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Apología del recreo

* Por Marcelo Polakoff. Hoy, la gran mayoría de niños y jóvenes de Córdoba empieza las clases para los distintos niveles de jardín de infantes, primario y secundario.

El tema es el del día. Hoy, la gran mayoría de niños y jóvenes de Córdoba empieza las clases para los distintos niveles de jardín de infantes, primario y secundario.

Y la frase que solíamos escuchar en los últimos días era "se acabó el recreo", refiriéndose los padres a través de ella –y con suma alegría– a que el período vacacional llegaba a su fin y, por ende, se acercaba a su desenlace la colosal colección de malabarismos que hubo que repetir para que los vástagos tuvieran las jornadas al menos un tanto atareadas. Como casi todo exceso, el exceso del recreo también corroe la salud mental. ¡Si lo sabremos!

El valor de la pausa. Ya arribado el tiempo del estudio, y con la rutina escolar a pleno, no hay que subestimar el valor de aquella pausa primordial.

Los docentes, en general, creemos que es fundamental para nosotros; de hecho también lo es, pero los destinatarios primarios de esos benditos cortes son los chicos.

Y éste no debe ser un dato menor. Reconozcamos, pues, que los recreos han tenido bastante mala prensa a lo largo de la historia. Hubo quienes (y todavía los hay) propusieron que se redujeran al mínimo, ya que es un tiempo ocioso que podría ser utilizado para aumentar más los aprendizajes.

Otros los veían (y aún los ven) con cierto pavor, ya que con el control adulto un tanto relajado, los recreos podrían ser fuente de conflictos, de ajustes de cuentas o de todo tipo de tropelías que suelen ser evitadas en el aula sólo por la presencia atenta del docente.

Por último, algunos pedagogos "de avanzada" (confieso que no a mis ojos) postulan que los recreos debieran ser reglados con propuestas alternativas de juegos y actividades lúdicas que abonen la interacción de los estudiantes, sin dejarla al libre fluir de los alumnos.

Me niego a aceptar esas tres vías. A los recreos no hay que reducirlos, ni hay que temerles, ni hay que reglarlos. Lo que sucede es que me parece que aún no hemos terminado de apreciar las bondades que –con riesgos incluidos, por supuesto– nos proporcionan esos breves y preciados interludios.

En cualquier nivel escolar, esa pausa que conduce a la rayuela, al baño, a comprar algo en la cantina, a una conversación amistosa e inclusive a alguna pelea, es totalmente esencial para que los chicos puedan aprender de modo espontáneo qué significa la convivencia. Jugar en el patio alienta a tener la paciencia necesaria hasta que le llegue su turno, la habilidad necesaria para negociar una figurita, la creatividad necesaria para inventar (y también quebrar) un sinnúmero de reglas, la valentía necesaria para enfrentar decepciones, la simpatía necesaria para tejer alianzas y amistades y el tiempo necesario de descanso mental para volver a incorporar nuevas materias una vez finalizado.

La palabra "recreo" viene, por supuesto, del verbo "crear", y es evidente que tiene que ver con la capacidad de lo creativo, de la recreación en el sentido del juego y del descanso placentero, en tanto esté alejada como tal de la tarea en sí de la creación formal del conocimiento. Para constatar su importancia, no hay más que fijarse en el relato de la Creación con mayúscula, la del Génesis. La Torá nos cuenta que el creador trabajó seis días para dar origen al Universo y que en el séptimo, descansó, dando así lugar al sabbat .

El mismísimo Dios también se tomó un recreo y en el pueblo judío lo seguimos haciendo así una vez por semana.

Esperar, entonces, que este año lectivo sea fructífero en sus horas de clases es más que obvio. Desear que lo mismo suceda en los recreos es, por lo menos, divino.