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Armas, plan de fuga y muerte: el diario que Martín Lanatta escribe en la cárcel de Ezeiza

"Dormía abrazado a mi fusil", confiesa desde su celda el autor de la triple fuga, condenado a perpetua por el Triple Crimen de la efedrina.

En los días monótonos de su encierro, en su celda del pabellón 3 H de la cárcel de Ezeiza, Martín Lanatta se siente nostálgico. Está dispuesto a vaciar un termo de café para escribir a mano en un cuaderno Gloria tapa naranja. Piensa en ellas. En cómo las extraña. Ahora le gustaría tenerlas con él. Recuerda cómo en sus peores noches dormía abrazado a ellas.

Con pulso firme, aunque tembloroso por la bala que una vez le atravesó la mano derecha y le dejó tres dedos como si fueran flecos, Lanatta escribe:

"Extraño a mis fierros. Un fusil HKmp5, un AK47 5,56, una Colt M4, un FAL 7.62, dos ametralladoras FMK3 y una 9MM, dos pistolas Glock y una Franchi Spas 15. En los días de fuga yo dormía abrazado al fusil, pero además tenía a mi alcance dos ametralladoras y dos pistolas". Lanatta, de 45 años, enumera las armas como si fuesen amores perdidos.

El 21 de diciembre de 2012, fue condenado a perpetua por los crímenes mafiosos de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, tres empresarios acusados de traficar efedrina que aparecieron muertos en una zanja de General Rodríguez el 13 de agosto de 2008.

La Justicia sospecha que los asesinatos fueron ordenados por el enigmático empresario Ibar Esteban Pérez Corradi: Forza le debía 250 mil dólares y, según se sospecha, lo habría traicionado con un cargamento para narcos mexicanos del cartel de Sinaloa.



Lanatta volvió a ser noticia el 27 de diciembre de 2015: ese día se fugó de la cárcel bonaerense de General Alvear junto a su hermano Cristian y su amigo Víctor Schillaci. Durante dos semanas estuvieron a la deriva, pero armados. Desde Buenos Aires y hasta Santa Fe, robaron autos, camionetas, tomaron rehenes y se tirotearon con gendarmes y policías. Los detuvieron el 11 de enero de 2016, después de una cacería de la que participaron mil policías.

En su diario íntimo, al que Infobae tuvo acceso, Lanatta revela cómo dormía con sus dos cómplices:
"Estábamos ocultos en un monte de Santa Fe, adentro de una camioneta. Dormíamos abrazados a nuestros fusiles. Víctor al volante, mi hermano en el asiento de acompañante y yo atrás, con más armas que ellos. Estaba tan compenetrado en la ferocidad de la supervivencia, que por esos días me miraba al espejo y sentía el impulso de disparar. Era tremendo pensar todo el tiempo que nos buscaban casi mil policías".

Esos días en que se sentían hombres muertos buscando el lugar más inhallable del mundo, los tres se habían acostumbrado a tomar agua de los arroyos, comer yuyos secos o una nutria cazada a tiro limpio. Su vida era dormir sudados, con el falso uniforme de gendarmes embarrado y el roce pegajoso de las armas. Aun en sueños, esos tres hombres seguían en fuga.

En esos escritos, Lanatta dice que de esas noches no recuerda ningún sueño. "En cambio, Víctor nos contó que tuvo una pesadilla horrible. Soñó que lo mataba la cana y nosotros con Martín lo llevábamos en andas y lo enterrábamos. Pobre Víctor, a los pocos días de fugarnos nació su hijita.

Estuvimos a punto de disfrazarnos de médicos para llevarlo a que la conociera", revela.

