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Aulas vacías: el síntoma de una tragedia educativa

La sociedad aguarda una actitud responsable de quienes han dejado a los alumnos de escuelas públicas bonaerenses sin clases durante 13 días.


Nota extraída de La Nación

El conflicto docente , que permanece abierto en la provincia de Buenos Aires, constituye una irritante cuestión que reitera situaciones sumamente ingratas para la institución escolar, los alumnos y sus padres. Las alternativas derivadas de alrededor de un mes de negociaciones infructuosas y de 13 días de huelga de los que dan testimonio las aulas vacías muestran un juego de posiciones entre las partes en pugna, cuyo resultado ha sido hasta ahora ineficaz para el logro de las deseadas soluciones.

Las agresiones físicas a altos funcionarios del gobierno provincial por parte de activistas gremiales, tras el fracaso de la última ronda de negociaciones que tuvo lugar anteayer, deberían obligar a reflexionar seria y serenamente a los líderes de las entidades sindicales docentes y también a los propios maestros en huelga. No basta con condenar aquellos actos de violencia ni con atribuirlos a grupos de exaltados. Se impone en quienes conducen la negociación salarial desde el sector docente una profunda autocrítica.

Ésta debería empezar por el titular del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (Suteba), Roberto Baradel, quien un día antes de los violentos incidentes, había invocado la posibilidad de llevar a cabo actos violentos, cuando durante un acto público manifestó: "¡Guay que le toquen un solo peso al salario de los docentes! Porque los vamos a ir a buscar a cada lugar de la provincia". Al día siguiente, el jefe de Gabinete, la ministra de Economía y la directora general de Cultura y Educación, entre otros funcionarios bonaerenses, recibieron insultos, escupitajos, empujones y hasta una pedrada. Una actitud que mueve a la sociedad a preguntarse si esos salvajes pueden ser llamados docentes.

Sin dudas, el retraso de los sueldos y las limitaciones actuales de los recursos son determinantes. Pero ha faltado, también, flexibilidad para acordar. Así, una vez más la escuela se encuentra en una encrucijada, con un Estado provincial que dice haber ofrecido el máximo de sus posibilidades para resolver el reclamo y un frente gremial que no cede, porque gravita en ello no sólo el problema central del salario, sino también la tensión de la lucha interna entre las representaciones sindicales que pugnan por asumir un rol dominante en los reclamos.

En ese cuadro adverso a una salida del conflicto planteado en el área bonaerense, emerge la mayor evidencia de injusticia: más de tres millones de niños son, como otras veces, los rehenes del conflicto en cuyo curso los aprendizajes se lesionan, al tiempo que familias enteras son víctimas de la imprevisibilidad y de la angustia que les genera la falta de ese segundo hogar que, para sus hijos, representa la escuela. Porque las consecuencias de esta prolongada huelga sin salida no sólo alteran la vida hogareña y la desorganizan, sino que en ciertos casos lleva a algunos niños a la calle.

Es una verdad elemental que los días perdidos no se recuperan, aunque luego se agreguen jornadas a destiempo, pues el trabajo escolar logra resultados sobre la base de la regularidad del esfuerzo cotidiano. Cuando eso no ocurre, los hábitos de estudio se debilitan y, del mismo modo, se enfrían las motivaciones y el interés. En su nivel, el docente como tal pierde concentración en su labor profesional, ya que su atención y su preocupación son absorbidas por la confrontación sindical. En suma, chicos y grandes son afectados negativamente por una situación que los aparta de la actividad normal.

El problema no es sólo de la provincia de Buenos Aires, aunque en esta ocasión se ha dado allí más agudamente. Hace tiempo que nuestra escolaridad está afectada en su rendimiento; por eso no es accidental que las pruebas de evaluación PISA arrojen resultados tan desalentadores. Asimismo, hay razones para recordar en estas circunstancias con nostalgia la escuela argentina que en el pasado supo ser modelo admirado más allá de nuestras fronteras.

La declinación visible debe movilizarnos a reaccionar y hacer en este momento difícil lo que corresponde: persistir en la búsqueda de soluciones, ya que autoridades y sindicalistas tienen el deber de promover la enseñanza, salvar obstáculos y proponer caminos de acuerdo, con espíritu conciliador. La niñez y la adolescencia del territorio bonaerense merecen el esfuerzo, el país lo necesita. Quienes asumen la responsabilidad de negociar tienen que hacerlo porque para ello han sido elegidos. Las familias aguardan ansiosamente la pronta superación de esta verdadera tragedia educativa.