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Venezuela y EE.UU., dos enigmas que desvelan a la Presidente

* Por Carlos Pagni, No hace falta que el Congreso permita participar de las elecciones a quienes no se han nacionalizado. El 7 de octubre y el 6 de noviembre próximos, millones de extranjeros intervendrán con su voto en la política local.

Unos lo harán en Venezuela, eligiendo entre Hugo Chávez y Henrique Capriles. Los otros lo harán en Estados Unidos, para reelegir a Barack Obama o reemplazarlo por Mitt Romney. Las dos encrucijadas contienen numerosas lecciones y consecuencias para la peripecia argentina.

La idea de que los Kirchner encarnan una variante del chavismo tiene una difusión extraordinaria. Poliarquía hizo un sondeo sobre los líderes extranjeros más conocidos por los argentinos. Chávez es el más famoso y el más desprestigiado. La consigna "No a Venezuela" apareció en todos los cacerolazos del jueves. Aunque la asimilación sea engañosa, para una parte de la opinión pública el chavismo es un instrumento para entender al kirchnerismo. Esa franja, que incluye a oficialistas y opositores, verá el resultado del 7 de octubre como un dato de la política interior.

La competencia entre Chávez y Capriles está virtualmente empatada. El socialismo del siglo XXI está inquieto. Contra reloj, comenzó a repartir entre desamparados vales por una casa. Y a lanzar rumores que intimidan a los desprevenidos. Por ejemplo, que a pesar de que el voto es electrónico, Chávez detectará con un satélite a quién elige cada uno. Hay un dato indiscutible: nunca estuvo tan cerca de perder el timón.

¿Por qué se debilitó? Los analistas ven tres razones. El desgaste por la eternización en el poder; la alta inflación -suspendió algunos actos en plantas fabriles por la protesta de los trabajadores-, y la degradación en las prestaciones públicas, que se volvió escandalosa con el incendio de la principal refinería de Pdvsa, donde murieron 45 personas.

Sin embargo, la novedad más agresiva para Chávez es la aparición de un rival muy competitivo.

Capriles tiene 42 años y fue un alcalde y gobernador muy exitoso. Tiene el dinamismo de los maratonistas, que contrasta con los achaques de un enfermo terminal. Globovisión, "la cadena del desaliento" de Venezuela, suele dividir su pantalla entre un Capriles hiperkinético y un presidente que suele interrumpir su campaña por problemas de salud (aunque, como también demuestra el líder de Cuba Fidel Castro, la biología es amiga del marxismo).

Capriles no se presenta como el opositor, sino como el superador del régimen. Alguien que perfecciona la sensibilidad social con la eficacia tecnocrática. Para muchos antichavistas, sólo encarna una especie más tolerable de populismo.

Pero el principal problema de Chávez no es Capriles. Es no poder quebrar la alianza opositora que lo postula. La candidatura de Capriles surgió, el 12 de febrero pasado, de una gran interna organizada por la Mesa de la Unidad Democrática. Esa agrupación es el resultado de una negociación compleja entre quienes enfrentan al gobierno. Su artífice fue Ramón Guillermo Aveledo, dirigente del tradicional partido Copei, es decir, alguien con el know how de la "vieja política".

Si Chávez fuera reelegido, sus simpatizantes argentinos festejarán la "profundización del modelo". Nacionalización de la banca, de Globovisión y de la cervecería Polar: eso se espera.

Si, en cambio, gana Capriles, es improbable que Cristina Kirchner revise su deriva nacionalista y estatizante. Estará más atareada en controlar que con el cambio de mando no salgan a luz aspectos impresentables de la relación bilateral.

Ese triunfo impactaría más en la oposición. Sobre todo ahora, cuando el cacerolazo despertó el espíritu de síntesis. Hasta el individualismo proverbial de Roberto Lavagna comenzó a ceder: anteayer reveló que, como De Narváez, Pinedo, Patricia Bullrich o Amadeo, él también inició negociaciones con el resto del antikirchnerismo. Hasta Hugo Moyano hoy parece Samoré.

