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Volver a la tradición de partidos

Por Julio César Moreno* Como sucede en las democracias más consolidadas, es necesario reconstruir y recrear un sistema de partidos coherente y con visión de futuro.

Mucho se ha hablado de la crisis del sistema de partidos políticos, considerando a éste como el eje de la articulación de la democracia representativa.

Los partidos, en efecto, son considerados los mediadores naturales entre la sociedad y el Estado. La ciudadanía elige a sus representantes a través de los partidos, sean el presidente de la República, los legisladores nacionales y provinciales, los gobernadores, los intendentes o los concejales.

Y si se considera que la Constitución Nacional dice en forma expresa que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes", se llegará a la conclusión de que no hay otra forma de representación que no sea a través de los partidos. Éste es un principio básico, pero no absoluto, ya que la sociedad puede expresarse de mil maneras e influir en las decisiones gubernamentales a través de vías no convencionales, sobre todo en la era de la información, en la que la gente se comunica y toma decisiones a través de la participación que brindan los medios de comunicación tradicionales, Internet y las redes sociales.

Un sistema clásico. Pero estas nuevas formas de expresión no son incompatibles con el sistema clásico de partidos. En los países anglosajones siguen predominando los partidos como centros de representación y decisión –demócratas y republicanos en Estados Unidos; conservadores y laboristas en Gran Bretaña, y lo mismo en otros países: socialdemócratas y democristianos en Alemania; socialistas y conservadores (Partido Popular) en España. Incluso, en América latina hay ejemplos de gran estabilidad de los sistemas partidarios –incluidas las coaliciones– como en Chile y Uruguay.

Argentina, en cambio, no es un ejemplo en ese sentido, ya que se asiste desde hace tiempo a un proceso de disgregación y dispersión de los partidos tradicionales, que conspira contra la estabilidad institucional.

No hay un solo peronismo sino varios, y algo similar ocurre con el radicalismo y demás partidos. Hay constantes entrecruzamientos, pases y movimientos transversales. Las agrupaciones perdieron su identidad, algunos más y otros menos y esta crisis sigue siendo fuente de conflictos y bruscos cambios de rumbo.

El peronismo sigue siendo emblemático, ya que pasó del menemismo al kirchnerismo –dos concepciones políticas, económicas y sociales diametralmente opuestas– con una facilidad asombrosa. De todos modos, esta transmutación resultó ser más civilizada que el choque entre la derecha y la izquierda peronistas ocurrido en la década de 1970, que provocó un baño de sangre y llevó a una dictadura y al terrorismo de Estado.

Tampoco los radicales fueron muy fieles a sí mismos y a su identidad histórica, ya que algunos emigraron hacia el kirchnerismo. Con los socialistas ocurrió algo parecido y con los demás partidos también. Por ello, debe reconocerse que en la Argentina hay una verdadera crisis del sistema de partidos y un auge del movimientismo y el populismo, que de todos modos tienen hondas raíces en la historia nacional. Reconocer esta verdad puede ser el punto de inicio para intentar un camino en la dirección inversa, es decir, la reconstrucción y recreación de partidos políticos coherentes y con visión de futuro.

Entre nosotros también existe una fuerte tradición de partidos, como la que inspiró a esa formidable clase dirigente que –entre fines del siglo 19 y principios del 20– supo construir un país moderno y próspero y una sociedad equilibrada y avanzada.