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Víctimas de ayer y de hoy

Por Rafael Velasco* Cada 24 de marzo nos trae a la memoria el horror del terrorismo de Estado y sus nefastas consecuencias de desapariciones, torturas e irrespeto de los derechos humanos.

Cada 24 de marzo nos trae a la memoria el horror del terrorismo de Estado y sus nefastas consecuencias de desapariciones, torturas e irrespeto de los derechos humanos.

Esta memoria nos convoca a profundizar la búsqueda de Verdad y Justicia. Verdad para sanar las heridas que el horror, el ocultamiento y la impunidad abrieron; y Justicia para cerrar un ciclo oscuro que, como sociedad, aún no hemos terminado de elaborar.

Tal vez un riesgo respecto del abordaje del tema de los derechos humanos sea reducirlos de manera unilateral al horror del terrorismo de Estado y la necesidad de justicia para con sus víctimas y castigo para los verdugos.

Por cierto que no hay que dejar de hacer memoria y docencia al respecto, ya que en algunos sectores aún hay cierta confusión. Por ejemplo: al hablar de aquellos años, no se puede seguir refiriéndose a "bandos" y a dos demonios en pugna, como si el Estado y los particulares fueran realidades equiparables. El terrorismo de Estado es mucho más grave que la violencia política, dado que es el Estado el que debe garantizar la vigencia irrestricta de los derechos humanos.
El Estado no puede romper el orden legal que debe preservar (para eso se le otorga el monopolio del uso de la fuerza); justamente debe hacer cumplir la vigencia de los derechos.

Entonces, si el Estado es el que viola la ley y se transforma en terrorista, ¿a quién recurren los ciudadanos? Por eso el terrorismo sembrado desde el Estado es muchísimo más grave que la violencia delictiva de grupos particulares que debieron ser juzgados bajo el imperio de la ley.
Más allá de la necesidad de profundizar esta docencia para no confundir las cosas, reducir la defensa de los derechos humanos a los juicios contra los genocidas es empobrecer la causa de los derechos humanos. Y, peor, significa ponerla como algo que nos compromete sólo con resolver nuestro pasado; es de algún modo secuestrar una causa de la que debemos apropiarnos todos los argentinos hoy, en el presente.

Por eso esta fecha es buena, también, para hacer memoria de las otras innumerables víctimas del irrespeto de los derechos humanos. Víctimas de un Estado que no termina de garantizar derechos fundamentales a la vida, a la vivienda, a la salud, a la educación de calidad para todos...

Estas víctimas son más cercanas en el tiempo y en el espacio. Son víctimas que caminan en nuestras calles, luchando por un pedazo de pan o mendigando por el derecho básico a la alimentación; víctimas que trajinan hospitales y juzgados queriendo ejercer el derecho –cada vez más lejano– a la salud y a la justicia.

Hay víctimas en las periferias de la ciudad de Córdoba que ven acotado el ejercicio de sus derechos por la exclusión y la injusticia. De esas víctimas, también debemos hacer memoria hoy. Esas víctimas esperan, también, Verdad y Justicia.

Las asignaturas pendientes en cuanto a respeto de los derechos humanos aún son muchas. Por parte del Estado y de la sociedad. Vamos avanzando trabajosamente en el juicio y castigo de los culpables del terror de Estado –eso es importantísimo–; mucho más nos cuesta, en cambio, como sociedad, reconocer a las otras víctimas a las que se las sigue estigmatizando ("son pobres porque son vagos", "son unos negros choros").

Por estas víctimas, también debemos pedir Memoria, Verdad y Justicia. Por estas víctimas, debemos trabajar para que la vigencia plena de los derechos humanos sea realidad en Córdoba y en la Argentina.

*Rector de la Universidad Católica de Córdoba