La moneda también gira en el aire en los Estados Unidos. Y tendrá efectos importantísimos sobre la Argentina según cómo termine de caer. Barack Obama se recupera en las encuestas como consecuencia de un episodio, en apariencia, prodigioso. Bill Clinton pronunció en la convención demócrata de Charlotte el que para muchos fue el mejor discurso de su vida. Esgrimió dos argumentos centrales: la defensa del diálogo, del que sólo prescinden quienes se creen dueños de la verdad, y un encendido elogio de la clase media, que debería votar a Obama en defensa de sí misma. La intervención torció el rumbo de la campaña, a tal punto que los publicistas de Obama reelaboraron todos los spots.

El efecto Clinton se produjo cuando los indicadores de empleo volvían a ser desalentadores. Clinton contrapuso a esa mala noticia un recurso a los valores. Ese poder de la palabra sugiere la autonomía que puede alcanzar la política respecto de la situación material. El mismo fenómeno se constata en Paraguay, donde se desató una crisis institucional con una economía cada vez más promisoria. O en Chile, donde la popularidad de Sebastián Piñera se derrumbó, protesta estudiantil mediante, con las cuentas en orden.

¿Habrá que leer de este modo los cacerolazos argentinos? El Gobierno festeja que para el año electoral habrá más soja, menos vencimientos de deuda y un Brasil más demandante. E interpretó las protestas como una movilización de consumidores enfurecidos por no poder viajar a Miami. Es posible que lo crean: los kirchneristas suelen comprar el buzón que venden. Pero no estaría mal que indagaran si el malestar que impulsa esas concentraciones no está referido a la política. Sería cuestión de ponderar, aquí como en Charlotte, el poder de la palabra, que es el poder de los valores. ¿A cuántas toneladas de soja equivale, medido en votos, el "ténganme miedito"? Imposible que no se lo cuestione una presidenta para quien -no se cansa de decirlo- la política impera sobre cualquier otra dinámica social.

A pesar del repunte demócrata, la suerte de Mitt Romney no está echada. La empatía de Obama también debe sobreponerse a la tormenta desatada en Medio Oriente. Es difícil imaginar un escenario más negativo que una victoria de Romney para la relación del kirchnerismo con Washington.

Para empezar, Romney es, según publicó en agosto Vanity Fair, inversor de Elliot Management Corporation. Ese fondo es el principal litigante en el juzgado de Thomas Griesa por los bonos impagos de la deuda. Su fundador, Paul Singer, es uno de los más importantes sponsors del candidato. "Ha llegado a la Casa Blanca el gobierno de los buitres", dirá Axel Kicillof.

Además, el vocero de Romney en política exterior, Robert O'Brien, reprochó a Obama haber dado la espalda al Reino Unido en el conflicto por las islas Malvinas. Y el propio candidato declaró a Rusia como el enemigo geopolítico número uno de los Estados Unidos. Rusia, el país al que la Argentina confía la provisión de gas natural licuado.

Cristina Kirchner, que está observando estos enigmas internacionales, decidió tener algunas amabilidades con los Estados Unidos. El ministro de Defensa, Arturo Puricelli, invitó a oficiales estadounidenses a impartir cursos castrenses. La Presidenta intenta volver del lugar en que quedó atrapada cuando el alicate de Héctor Timerman, en nombre de la soberanía nacional, incautó material sensible de un avión de la mayor potencia militar del planeta.

La brecha se cierra también en el frente de la Seguridad. El viceministro Sergio Berni restableció las relaciones con la DEA, que Nilda Garré había estropeado. Cristina Kirchner confía tanto en Berni que hasta le perdona algunas declaraciones que, en otro caso, serían condenadas por xenófobas en la cadena nacional. El coronel Berni es la respuesta que ensaya el Gobierno ante la demanda de seguridad. A los caceroleros, por ahora, les resulta indiferente.

Los funcionarios explican los gestos hacia Washington en la expectativa de mejorar el trato comercial. Pero hay un objetivo más urgente. Miguel Galuccio, que anunció un brumoso acuerdo de YPF con Chevron, iniciará esta semana un road show por varias capitales de los Estados Unidos en busca de capitales. Con la misma pretensión, y en nombre de la soberanía hidrocarburífera, irá a Londres. Galuccio puso su viaje en manos de la banca Morgan. Habrá que admitir que Kicillof, la otra voz del Gobierno en YPF, es más proclive de lo que se suponía al capitalismo transnacional..