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Triunfo peronista, no K

*Por Carlos Pagni. Juan Manuel Urtubey consiguió ayer la reelección como gobernador de Salta. El kirchnerismo intentará, en este caso con pocos argumentos, presentar el resultado como otro jalón provincial de una marcha triunfal hacia octubre.

Sin embargo, Urtubey se aplicó durante la campaña, y siguió haciéndolo anoche, a que su victoria sea percibida como la ratificación de un liderazgo local.

Hace dos semanas, mientras esperaba la visita de la Presidente, Urtubey se definió en estos términos: "No soy candidato K; soy el presidente electo del Partido Justicialista de Salta.

Obviamente, la conducción real del PJ la ejerce Cristina. Pero la provincia tiene una elección muy local y desdoblada de la nacional. Acá se elige una propuesta para los problemas que tenemos los salteños". ¿Temía Urtubey, cuando hizo esas aclaraciones, que la Presidenta lo arrastrara hacia un fracaso? No. Temía que lo vampirizara en el éxito. Anoche, en diálogo con LA NACION, agregó: "Voy a seguir militando por un peronismo conducido por la Presidente, pero insistiendo en que debe ser peronista y abierto".

La preocupación de Urtubey por destacar su autonomía expresa la principal tensión que atraviesa al PJ en estos días: el marketing de la Casa Rosada, que pretende convertir a Cristina Kirchner en el sujeto excluyente de una eventual victoria nacional, es peyorativo para el resto del oficialismo. El axioma "Ganó Cristina" lleva oculta la consigna "Cristina no necesita de nadie".

Es curioso que alguien que, en apariencia, es tan reacio a los monopolios, disfrute tanto construyendo un unicato. Sin embargo, la carrera hacia la reelección se sostiene hoy en la prescindencia del aparato oficialista. Es el movimiento inverso al de las testimoniales de 2009. En aquel entonces, los gobernadores y los intendentes eran obligados a postularse para cargos que después no ejercerían. Después se supo: había que socializar una derrota. Ahora, cuando suponen que las encuestas han vuelto a sonreír, esos caudillejos ignoran si se los tendrá en cuenta para confeccionar las listas.

El triunfo de Lucía Corpacci en Catamarca y el empate de Carlos Eliceche en Chubut refuerzan la teoría según la cual los liderazgos territoriales o corporativos son desdeñables frente al irresistible atractivo presidencial. Es el dogma que se le impone a Daniel Scioli, a quien Cristina Kirchner mortifica con su alianza con Martín Sabbatella, o a Hugo Moyano, que imagina su acto del próximo 29 como un gran piquete preventivo ante la eventualidad de que el Gobierno ejerza su enorme influencia en la justicia federal y lo meta preso.

Como resultado de esta dinámica, la posibilidad de que la Presidenta se haga reelegir ya no aflige sólo a sus rivales; también comienza a inquietar a sus seguidores. Hay cada vez más dirigentes partidarios, sindicalistas y funcionarios del gabinete que sospechan que ese triunfo puede significar, por su genética, la derrota de ellos mismos.

Urtubey aspiraba anoche, con la provincialización del resultado, a sustraer su victoria del voraz triunfalismo de la Casa Rosada. Esa pretensión es más que simbólica o estética. El sabe que sólo escriturando a su nombre los votos salteños tendrá derecho a participar en la confección de la lista de diputados nacionales del PJ, que la Presidenta se ha reservado para sí en todas las provincias. Esa táctica se corresponde en el caso de Salta con una política: el kirchnerismo duro, el de Carlos Zannini, Julio De Vido u Oscar Parrilli, respaldó la fórmula de Walter Wayar, que llevaba como segundo a Jorge Gaymás, el hombre de Hugo Moyano en la provincia. Anoche ese binomio se ubicaba tercero, con dificultades para alcanzar el 10% de los votos. Lo superaba con amplitud Alfredo Olmedo, que alegró la noche de Mauricio Macri. ¿Perdió la Casa Rosada en Salta? El homenaje de Urtubey a la Presidenta será no subrayarlo. Pero tendría derecho a hacerlo.

