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Todo lo vence el hombre, menos el hambre

*Por Jorge Argüello. El hambre es consecuencia de la pobreza, pero también una de sus principales causas. Un círculo vicioso que, para romperse, necesita mucho de las naciones más desarrolladas.

Viejas generaciones de países europeos muy desarrollados todavía recuerdan con emoción la ayuda en alimentos que siendo niños llegaba desde la Argentina a sus hogares, cuando eran acorralados por la necesidad y el hambre posterior a la Segunda Guerra Mundial. Seis décadas después, muchos de ellos evocan todavía ese gesto, agradecidos, hoy desde una ancianidad segura.

Entre nosotros, esos mismos fantasmas europeos de medio siglo atrás nos rondaron por la crisis de 2001, pero 10 años después y tras una serie de eficientes políticas sociales, el Mapa del Hambre 2011 –difundido por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– devuelve a la Argentina al grupo de naciones con menos problemas de desnutrición.

Mil millones de personas. En América latina, a la par de México, Uruguay, Chile y Costa Rica, las políticas de seguridad alimentaria desplegadas por el Estado argentino –con especial énfasis desde 2003– llevaron al país a la categoría "extremadamente baja", en un ranking siempre enojoso que establece también los escalones de "moderadamente baja", "alta" y "muy alta".

Así, mientras Haití registra una desnutrición "muy alta", mayor al 35 por ciento, la República Dominicana y Bolivia sufren una tasa "moderadamente alta", entre 20 y 34 por ciento.

Las estadísticas generales son estremecedoras. Al menos mil millones de seres humanos padecen desnutrición. Esto es, carecen de alimentos suficientes para estar saludables y llevar una vida activa. "El hambre y la desnutrición –concluye el informe– son considerados a nivel mundial el principal riesgo a la salud, más que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas". Medido fríamente en dinero, a las naciones en desarrollo esto les cuesta por año 450 mil millones de dólares.

El programa de las Naciones Unidas llama la atención, además, sobre un tipo de hambre oculto, que es "producto de la deficiencia de micronutrientes y hace a las personas más susceptibles a las enfermedades infecciosas, perjudica el desarrollo físico y mental, reduce la productividad laboral y aumenta el riesgo de sufrir una muerte prematura".

Si, como desafiaba Séneca, "todo lo vence el hombre menos el hambre", entonces hoy más que nunca la ayuda del prójimo, la de un pueblo hacia otro, la de las organizaciones multilaterales hacia las sociedades más vulnerables, son imprescindibles para rescatar a las víctimas allí donde estén y evitar, sobre todo, la multiplicación del crimen.

Valiosa muestra de ello es el hecho de que, sólo en 2009, el Programa Mundial de Alimentos (PMA), una organización de ayuda humanitaria fundada en 1962 como parte del sistema de la ONU y financiada por donaciones voluntarias, atendió al equivalente a casi tres poblaciones argentinas enteras afectadas por la desnutrición, en más de 70 países.

Desastres naturales, guerras o conflictos civiles pueden provocar las peores emergencias alimentarias. Desde su creación, el PMA ha salvado vidas, pero también ha protegido como pudo los medios de subsistencia de muchos pueblos en emergencia, además de ejecutar políticas de más largo plazo para reducir el hambre y la desnutrición.

El PMA describe en su último informe que entre las principales causas del hambre están los desastres naturales, aunque es el propio hombre el que se lleva la mayor responsabilidad en la lista de razones: conflictos, pobreza evitable, falta de infraestructura agrícola, sobreexplotación del medio ambiente y, en forma más reciente, las crisis financieras y económicas.

La subnutrición crónica, dicen los expertos, obstaculiza el desarrollo intelectual y físico de los niños, impide a las personas llevar una vida sana y productiva y menoscaba el desarrollo económico de los países.

La respuesta argentina. A esa apreciación es a la que responden los programas de asignación universal por hijo (AUH) y, más recientemente, el de la asignación por embarazo para protección social, encarada por el Estado argentino en el marco de políticas públicas más amplias, sociales, laborales y previsionales.

El hambre es consecuencia de la pobreza, pero también una de sus principales causas. Un círculo vicioso que, para romperse, necesita mucho de las naciones más desarrolladas, en un marco de equilibrio económico, financiero y comercial que deje de marginar a los países más pobres.

Este Mapa del Hambre 2011 determina que con sólo 25 centavos de dólar se garantiza "una taza de alimentos que contenga todos los nutrientes necesarios para un día". Para las donaciones voluntarias de personas, organizaciones privadas y estados, el eslogan es "Llena la taza". Con apenas un dólar, se llenan cuatro.

Recientemente leí que un conocido magnate británico ofreció unos 75 mil millones de dólares por el manejo y la explotación del negocio de las carreras de Fórmula 1. ¿Hacia dónde corremos?

Evita, que lideró la ayuda alimentaria a esos hogares de la Europa de posguerra, gozaba de la amistad de Santos Discépolo. Y ese filósofo popular decía: "Hay un hambre que es tan grande como la del pan y es la de la injusticia: la de la incomprensión".