilidades. Siempre y cuando todo ande sobre rieles, la presidenta se verá beneficiada por un sistema de gobierno que es monárquico en el sentido recto de la palabra, pero sucede que, además de permitirle aprovechar políticamente los éxitos de su gestión, la hace responsable de los fracasos, de los que la decisión personal de elegir a Boudou como compañero de fórmula ha resultado ser uno. Mal que le pese a Cristina, a esta altura no habrá forma de remediarlo. Resignarse a tenerlo a su lado hasta diciembre del 2015 es una opción poco atractiva en vista del riesgo de que quienes están hurgando en su pasado encuentren más escándalos, pero aun cuando llegara a la conclusión de que sería mejor procurar forzarlo a dar un paso al costado el operativo podría resultarle contraproducente, sobre todo si Boudou se resistiera a desempeñar el papel que le tendrían reservado los deseosos de echarlo. Así las cosas, parecería que Cristina se verá constreñida a pagar un precio muy elevado por una decisión caprichosa que, desde luego, fue consentida por quienes estaban más interesados en complacerla que en ayudarla a asegurar que su gestión transcurriera de la mejor manera posible.