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Geraldina Dana

¿Alguien puede pensar en nosotras? Las mujeres en el conflicto ruso-ucraniano

Una consecuencia de la guerra, menos comentada pero no por eso menos relevante, es el sufrimiento particular que padecemos las mujeres.

Hace más de un mes, asistimos a un conflicto asimétrico entre la Federación Rusa y Ucrania. Lo que empezó como una “operación militar especial” por parte de Rusia en la región del Donbass, motivada por una reacción a la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia ex repúblicas soviéticas y en favor de ciudadanos/as étnicamente rusos/as, es actualmente un conflicto armado en todo el territorio ucraniano, que conoció operaciones rusas por distintos medios y desde el norte y el sur, además del este.

Para analizar este conflicto, la cuestión geopolítica fue puesta en el centro: en caso de unirse Ucrania a la OTAN, pacto de defensa colectiva en términos militares liderado por los Estados Unidos, Rusia vería amenazada su seguridad nacional, y discutida su hegemonía regional en el este europeo. Además, también aparece el componente identitario: en el sur y el este de Ucrania, la mayoría de la población habla ruso y se siente más cercana a la cosmovisión euraosiática que a Occidente.

Ahora bien, avanzado el conflicto (y, por fortuna, también las primeras negociaciones entre las partes), hay distintos daños y saldos que no podemos dejar de subrayar. El más comentado es el aumento de los precios de las materias primas a nivel mundial, ya que Rusia es una proveedora clave en el mundo de gas y petróleo, insumos de otras tantas industrias, y Ucrania es productora de alimentos, fundamentalmente trigo. Al estar ambos países abocados a los esfuerzos bélicos, producen y exportan menos de ambos. Esto, sumado a las sanciones sobre la economía rusa, y la expectativa de escasez de esos productos en los mercados, hace que esos bienes se encarezcan en todo el mundo, y todas las producciones que los tengan como insumos.

Otra consecuencia, menos comentada, pero no por eso menos relevante, es el sufrimiento particular que padecemos las mujeres en el contexto de un conflicto armado. Como los varones de 18 a 60 años deben permanecer en Ucrania para defender su integridad territorial, son las mujeres las que componen la mayoría de los/as 7,7 millones de desplazado/as que viene dejando el conflicto. Mujeres que no suelen trasladarse solas, sino con personas a cargo: niños, niñas, ancianos/as y personas con discapacidad o enfermedad. Personas que no siempre se trasladan en condiciones de seguridad, siendo en muchas oportunidades captadas por redes de trata que ven en estos conflictos una oportunidad para desarrollar sus negocios ilegales a costa de la desesperación civil.

Entre las mujeres que se quedan, están las cerca de 80.000 embarazadas que tienen fecha de parto en los próximos tres meses, y que ven comprometida la salubridad del mismo por la amenaza a la infraestructura hospitalaria. También están quienes dieron a luz en este contexto, registrándose un aumento exponencial de los/as recién nacidos/as con bajo peso, producto de partos prematuros por el estrés físico y psíquico que supone la guerra en las personas gestantes. Pero también es problemática la situación para quienes no están embarazadas: los productos de gestión menstrual están en falta en muchos refugios, y no son siempre vistos como prioritarios por las autoridades. El Fondo de Naciones Unidas para la Población los estuvo repartiendo en kits, así como distribuyó elementos para que los partos naturales puedan ser seguros, siempre en un contexto subóptimo y precario para todas las partes involucradas en ese nuevo nacimiento.

Pero quizás la peor consecuencia diferenciada para las mujeres que permanecen en la zona de conflicto sea la violencia sexual, que fue tipificada como crimen de guerra por la Corte Penal Internacional en 2008: no como violación aislada, no como efecto colateral, sino como medio de atemorizar, disciplinar, subyugar y dañar a toda una comunidad a través de los cuerpos de sus mujeres, como si fueran parte del territorio sobre el cual “plantar bandera”. Ya están apareciendo denuncias por violencia sexual en contexto del conflicto, que siempre hubo, pero permaneció en el silencio, la oscuridad y la vergüenza.

Finalmente, dado que las mujeres no somos todas iguales ni atravesamos los mismos procesos, están las que tanto como civiles o en su carácter de militares, toman las armas y pelean por su Estado: una imagen que ya habíamos visto en otros conflictos recientes, pero que ha tomado particular visibilidad en este, en línea con el cambio de época al que estamos asistiendo.

Queda por preguntarse cuál será nuestro rol en las negociaciones por la paz. Frente a eso, la ONU (Resolución 1325 del Consejo de Seguridad del año 2000) recomienda que haya presencia femenina en las operaciones y negociaciones de paz, por probarse por un lado que las mujeres y niñas sufrimos diferencialmente en los conflictos, y por el otro que las mesas que cuentan con presencia femenina tienen efectos más duraderos. A pesar de estas demostraciones, entre 1992 y 2019 siete de cada diez procesos de paz no contaron con mediadoras mujeres. Ojalá que el 2022 nos encuentre con un desenlace diferente.

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