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Unas PASO sin brillo, a tono con nuestra dirigencia

Por Julio Bárbaro. Esta campaña confirmó que los partidos políticos ya no existen y las propuestas son irrelevantes.

Elecciones complejas, generadas en una fuerte tensión entre el fanatismo y la desesperanza. El fanatismo en dos bandos, fruto histórico del miedo, mecanismo esencial para escapar de la duda que tanto necesitamos para reencontrarnos. Cuando los bandos son dos se impone una verdad y una esperanza fracturada. El bien y el mal no suelen diferenciarse demasiado, se entremezclan tanto que se vuelve necesario el fanatismo para cegar a los acólitos. Elección entre enemigos, marcada por el miedo al otro, a que gane el otro, a las consecuencias de lo que imaginamos como el triunfo del mal.

Una campaña también marcada con la corrupción, pero instalada en personajes acotados (aunque ciertamente nefastos), cuando todos sabemos que su extensión llega mucho más lejos y que además corroe las mismas bases de la concentración económica que genera la creciente pobreza.

Eso es lo que arrastramos hace décadas: nos lastimamos imaginando que el vencedor hará posible un mundo donde se haya eliminado al vencido. Antes eran golpes de Estado y los daños fueron desmesurados; hoy la misma democracia repite vicios que no logramos superar. El abrazo de Perón con Balbín fue el último intento de unidad, los violentos lo impidieron por las armas, ahora muchos reiteran aquellos odios con palabras. Algún imbécil se atreve a decir que tenemos la misma violencia que Venezuela, esos siguen soñando con la dictadura del proletariado, participan de una democracia a la que odian. Otro aporta su mediocridad ilustrada denunciado persecuciones y desaparecidos inexistentes para ver si llevamos la confrontación al límite de debilitar las instituciones. Muchos votan despreciando a la misma democracia, convocando a una pulsión de muerte que hace décadas no logramos superar.

Y la postmodernidad nos apabulla con candidatos a la par de la gente, con gente que explica al candidato los problemas que lo aquejan y los asesores imponen su impronta a la política. La corriente líquida armadora de los "no lugares" nos explica que lo nuevo es la negación de lo viejo, nos deja el sabor de envasado al vacío, o peor aún, que las formas ocupan el lugar dejado por la ausencia de ideas y propuestas.

Elecciones donde la política copia sin temor al ridículo las formas exitosas de las nuevas iglesias evangélicas. Como si la moda de los espectáculos nos ayudara a sostener la patética ausencia de ideas. Unos le ponen el acento a la mística y los otros a la gerencia. Unos reivindican el pasado y otros lo ocultan o lo niegan. Unos observan los datos económicos y los otros se apasionan por las encuestas. La política apabullada por el peso de los asesores, plena de odios y amores, en su brutal pobreza de explicaciones. Pareciera que hay acuerdo en compartir lo esencial, la ausencia de propuestas, que las riquezas están en muy pocas manos, que la clase media se cae a clase baja y que esta ingresa a la miseria. Y nos intercambiamos espejismos, mejoras en brotes verdes que habitan zonas donde viven pocos y sequías prolongadas que lastiman multitudes. Lo que es innegable: bajó el consumo, creció la deuda y los fanáticos se dividen en culpar al pasado o al presente; fuera de ellos se percibe que el daño es colectivo. Seguimos cayendo al son de dos melodías distintas y lo más positivo de la elección actual es que nadie tiene mayoría. Eso es bueno, nada causó más daño que los que alguna vez la tuvieron.

Los partidos políticos casi no existen sustituidos por rostros personales, por candidatos sin pertenencia. Dejamos de ser hinchada de un equipo -Boca o River- para seguir a un jugador que cuando se vende o se pasa nos cambia de lugar en la vida y en las mismas ideas. Ya no tenemos camiseta, sólo un número del lugar que ocupa nuestro jefe en las canchas, en distintas canchas. Los gobernadores deambulan como los intendentes, los sellos ideológicos perdieron vigencia y sentido, la televisión se comió al comité y a la unidad básica, no está bien visto pensar u opinar distinto al jefe, no hay más líneas internas, los que mandan las prohíben. Y hay "PASO" monocordes, monótonas, que reflejan la rigidez y la pobreza de las conducciones. Y la izquierda juega en la política con la misma agresividad que en los sindicatos, moviliza y exige en exceso sin asumir que ni siquiera ingresa al espacio de las candidaturas potables. Siempre apostando a ser originales, la derecha actual aprendió hoy lo que los movimientos sociales habían manejado con destreza ayer.

Las elecciones son imprescindibles para imponernos debates políticos que nunca terminamos de asumir. Elecciones casi sin partidos y sin propuestas, pero debates que obligan a escucharnos, a respetarnos, a salir lentamente de la demencia autoritaria o al menos a intentarlo.

Hay una confrontación entre democracia y autoritarismo, esa deberíamos darla por finalizada. Y el nacimiento de una alternativa democrática al partido que hoy gobierna, porque sin oposición no hay gobierno posible. Y no hay democracia entre enemigos, solo es viable entre adversarios.

En estas elecciones no habremos de encontrar el rumbo, pero sí una mayor conciencia de la gravedad de nuestros conflictos. Y eso ya es bastante, aunque no todavía suficiente. A una sociedad con odios fuertes y amores lábiles no le resulta fácil forjar un destino colectivo. Pero votemos, estamos obligados a intentarlo.

Por Julio Bárbaro para Infobae