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Violencia trasladada al deporte

Dos batallas campales ocurridas en sendos partidos de fútbol alertan sobre las posibles consecuencias del descontrol y el grado de violencia que predominan en las relaciones sociales.

Habría que rastrear muy atrás en los arcones de la historia para dar con ejemplos tan insólitos de intolerancia, agresividad e intemperancia –de violencia, en suma– como el que nos brindaron dos hechos ocurridos días atrás en sendos partidos de fútbol.

A falta de hinchas inadaptados y furibundos, que hace tiempo no protagonizan episodios de violencia que eran parte de la vida cotidiana en las tribunas, la furia la desataron, esta vez, los propios futbolistas, que dirimieron sus disputas a patadas.

En Camilo Aldao, el árbitro expulsó a los 16 futbolistas y al técnico del equipo local y a dos jugadores de Argentino de Monte Maíz, su rival en un encuentro decisivo del Torneo Provincial cordobés. Pero si este incidente mereciera figurar en el libro Guinness de los récords por sí solo, mucho más lo sería si se tuviera en cuenta que, en la misma fecha, el referí del encuentro entre Claypole y Victoriano Arenas, por el Campeonato de Primera D de la Asociación del Fútbol Argentino, tuvo que expulsar a los 36 jugadores.

Lo llamativo es que este tipo de hechos clamorosos ocurra en encuentros de categorías muy cercanas al amateurismo, en las que se supone que los jugadores no sufren las presiones de los intereses que se mueven en el profesionalismo.

Sería un grave error que los episodios que nos ocupan sean tomados como simples anécdotas graciosas, insólitas o fuera de lo común. Implicaría desconocer la pasión que suele despertar el fútbol en los argentinos y los intereses que se mueven alrededor de cualquier cancha, por más humilde que sea, donde ruede una pelota.

Es en las categorías formativas donde debe ponerse el acento en la formación de buenos deportistas. Porque las consecuencias del descontrol que impera en esas canchas hoy pueden ser motivo de noticias llamativas, pero si no se les pone coto, son potencialmente capaces de alcanzar ribetes trágicos. Además, ambos hechos no sólo expresan la violencia en un campo de juego, sino que parecen formar parte de un patrón de conducta casi generalizado de la sociedad.

Peleas domésticas transformadas en tragedias; aulas que repiten los escenarios de violencia en el deporte; enfrentamientos entre automovilistas que van más allá de la crónica policial, muestran una sociedad que abandonó hace tiempo la tolerancia y el respeto por el otro, para transformar sus acciones en simples hechos violentos.

La imagen de un jugador de fútbol pateando una lechuza que se posó sobre un campo de juego transmite muchas más cosas que el intento de alejar el pájaro que molestaba el trabajo de profesionales. Aun en la proporción que corresponda, esas manifestaciones deben ser sancionadas y exhibidas como las conductas que tienen que ser corregidas para una vida más armoniosa. La tolerancia y la indiferencia no son buenas consejeras para resolver estos desafíos.