DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Costumbres argentinas - Testigo protegido, testigo muerto

Traffic (Tráfico) fue y sigue siendo un film símbolo del flagelo de la droga y el narcotráfico. Ahí un testigo muere envenenado antes de declarar contra un cartel de narcos en el corazón del imperio yanky. ¿Ficción? No, en la Argentina pasa eso y mucho más.

Por Jorge D. Boimvaser

@boimvaser

info@boimvaser.com.ar


Una ley clave del código mafioso que en la Argentina se cumple a rajatabla. Quien se crea a salvo declarando contra una organización criminal, no hay protección para el largo brazo del crimen.

Juan José Jaramillo fue un "sobreviviente" a los colombianos masacrados en la playa de estacionamiento de Unicenter, por una venganza entre carteles del narcotráfico.

Pasaron unos años y ahora se sabe que aquel joven no era ajeno a las andanzas de sus amigos muertos, es más, también se sabe que a Jaramillo no lo mataron porque hasta pudo ser el entregador de Héctor Duque ("Monoteto") y Jorge Quintero, ambos del llamado Cártel de la Cordillera.

Jaramillo no era ajeno al negocio de la efedrina que terminó con la vida de Forza, Ferrón y Bina en Moreno.

La justicia le dio a Jaramillo la categoría de testigo protegido, hasta que finalmente se fue del país.

Cualquier persona que estuviera vinculado al mundillo de la información (periodistas de investigación, policías bonaerenses y federales, agentes de inteligencia y/o autoridades judiciales), sabían con lujo de detalles por dónde se encontraba Jaramillo y el pequeño grupo de policías que lo acompañaban, y hasta el menú gastronómico con que se alimentaba todos los días.

En la costa atlántica, en el sur de la provincia de Buenos Aires, en una casa muy cercana a la sede de la Jefatura de Gabinete Nacional, allí estaba Jaramillo y muchos conocíamos su data. Se sabía qué días se lo trasladaba y todo lo que hubiera precisado una banda homicida para quitarle la vida si en realidad Jaramillo hubiera puesto en peligro la vida de quienes masacraron a sus compañeros en el shopping Unicenter de Martínez.

Pasó la causa judicial y por fin el joven regresó a su Colombia natal, y no terminó involucrado ni en esa causa ni en la de la efedrina, porque no hubo pruebas contra él (o porque nadie las quiso accionar).

Roberto Arturo Aníbal era una persona entre excéntrico y desopilante vinculado al hampa, buchón a veces de la policía y en otra referente de la bonaerense para armar o desarmar causas judiciales.

Un personaje que apareció involucrado en la causa del atroz asesinato de la niña Candela Sol Rodríguez, se floreó en programas televisivos con una inconsistencia en su discurso que daba pánico por suponer que su palabra podía involucrar o proteger a los asesinos de la niña.

Hasta que tuvo la categoría de testigo protegido, y supuestamente la custodia policial tenía que estar a su lado hasta cuando entraba al baño de su humilde vivienda.

En abril pasado su casa explotó y los restos de Roberto Aníbal quedaron esparcidos en los alrededores. La versión oficial dijo que era un escape de gas lo que produjo la muerte de este testigo protegido.

Los policías que debían custodiarlo –si hubieran estado a su lado como reglamenta el protocolo de seguridad para testigos protegidos- deberían haber corrido el mismo destino que Aníbal, pero no fue así.

La muerte por explosión de escapes de gas de cañería o por garrafas es un sistema que alguna vez impuso una banda de narcos peruanos, concretamente un personaje a quien llamaban "el gasista". Su especialidad era arrojar una garrafa dentro de una vivienda y luego tirarle algún balazo hasta hacerla estallar. El proceso era tan brutal que no quedaba nada en pie alrededor de la casa.

En esa condición murió este testigo protegido Roberto Aníbal y hasta el Fiscal de Moreno, Federico Luppi, convalidó que la muerte de Aníbal fue consecuencia de una explosión. Aún no se dijo –ni se va a decir jamás- es en qué circunstancias se produjo la detonación y sus causas.

En Rosario ya llega casi al centenar de muertos en peleas por el control de distribución de droga en toda Santa Fe. Quizás lo más alarmante de la guerra en esa provincia no sea en sí las bandas que ahí operan. Lo grave es que esas bandas muestran que hay un mercado de consumo de cocaína tan vasto y mueve fortunas aún en pueblos pequeños donde antes "no pasaba nada", que la epidemia de consumo ya es pandemia y no hay ni planes preventivos ni estructuras sanitarias que hagan frente a la situación. Porque hay guerra de narcos cuando hay un mercado suculento al que proveer, y Santa Fe ya casi está al frente del consumo nacional y nadie hace nada.

Ahí también en ese centenar de muertos hay casos de testigos protegidos que cayeron bajo las balas de los sicarios. No es cosas de películas de Hollywood, es cosa de los titulares de los diarios que dan cuenta de eso.

Silvio Triviño saltó a las crónicas periodísticas a raíz del caso Lázaro Báez, las fotos de las bóvedas de dinero y la providencial aparición de una bodega de vino que en visita guiada a periodistas mostró el empresario kirchnerista.

Triviño y un matrimonio de testigos fue impulsado por Elisa Carrió a incorporarse al programa de testigos protegidos (hasta ahora el personaje no dijo si rechazó la medida, su respuesta fue ambigua) y eso lo hace ingresar en la zona de peligro del historial de testigos protegidos en la Argentina.

Hace horas, una fuente de la justicia federal le dijo a quien esto escribe: "Lo único que se puede decir de Elisa Carrió es que su participación en los expedientes judiciales termina siempre embarrando la cancha. Hace tantas presentaciones que al final induce más a confundir que a aclarar las causas".

Lo cierto es que ahí anda un hombre testigo de una causa emblemática de corrupción, dudando y quizás temiendo hasta caer muerto "accidentalmente" en la bañera de su casa.

Porque la costumbre argentina sigue casi permanente cayendo en el axioma de... testigo protegido, testigo muerto.