Sería un error, sin embargo, desvincular la candidatura de Urtubey de la historia kirchnerista. El gobernador reelecto anoche fue uno de los primeros y más jóvenes dirigentes del interior que se incorporaron al oficialismo inaugurado por los Kirchner en 2003. Su vínculo principal fue la entonces senadora Cristina Kirchner, con quien Urtubey -que ejercía la presidencia de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados- coordinó la estrategia institucional del Gobierno. Dos instrumentos cruciales del nuevo orden, la remodelación del Consejo de la Magistratura y la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia, pasaron por sus manos. Esa inserción y la ruptura entre la Casa Rosada y el gobernador Juan Carlos Romero ayudaron a Urtubey a avanzar hacia el control de la provincia en un proceso que terminó de coronarse anoche. Fue un tránsito accidentado: en 2008 debió callar y tragar saliva cuando la Presidenta eligió la ciudad de Salta para librar una de sus batallas retóricas contra el campo.

Sin embargo, Urtubey no es una planta del vivero kirchnerista. Su padre, Rodolfo, fue presidente de la Corte de Justicia provincial y pertenece al círculo áulico de Romero. Su tío materno fue el ex ministro del Interior de Carlos Menem, el ya fallecido Julio Mera Figueroa. El agregó a esa herencia un entramado personal. Gracias a su hermano Alejandro -abogado de la Federación de Luz y Fuerza-, tendió un puente con el gremialismo antimoyanista y, también por esa cuerda, con Juan Carlos Mazzón, el gerente de los Kirchner en la interna del PJ. En su paso por la Cámara, Urtubey cosechó otro rosario de contactos, a veces sorprendentes por lo variados: van desde Vilma Ibarra hasta Graciela Camaño, pasando por José María Díaz Bancalari y Florencio Randazzo. Esa agenda se extiende más allá del peronismo, y puede llegar hasta Gabriela Michetti o Alfonso Prat-Gay.

Hace dos años, Urtubey quiso poner esta red al servicio de un ensueño nacional. Con la declinación de Néstor Kirchner, muchos jóvenes peronistas se imaginaron protagonistas de un nuevo ciclo político. Del experimento quedó una foto: Sergio Massa, Pablo Bruera, Diego Santilli, Cristian Breitestein, José Eseverri y Emilio Monzó, cubiertos por el poncho salteño con que los revistió Urtubey en un viaje a la provincia. El vínculo más perdurable de aquel retrato es el de Urtubey y Massa, el intendente de Tigre, quien exhibe niveles de popularidad que desvelan a Daniel Scioli.

La muerte de Kirchner despertó a Urtubey de la fantasía de integrar una fórmula presidencial con Scioli, como elucubraba Alberto Fernández. Pero la mejoría de imagen de la viuda lo obligó a recalcular su itinerario. En el avión presidencial rumbo a Kuwait, Qatar y Turquía, el gobernador reconquistó la distancia justa con Olivos: ni tan cerca como para quedar calcinado, ni tan lejos como para morirse de frío.

La adhesión de numerosos kirchneristas a la fórmula perdedora lo ayudó a mantenerse anoche en ese justo medio. Urtubey se propone aprovechar la victoria para intervenir y, en la medida de lo posible, liderar el poskirchnerismo. Por razones de edad -cumplirá 42 años el próximo 6 de septiembre-, para él ese proceso está sólo postergado. Su plan es constituir su personalidad política a través de negativas que preserven su figura delante de los sectores medios, cruciales también en Salta (para el triunfo de ayer se asoció al Partido Renovador, de centroderecha, cuyos simpatizantes acaso rechacen al gobierno nacional). La inauguración del voto electrónico, que se vuelve más apreciable después de la patética experiencia de Chubut, va en esa dirección. Igual que su veto a Moyano para integrar una fórmula con la Presidenta. "Antes debe aclarar sus problemas con la Justicia", dictaminó, con lo que castigó también al padrino de sus opositores internos.

La provincialización del resultado electoral, en la medida en que supone un límite al avance del Gobierno, se inscribe en esta estrategia. Urtubey sigue pensando en la Nación y sabe que la idea de un triunfo estelar y solitario de Cristina Kirchner puede ser la antesala de una iniciativa que lo amenazaría a él y a muchos otros con una nueva prórroga: el lanzamiento de una reforma constitucional para consagrar la reelección indefinida.