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Y la plata, ¿dónde está?

*Por Jorge Carlos Brinsek.Cuando los buques croatas llegaron repletos de obuses, cañones, ametralladoras y municiones al supuesto cerco impuesto por los aliados, todo el mundo miró para otro lado.

Luego de la absolución de todos los implicados en el caso de la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, se abrió un debate interesante. Pero nadie preguntó, o al menos no lo hizo de manera pública, sobre el real destino que se dieron a los más de 100 millones de dólares producto de esas ventas. En lugar de ingresar al Tesoro nacional, parece que ese dinero fue a parar a los bolsillos de algunos de los ahora exculpados.

Habrá que esperar la lectura de los fundamentos del tribunal para concluir hasta dónde este larguísimo juicio fue una fantochada (que costó sus buenos pesos a los contribuyentes) y si se puede desprender de ello la posibilidad de sentar en el banquillo a otros potenciales involucrados. Entre ellos, al embajador argentino en Colombia, teniente general Martín Balza.
Es bueno, para refrescar la memoria, recordar la génesis de esta historia. Pero antes que nada, es necesario retroceder un poco hasta comienzos de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania de Hitler invadió los Balcanes, es decir el territorio de la entonces Yugoslavia. El país estaba formado, por un lado, por eslovenos y croatas, católicos, pegados territorialmente a la Europa moderna y occidental. Por el otro, los serbios, cristianos ortodoxos, hermanos de sangre de la Madre Rusia. Y, en el medio de ambos, macedonios, kosovares y montenegrinos, musulmanes, sometidos durante siglos por los otomanos y convertidos al islamismo.
Producida la invasión nazi, los yugoslavos se levantaron en armas en una guerra de guerrillas liderada por el mariscal Tito.

Los aliados desconfiaban de Tito por sus raíces comunistas, y José Stalin lo consideraba un rival difícil de someter. Entonces, Tito y sus guerrilleros combatieron solos contra las tropas de Hitler y recibieron a cuentagotas armas de los aliados. Recién cuando Alemania invadió Rusia, los soviéticos empezaron a prestar un tibio apoyo.

Concluida la guerra, el mariscal Tito unificó a los yugoslavos, hizo buenas migas con Occidente y mantuvo a raya a los soviéticos. Nació así el Movimiento de Países No Alineados.

Siempre con el temor de correr la suerte de húngaros o checoeslovacos, o de cualquier pueblo libre que quisiera alzarse contra los soviéticos, eslovenos, croatas, serbios, macedonios, montenegrinos y kosovares aprendieron a tolerarse y a vivir en una armonía que, sin embargo, escondía resentimientos seculares.

Cuando el comunismo se desplomó, con Tito ya muerto hacía mucho tiempo, comenzó una vez más la guerra de todos contra todos. Con Eslovenia, con un 92 por ciento de su población católica, no hubo problemas. Con el resto, sobraron.

Como el grueso del ejército federal yugoslavo estuvo siempre apostado estratégicamente en territorio serbio (para repeler cualquier agresión soviética), la partición e independencia encontró a los serbios armados hasta los dientes y a los croatas, totalmente indefensos.

Entonces intervino Alemania, ya reunificada, a favor de sus antiguos hermanos de sangre.

Por una parte, forzó el establecimiento de una fuerza multinacional de paz (cascos azules) para tener a raya a los serbios y permitir la consolidación de un Estado independiente croata y, al mismo tiempo, posibilitar la formación del "cro-army" ; es decir, el ejército nacional croata.

Mil tanques de guerra de la antigua Alemania del Este fueron despachados al naciente ejército y se incentivó que las naciones que habían enviado tropas como cascos azules tuvieran algún tipo de participación compensatoria.

De esta manera, las potencias toleraron que el entonces presidente Carlos Menem tuviera su compensación mediante el envío de armas argentinas a los croatas, para lo cual se armó un fondo de 100 millones de dólares.

De la noche a la mañana se desmantelaron regimientos completos, se puso a trabajar a pleno a la Fábrica de Armas y Explosivos de Río Tercero, violando todas las normas de seguridad y prevención, hasta que todo voló por el aire.

Cuando los buques croatas llegaron repletos de obuses, cañones, ametralladoras y municiones al supuesto cerco impuesto por los aliados, todo el mundo miró para otro lado y el material llegó a destino. Eran las reglas del juego. Al fin de cuentas, las políticas las imponen los poderosos.

Pero, argentinos al fin, creyendo que habían descubierto un jugoso filón, los más angurrientos del gobierno de la época creyeron que podían vender armas como quien abre un negocio de café con leche y medialunas. Sin pedir permiso a nadie, aprovecharon el desgraciado conflicto entre Perú y Ecuador para vender armas viejas por nuevas a estos últimos. Lo demás está en los diarios.

Surgen dos grandes preguntas: La primera, ¿dónde quedaron los dólares, fundamentalmente los de Croacia? La segunda, ¿cómo fue posible que, siendo amo y señor del Ejército, el entonces comandante, teniente general Balza, nunca se haya dado por aludido cuando, por orden superior, los atribulados jefes de regimientos recibían instrucciones tajantes de enviar sus arsenales completos al primer puerto marítimo disponible?

Para quienes dominan el tema militar, transportar un cañón de gran alcance no es como enviar una encomienda por correo.

Si, como se dijo, en el mar Adriático los buques aliados miraron para otro lado, aquí directamente quienes tenían que mirar, advertir y legalmente denunciar quedaron sordos, mudos y ciegos.