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Venganza en lugar de justicia

*Por Hugo Beccacece. Es una especie de maleficio que cayó sobre el público sin respetar edades, clases sociales o niveles de instrucción: durante meses, más de dos millones de personas siguieron o comentaron las peripecias de Malparida , la telenovela de Pol-ka que se emite por El Trece, a punto de terminar.

Habría que remontarse a Resistiré (2003), la excepcional telenovela de Telefé, protagonizada por Pablo Echarri, para dar con un acontecimiento de éxito tan curioso, porque la figura principal de esta nueva historia, Renata Medina, a diferencia del personaje de Echarri, es el emblema de la maldad y de la venganza, mitigado por la belleza de un ángel exterminador (Juana Viale). ¿Cuáles son las razones de ese éxito?

En primer lugar, habría que subrayar un elemento común a las ficciones televisivas más recientes: Valientes , la anterior producción de Pol-ka, así como Caín y Abel , Malparida y el teleteatro que la sucederá, Herederos de una venganza , desarrollan tramas que giran alrededor de una revancha. Es raro que los productores de televisión piensen que ése sea el tema de más rating y desconfíen de la variedad. Algo habrán intuido.

Hay, por lo menos, dos razones que impulsan a vengarse. Uno se venga para resarcirse de un agravio o un perjuicio del que se es víctima, aunque ese daño no haya sido ilegal. Es el caso de la amante abandonada que mata a su ex amado y a su nueva compañera por motivos sentimentales. Pero la venganza también es el último recurso que le queda a una víctima contra la que se ha cometido un delito por el que el culpable no ha pagado su pena ante la sociedad. Esa venganza es la de quien, según la expresión popular, "hace justicia por mano propia". Es sugestivo que, en el último tiempo, al hombre o la mujer que actúa de ese modo, se le aplique, en la Argentina, la expresión "justiciero", de significado por completo distinto. En el Diccionario de la Real Academia Española , "justiciero" es quien "observa estrictamente la justicia en el castigo de los delitos". El que mata en represalia, en cambio, incurre en un nuevo crimen. La venganza es común en las sociedades donde la justicia del Estado no funciona, en las que los delitos sólo son castigados por medio de un escarmiento privado, es decir, otro delito. La organización mafiosa, a la manera siciliana, es uno de esos ejemplos de trama social, donde la venganza se convierte en un método de "justicia". Un detalle: la Mafia es una familia cuyos miembros se rigen por el código del honor y la omertà , el juramento de silencio, so pena de muerte, acerca de los asuntos en los que están involucrados los integrantes de la Cosa Nostra. Un silencio semejante cierra las bocas de los personajes de Malparida , cuando callan los crímenes cometidos por allegados.

En el caso de Malparida , la venganza responde al primer tipo, a un hecho que, en principio, no tiene nada que ver con la delincuencia; sin embargo, como casi toda venganza, produce delincuentes y revela la degradación social del país. María Herrera, una joven pobre, abandonada por su marido, Felipe Medina, con quien tuvo una hija, Renata Medina (de adulta, Juana Viale), se enamora de Lorenzo Uribe (Raúl Taibo), un rico heredero. María queda embarazada del apuesto millonario y tiene un hijo, Manuel, pero no logra hacérselo saber al hombre que ama. Le entrega una carta con esa información a Olga, el ama de llave de los Uribe, que jamás se la hace llegar al bienintencionado Lorenzo porque no quiere alterar la paz de la familia que éste va a formar con Nina, una mujer de clase alta como él. (El personal de servicio esnob es desaconsejable) Por lo tanto, como se cree abandonada por Lorenzo, María se suicida ante los ojos de la pequeña Renata. La madre de María Herrera, Gracia (la excelente Selva Alemán, una tuerta sublime de crueldad, especie de Maria Callas del conurbano), jura que vengará la muerte de su hija y educa a su nieta en el odio a los Uribe, en el culto a la Virgen y a San La Muerte, pero sobre todo prepara a Renata para llevar a cabo la Misión (así con mayúscula), es decir la ruina y la eliminación de Lorenzo y su familia. Apenas Renata, convertida en una muchacha de una hermosura que corta el aliento logra infiltrarse en la empresa inmobiliaria de los Uribe, se enamora de Lautaro (Gonzalo Heredia), el hijo de Lorenzo y Nina. Lautaro, a su vez, queda hechizado por Renata y, con ese amor, la Misión se complica. En poco tiempo, Renata asesina a seis personajes, entre ellos a su propio padre, a la madre y a la esposa de Lautaro. Además, se convierte en la esposa de Lorenzo y en la amante de Lautaro, del detective Lucas Carvallo (Luciano Castro) y de Eduardo Uribe (Gabriel Corrado), el siniestro y poderoso hermano de Lorenzo. Por supuesto, los culpables logran evadir la ley por medio de coimas.