Sobre la fuga de Alvear, Lanatta recuerda:

"El plan era matarnos. Nos sacaron de la cárcel para eliminarnos. En Alvear las autoridades penitenciarias nos dieron hasta ropa de guardias. Y construimos las armas de madera. Había que esperar el 26 de diciembre y preparar todo. Así fue, llegaba el día, teníamos el arma replica lista, estábamos asombrados de lo bien que había quedado. Le puse una correa para colgármela y dos armas de tipo Glock. Esperamos que llegara la noche y cenamos liviano. No pasaban más las horas, pero llegó, vendría el recuento de las 2 de la mañana. Nos pusimos los tres en mi celda esperando al oficial. Dejé la cortina puesta, cuando la corrí, lo sorprendimos, mi hermano y Víctor lo sujetaron yo le mostré el arma de utilería. Hizo que se calmaba y empezó una feroz resistencia y quiso gritar por auxilio. No me quedó otra que pegarle un golpe de puño, lo hago cerca del ojo y cae de rodillas.

Pudimos reducirlo. Empezó a sangrar, se le había hecho un corte, no calculé, serían los nervios, pero ofreció mucha resistencia. Por fin lo pudimos atar ya teníamos todas las indicaciones para salir".






La salida del penal

El instinto de fuga se mete en el cuerpo de algunos presos como si fuera un virus. No tiene cura. Se percibe en la mirada huidiza, que mira más allá de rejas y paredes. Es una bravura que se olfatea en el aire. Un coraje que puede ser contagioso. Es probable que Lanatta tenga ese virus de fuga de por vida. De hecho, cada tanto en su mente aparece ese pensamiento íntimo de salir corriendo en busca de su fusil. No es un plan ni un deseo, sino un acto reflejo.

Durante la fuga, los tres forajidos se accidentaron en una camioneta que volcó. Lanatta sufrió un golpe muy fuerte que le dejó el cráneo hundido.

"Me dicen que a veces repito las cosas, eso es por el golpe. En Santa Fe tomamos un rehén, nos fuimos a su casa y por Internet nos fijamos cómo plotear una camioneta como si fuera de Gendarmería. Víctor hacía las compras con lentes de sol y gorrita, paseaba por la peatonal de Santa Fe. Nadie lo descubrió pese a que nuestras caras estaban en la tele todo el día", dice Lanatta.

La fuga también exhibió su notable transformación física: desde el hombre obeso y rozagante con mirada inofensiva y papada hasta el fugitivo herido de ojos penetrantes que tenía los huesos de la cara pegados a la piel. Como la metamorfosis en Breaking Bad de Walter White, de hombre temeroso a criminal despiadado.

El delito es un tónico. Y cada crimen o robo se imprime como una máscara en la cara del que lo comete. Ese cambio físico pareciera ir de la mano con un cambio interior. Hubo casos de ladrones que hasta cambiaron su forma de pensar y de caminar (erguidos, sacando pecho) después de dar un gran golpe. Desde un delincuente que le era fiel a su esposa y estaba asexuado hasta que llegó a tener un harén al que arremetía con la fuerza de un depredador desbocado. En cada robo triunfal, hasta sus erecciones se volvían potentes. Una especie de poder que se diluía con la primera caída.

"Ahora estoy mucho más flaco, en el penal hago gimnasia. Muchas mujeres me escriben y quieren conocerme, pero yo tengo la cabeza en otra cosa: en volver a estar en la calle, pero sin fuga de por medio. Como corresponde", dice Lanatta.

El ideólogo de la fuga llegó al último minuto de su propio Apocalipsis Now arrastrándose, desarmado, enmudecido y rodeado por sus enemigos. Habían pasado los doce días de fuga rabiosa, entre escondites inhallables, persecuciones y tiroteos con gendarmes y policías que se cruzaban en su camino y en el de su hermano Cristian y su amigo Víctor Schillaci, los otros dos fugitivos.

En la foto de su captura, que se difundió en todo el país como un trofeo de la cacería final, se ve a Lanatta casi ausente -un impostor de sí mismo- y con la mitad de la cara desfigurada. Una mueca de silencioso dolor lo dejó al borde de parecerse a una mezcla de un cyborg inofensivo con lo que queda de un mimo que ofrece al mundo su última mirada de derrotada melancolía.

Una mirada que lo ha perdido todo.


Cuando ve esa foto, Lanatta se pone serio y revela:

"No sabía dónde ni con quién estaba, pero creo que en ese momento sólo pensaba en manotear mi fusil, pero ya era tarde. Ahora siento que me queda escribir". Escribir y esperar.

(Fuente: Infobae)