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Una muerte que es justicia regresiva

La muerte de Osama bin Laden no implicará la desaparición del llamado terrorismo islámico. Por lo demás, desde el punto de vista de la justicia, es una ominosa regresión al pasado.

La exaltación producida en Estados Unidos por el asesinato de Osama bin Laden sirve, entre otras cosas, para describir el crepúsculo militar de la superpotencia occidental. Desde Vietnam en adelante, las otras aventuras bélicas donde se vieron directamente involucrados –Irán, Irak y Afganistán– concluyeron en fracasos que hundieron a su pueblo en la decepción.

Apenas si pueden incorporarse a ese gris inventario algunas victorias escasamente presentables. Por ejemplo, el bombardeo a Panamá para capturar al dictador Manuel Antonio Noriega, acusado de realizar narcotráfico en gran escala con destino a la Unión; el bombardeo a Grenada para aplastar al ala comunista de la coalición de izquierda que, golpe de Estado mediante, se hizo con el control del país centroamericano derrocando y asesinando al líder populista Maurice Bishop; el bombardeo a Belgrado, para terminar con la genocida operación de limpieza étnica lanzada por Slobodan Milosevic en una Yugoslavia que se desintegraba, y el bombardeo en Kosovo que detuvo nuevos horrores racistas.

La desaparición de Bin Laden no implicará la desaparición del terrorismo, mientras Estados Unidos persista, por caso, en su errónea y fracasada política en Medio Oriente. Quienes suceden a un jefe extremista suelen adoptar posiciones aún más extremas.

Las muertes de Benito Mussolini y Adolf Hitler pudieron adelantar el final previsible de la Segunda Guerra Mundial. La muerte del extremista saudí no es homologable con ellas. Simplemente porque el llamado terrorismo islámico, que él representaba como nadie, aunque fue adiestrado por la CIA, no es producto de un solo país. La suya fue una guerra subterránea contra Estados Unidos y algunos de sus fieles aliados. Pero es una guerra que no tiene un frente definido al estilo clásico. En ésta, es todo el planeta, como lo prueban los atentados que se han registrado antes y después del 11-S en Europa, África y Asia, entre otros puntos.

Desde el punto de vista de la justicia, es una ominosa regresión que un Estado que durante casi dos centurias hizo de la defensa de los derechos humanos una de sus banderas más limpias y altas, se abandone al crimen, una tendencia que se extiende e incluye a países como Libia, Colombia, Israel y Rusia, que perpetran "asesinatos selectivos" dentro y fuera de sus fronteras.

Con todas sus imperfecciones, sobre todo cuando los jurados actuaron dominados por pulsiones racistas, Estados Unidos tenía uno de los mejores sistemas judiciales del mundo. Parece que está quedando sepultado bajo los cimientos excavados para construir la inhumana cárcel de Guantánamo, luego de que la Corte Suprema convalidara la aplicación de torturas a los casi 800 presuntos miembros de Al Qaeda encerrados en sus celdas, toda una vejación perfectamente planificada para la dignidad de la condición humana.