La Argentina es uno de los países en los que la Justicia, en la ficción y en la realidad, no funciona bien y donde está muy difundida la idea, real o fantaseada, de que distintos grupos mafiosos ejercen y se disputan el poder. A la corrupción de los funcionarios políticos, la policía y la presunta complicidad de los magistrados con los poderosos de turno (a veces probada), se suma una legislación que no parece la más adecuada. Todo eso se ve en Malparida . La "sensación" de fragilidad legal y educativa (¿alguien reparó en el modo de hablar de los personajes más jóvenes de la telenovela?) contribuye a la degradación social y es algo contra lo que se resiste buena parte de la población argentina que no quiere caer en la barbarie. Quizá por eso los casos de justicia por mano propia no sean numerosos (además, existe una fuerte oposición a la pena de muerte). En cambio, hay un constante y masivo reclamo de justicia estatal por parte de las víctimas de delitos. Muchas veces se señaló que los familiares de desaparecidos durante la última dictadura siempre recurrieron a las instancias legales para castigar a los responsables y nunca ejercieron la violencia por propia mano: un hecho de suprema dignidad. Ahora bien, más allá de la moderación y civilidad con que actúan en el país la mayoría de las víctimas y sus allegados, el inconsciente hace su trabajo oscuro y, por algún camino de pesadilla, es decir, de ensueño, debe encauzarse. Quizá de esos monstruos nocturnos se nutra el éxito de Malparida .

La fascinación que ejercen Renata Medina y Gracia, su abuela, acaso se deba a la catarsis que producen en la sociedad dos mujeres sin escrúpulos, que ponen en acto sus emociones más primarias y utilizan para ese fin la inteligencia, la superstición y el sexo. No hay ley ni tabú que Renata y Gracia no infrinjan con tal de lograr la ruina de Lorenzo Uribe. Es imposible no condenarlas, pero se hace muy difícil no seguir sus abominables crímenes con sádica complacencia. Cada uno de sus asesinatos se comenta con la misma pasión con que un hincha de fútbol celebra los goles de su equipo. Renata mató a seis personajes y ya se acumularon en la temporada más de 20 cadáveres de asesinos varios: un pequeño cementerio del altiplano.

Lo bueno de Malparida es que exhibe, sin ánimo de condena, con un carácter costumbrista, algunas deformaciones sociales muy profundas. El paradójico sentimiento "religioso" de Gracia, la abuela de Renata, que rinde un culto diabólico a San La Muerte, la Virgen, Jesús y Dios, es una caricatura de prácticas comunes en la vida real. A esas figuras de fe, abuela y nieta les piden que las ayuden a cumplir la Misión, es decir, a matar a Lorenzo. Renata besa una medallita antes y después de asesinar a un amante. No ve ninguna contradicción en ese acto. En ese sentido, los autores de Malparida reflejan, por medio de un personaje perverso, el carácter contractual de varios cultos religiosos, tal como se los desarrolla en la actualidad. Por supuesto, se puede decir que las creencias de Gracia y Renata son mera superstición. Y es cierto. Pero las imágenes en que Gracia aparece rogando a San La Muerte y se la ve rodeada de estampitas, velas, y pequeñas esculturas que representan a santos y virgencitas, no difieren casi en nada de las que se ven en los noticieros televisivos cuando se registran peregrinajes, aniversarios del santoral y colas frente a santuarios (por ejemplo, San Cayetano). La religión como vínculo sagrado con Dios, la idea y la experiencia mismas de la sacralidad parecen haber desaparecido para dejar lugar a un pacto comercial, "Doy para que me des", que revela otro aspecto de degradación espiritual. El genuino vínculo con la divinidad nunca fue un trueque. Orar es ante todo despojarse del yo, no ser el primero de la fila ante el altar.

La promiscuidad de Renata es otro de los atractivos de la telenovela. La muchacha pasa de una cama a la otra con una naturalidad en la que no queda el menor resquicio para la culpa o el pudor. Lo hace con la actitud de un depredador sexual masculino. Quizá sea otra forma de venganza, pero de género. El sexo para ella no tiene importancia, salvo cuando se encuentra con Lautaro, al que ama. Jamás se sabrá si goza o finge cuando se acuesta con Lorenzo y Eduardo Uribe o con el detective Lucas Carvallo. Con ellos nunca pierde el control, quizá porque el hielo también quema. Una situación envidiable para las espectadoras que pueden fantasear, desde sus casas, con los varones más apuestos de la televisión (distintas edades y tipos físicos), y eliminarlos con Juanita Viale.

Malparida es un entretenimiento muy bien pensado, porque ¿a quién le importan las debilidades de un libreto inverosímil, si en cada capítulo hay un asesinato, una traición, un adulterio, una espalda y un torso desnudos, un tabú pisoteado y la cara perfecta de belleza y maldad de Juana Viale? Nadie duda de que, al final, ella recibirá el merecido castigo y todos nos sentiremos buenos, higiénicos y absueltos de haber visto tanta crueldad amontonada...