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Uri Geller y la parábola del mago pródigo (V)

El controvertido mentalista será parte de la convención de ilusionistas más importante del mundo.

Hasta el momento he tratado de demostrar que no es casual ni paradójico que, próximamente, Uri Geller sea una de las grandes figuras que participará en la convención de magia más importante del mundo. En un extenso desarrollo cronológico, aunque nunca suficiente, fui estableciendo los vínculos de Geller con sus colegas y la admiración que le profesan reconociéndolo como el mentalista más controvertido e exitoso de todos los tiempos.

Uri ha hecho méritos suficientes para ganarse ambos atributos y no en vano su imagen sigue vigente después de más de cuarenta años de su audaz irrupción en el mundo del espectáculo.


Comenzaré por destacar dos de sus grandes contribuciones que, seguramente, ni él tenía proyectadas y surgieron con el devenir de los acontecimientos. La primera se relaciona con el campo de la Parapsicología y cómo Geller colaboró para desacreditarla gracias a los fervientes y esperanzados creyentes que vieron en él a "la gallina de los huevos de oro" o "la piedra filosofal".

La segunda contribución está ligada estrictamente al mundo del Ilusionismo y específicamente a la rama del Mentalismo.

El infierno tan temido

Cuando Geller fue invitado a participar en experimentos de parapsicología, probablemente nunca dudó en aceptar tal ofrecimiento porque sabía positivamente que -de salir airoso o no de estas pruebas- le servirían de gran publicidad para sus espectáculos. De hecho fue así y contó con la fortuna de toparse con gente bastante torpe e ignorante en cuestiones mágicas.

La apertura que había por entonces sobre los presuntos fenómenos parapsicológicos, fue un factor que ayudó para que el "efecto Geller" también tuviera cabida y fuera debatido en publicaciones del ámbito científico (por ej: Nature y New Scientist).


Cabe aclarar que Geller no iba a golpear las puertas de los laboratorios para que lo investiguen. Eran los investigadores que lo buscaban a él y estaban deseosos de tenerlo como "cobayo". Este error les costó caro y sucumbieron como cobras ante un encantador de serpientes, a tal punto que quedaron expuestos como neófitos y poco serios.

Estas críticas surgieron principalmente desde el mundo de los magos, quienes sabían que los ingenuos investigadores habían sido engañados por un colega y trataban de demostrarles que lo que ellos creían que eran fenómenos paranormales no eran más que habilidades de un buen ilusionista.

Incluso, en 1975, alguien del propio palo alertó sobre ese infierno tan temido que se transformaría en una profecía cumplida. Se trató del parapsicólogo Ramos Perera que, por entonces presidente de la Sociedad Española de Parapsicología, inició el primer capítulo de su libro con una "Carta Abierta a Uri Geller" y, entre otras cosas, se lamentaba de esta forma: "Tú no haces ningún favor a la parapsicología, sino más bien al contrario. De acuerdo que, en tus ascensiones, puedes beneficiarla, pero en tus caídas la hundes. Y somos muchos los que pensamos, Uri, que donde tú estás no es tu sitio. Que te ha elevado demasiado alto, pero con alas de cera, como Ícaro, que el sol va a derretir cualquier día de estos y, entonces, vas a caer arrastrando muchas cosas contigo. Yo no quiero -nosotros no queremos- que una de estas cosas sea la Parapsicología" [Perera, R. (1975) Uri Geller al descubierto. Sedmay Ediciones, Madrid, p. 25].

Y bien, la querida Parapsicología de Ramos Perera cayó como Ícaro y Geller siguió volando como Dédalo. Mientras "el ave Fénix-Geller" siguió brillando y beneficiándose con la controversia creada, el escepticismo hacia la parapsicología la fue hundiendo hasta enterrarla.


Renovación del Mentalismo

Las actuaciones de Geller y el gran impacto que provocaba en el público y medios periodísticos, fueron un gran estímulo para que los magos comiencen a desarrollar diversas formas de reproducir y superar algunos de sus efectos y, muy especialmente, el de las cucharas o metales doblados. Esto se ve muy bien reflejado en las tiendas de magia de todos los países, donde pululan los libros, DVDs explicativos y decenas de técnicas para realizar los milagros gellerianos.


La originalidad es un tesoro muy preciado en el mundo de la magia y algo no fácil de lograr. Geller la atesoraba y supo hacer de ella un gran espectáculo. Con pocos elementos (cubiertos, relojes y llaves) y gran audacia, dejó perplejo a medio mundo e imponiendo un estilo propio que, desde el punto de vista de la psicología del ilusionismo, es digno de admiración. Unos de los que mejor ha analizado esta faceta, fue el mago australiano Ben Harris en su libro "Gellerism Revealed: The Psychology and Methodology Behind the Geller Effect" (1985). Al igual que Harris he tenido la posibilidad de experimentar con el "efecto Geller" y los resultados fueron maravillosos.

Para concluir y legitimar lo expuesto hasta el momento, reproduzco la apreciación sobre Geller de uno de los mentalistas más destacados del mundo, Ian Rowland: "Según mi opinión, es un ejecutante extremadamente dotado con varios logros notables en su haber, y hay mucho para admirarle. También -y otra vez estoy expresando mi opinión personal- creo que el "doblamiento de metales" es el efecto de magia de cerca más exitoso de todos los tiempos, si se evalúa en términos de su impacto sobre el público general. Creo también que Geller ha probado ser extremadamente experto en construir una buena relación con la prensa y la televisión, comprendiendo la naturaleza de reciprocidad de esa relación. No nos olvidemos que logró la fama cuando apenas tenía veintitantos años. El hecho de haber manejado tan bien y tan exitosamente toda la atención que recibió de los medios, siendo tan joven, es realmente destacable y me sugiere no sólo que es muy listo e inteligente, sino muy precozmente talentoso. También admiro el hecho de que se las haya arreglado para mantener su perfil durante más de tres décadas, y que todavía sea muy conocido [Borgo, A. (2009) Entrevista a Ian Rowland. Pensar, Vol. 6, Nº 1, Enero-Marzo, p. 11].

Por lo tanto Uri, ¡bienvenido a casa!