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Vandalismo y cultura de violencia

La destrucción de lámparas de alumbrado público, el ataque y saqueo a escuelas o la mutilación de estatuas y monumentos constituyen signos inquietantes de una cultura de la violencia.

El vandalismo es un mal de las sociedades humanas tan viejo como el tiempo y que revela, según la acepción del diccionario de la Real Academia Española, un "espíritu de destrucción" que no obedece a motivo alguno o a causa determinada. Es como si se tratara de una violencia gratuita que se ejerce contra bienes públicos o privados por el simple afán de destruir, de causar daño, de entorpecer la convivencia urbana o interrumpir servicios como el alumbrado público y el funcionamiento de las escuelas o degradar la belleza de los monumentos.

La ciudad de Córdoba acumula muchos antecedentes al respecto, ya que varias de las mejores estatuas del Parque Sarmiento y de algunas plazas fueron mutiladas por los vándalos, al punto que, por prevención, algunas de las obras de mármol o bronce fueron retiradas de lugares expuestos al público. Fue una decisión acertada, porque esos bienes –algunos de gran valor artístico– fueron así resguardados de la depredación y, al mismo tiempo, aún pueden ser vistos y apreciados por los vecinos y los turistas.

Hay muchos otros ejemplos de vandalismo. Uno es la rotura sistemática de lámparas del sistema de alumbrado público, que deja a oscuras a calles y barrios enteros de la ciudad. La mayoría de las veces se trata de jóvenes y hasta niños que arrojan piedras con hondas para romper las luminarias. En líneas generales, se rompen seis de cada diez unidades que se instalan en los distintos sectores de la ciudad de Córdoba.

Para la Policía, hay casos y casos, pues puede tratarse de acciones vandálicas y sin motivo aparente, o de otro tipo, que tienen la finalidad de otorgar impunidad a delincuentes que asaltan a personas y casas de familia.

Sin embargo, algunos centros vecinales señalan otras causas, como la falta de mantenimiento del sistema o en el stock de lámparas. También han denunciado que en algunos lugares de la ciudad se comprobó que las lámparas venían falladas o que no tenían el voltaje correspondiente al potencial eléctrico que se utiliza. La cuestión, entonces, no es tan simple.

Pero si de vandalismo se trata, es menos simple todavía. La violencia soterrada que anida en gran parte de la sociedad, en especial entre los jóvenes, se expresa de maneras muy distintas y en muy diferentes escenarios.

Hay violencia familiar, escolar o barrial, y no sólo entre los sectores más marginales y pobres de la sociedad, sino también en los grupos de niveles medios y altos.

Dañar y saquear escuelas, mutilar estatuas o destruir a pedradas las lámparas del alumbrado público son hechos delictivos y como tales deben ser tratados. Pero también son signos de una cultura de violencia urbana que merece respuestas más globales por parte del Estado y la sociedad. En esa dirección, los gestos y las palabras de las autoridades tienen un doble valor.