DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Andrei Romanovich Chikatilo, "el carnicero de Rostov"

Chikatilo, un aparente correcto profesor, se dedicó a seducir niños de ambos sexos en los bosques de los alrededores de las estaciones ferroviarias en Europa.

Chikatilo, un aparente correcto profesor de nivel secundario, durante diez años, entre 1978 y 1990, se dedicó a seducir niños de ambos sexos en los bosques de los alrededores de las estaciones ferroviarias en Europa oriental, matando a sus víctimas mediante el empleo de armas blancas, violándolas, sodomizándolas o masturbándose sobre sus cuerpos en el mismo momento del óbito.

Su situación de docente soviético, vinculado a la KGB, le otorgó cierta inmunidad, ya que en todo momento formó parte de la lista de sospechosos del Coronel Víctor Burakov, jefe de la División Especial de Crímenes Graves, hasta su detención definitiva el 20 de noviembre de 1990.


Chikatilo llevaba consigo siempre un portafolios de ejecutivo. El día que fue detenido por primera vez, por el detective Zanasovski de la entonces Policía Soviética, el 14 de setiembre de 1984, el maletín contenía un cuchillo de cocina con mango de plástico y hoja de más de veinte centímetros de largo, un trozo de cuerda y un tarro de vaselina.

Expertos del FBI e investigadores de la Policía de la Federación Rusa, llegaron a la conclusión en el caso de Chikatilo, que se trató de una mente con plena conciencia  exacerbada en su maldad; lo que se describió como un grave trastorno antisocial de la personalidad.

Técnicamente, encaja en la pauta de lo que se denomina criminal serial  "organizado", para diferenciarlo de los "desorganizados", por su modus operandi.

Una de las características definitorias del homicida organizado es que recurre siempre al mismo tipo de engaño, patraña, pretexto o subterfugio para atraer a las víctimas hacia lugares apartados y tranquilos.


Las víctimas de estos criminales que sobrevivieron, a menudo describen a su frustrado asesino como si fueran dos personas diferentes, en un principio bastante atractiva, con encanto, dispuesta a prestar una ayuda o asistencia, pero una vez en el terreno apartado, en el cual el criminal se considera seguro, cambia sin la menor advertencia para convertirse en un atacante explosivo dispuesto a todo.

Para el FBI, el proceder de Chikatilo con el arma homicida, portándola consigo hasta el lugar del crimen, utilizándola y llevándosela después, es típico; como lo era también el cuidado puesto en cubrir los cadáveres. En algunos casos quedaron ocultos durante meses.


En cambio, los homicidas "desorganizados" actúan con más espontaneidad cuando asesinan y no hacen esfuerzo alguno, o muy poco, para esconder el arma homicida o el cadáver de su víctima; más bien todo lo contrario, los restos se dejan abandonados en el lugar de ataque.

En opinión de los expertos del de la Unidad de Ciencias de la Conducta de Quántico, hay actividades de Chikatilo que definen claramente su grado de peligrosidad; por ejemplo los extraños rituales que cumplía en torno a los cadáveres de sus víctimas y la forma con que hallaba placer con sus sufrimientos.

No es la producción del dolor lo que estimula, sino más bien, la reacción de las víctimas ante el sufrimiento o la tortura, lo que, además de excitar, gratifica al criminal. Esos delincuentes hacen gritar a sus víctimas, se complacen viéndolas implorar merced, pedir que no las maten y otras cosas parecidas mientras las conducen a la muerte, en lo posible lenta y dolorosamente. 


En términos de las propias víctimas, se dirigía más y más hacia los niños y adolescentes, en su mayoría varones, de ámbitos marginales de la sociedad.

Su criterio esencial, en cuanto a selección de la víctima, era su vulnerabilidad. Vagabundos, ebrios, prostitutas y niños se pueden manejar con más facilidad y luego controlarlos con menos dificultades que los adultos comunes.

Sus homicidios, con el tiempo, iban tornándose progresivamente más crueles. No era bastante con solo matar, había de intensificar el sufrimiento de sus víctimas con abusos cada vez más horribles, en muchos casos descuartizando ofensivamente sus cuerpos cuando los infortunados todavía estaban con vida. Para entonces sus conocimientos de anatomía eran tales que sabía cuáles eran los órganos que más lo excitaban y sabía dónde practicar las incisiones para extraerlos sin dificultad. De este modo la agonía de sus víctimas era atroz. Muchas llegaban al óbito como consecuencia del shock producido cuando el frenético pseudo-cirujano comenzaba a practicar sus cortes.

Las fotografías que ilustran los archivos de los investigadores muestran el estado de los cadáveres al momento de sus hallazgos; inclusive los que tenían de una data de muerte reciente, eran casi irreconocibles, resultado, no sólo de las lesiones de arma blanca (puñaladas y los cortes), sino de las profundas heridas en el vientre que infligía para extraer vísceras.

La separación de los genitales, y en algunos casos las mordeduras que efectuaba en ellos, se convirtió en parte estable del horripilante ritual de Chikatilo. Los cadáveres de muchas de sus víctimas, en particular de las últimas, mostraron señales evidentes de ello. Sin embargo, contra lo que hacen los que cometen canibalismo, no parece haber llegado alguna vez a deglutirlos. Se trataba más bien de un acto espontáneo en el momento culminante de su frenesí homicida, una exacerbación del ejercicio de poder que estaba vivenciando. 


Si la víctima era un varón, entonces Chikatilo le mordería los testículos y el escroto, para escupirlos inmediatamente. Sin embargo, su máxima obsesión estaba en el útero y, con el paso del tiempo, llegó a adquirir gran habilidad para extirparlo del vientre de sus víctimas. "No quería tanto morder/os, como sí masticarlos. Eran tan hermosos y elásticos...", confesaría luego de su detención. 

Los homicidios cometidos inmediatamente después de la violación son, muchas veces, la exteriorización de una reacción agresiva como respuesta al temor. Los individuos que matan a sus víctimas después de violarlas actúan motivados por el miedo a las consecuencias sociales.

Chikatilo confesó sus crímenes y fue condenado el 15 de octubre de 1992 por la autoría de cincuenta y dos homicidios de adolescentes, a igual cantidad de sentencias individuales a muerte. El 14 de febrero de 1994, fue ejecutado con un disparo en la nuca.