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Separados: si adopta uno, sepa cómo alimentarlo

Este mundo abunda en mujeres desprevenidas con vocación de víctimas, y por eso no faltan aquellas que agarran viaje con un recién separado, ya sea porque él todavía está para el garrotazo o sencillamente porque tiene ese “no sé qué” que conmueve los corazones femeninos.

Ese diapasón que tanto nos seduce no es otro que el de un bebé o el de un dulce cachorrito abandonado...Y también porque llegando a los cuarenta el mercado de varones se pone muy escaso y muchas hermanas se arriesgan  a afrontar  el trabajo que da un señor que viene moldeado por otra mujer.

A poco de usarlo, descubrirá que entre un cachorrito y un pitecantropus erectus –o entre un bebé y un zanguango crecidito– median algunas distancias exasperantes. No le pedirá, a lo gatito, sólo "parte" de su tiempo" exigirá tiránicamente "todo su tiempo emocional". Como un bebé, le pedirá la teta; y aunque usted se la dé, igual estará pensando en la de ella. Resumiendo: el pelmazo va a exigirle demasiadas cosas sin ofrecer a cambio más que su graciosa presencia.

Si bien podemos reconocer, con un cachito de cinismo, que una pareja no es otra cosa que una cooperativa de problemas a resolver entre dos, en este caso él aportará el capital y usted la experiencia. Pero veamos más concretamente qué es lo que ellos esperan de usted. En primer lugar, una oreja inmensa donde volcar:

a) su espantosa soledad (como si fueran los dueños exclusivos de esa condena);
b) detalles pormenorizados de su antigua vida matrimonial, incluyendo lo felices o desdichados que fueron, obvio es remarcar lo desagradable que resulta oír cualquiera de esos ítems –en particular la versión "dichosa"– de boca de un señor al que supuestamente amamos;
c) infernales rollos con sus criaturas (las criaturas de él, por supuesto; si usted tiene algún crío, más le vale guardarlo en el lavarropas mientras el mozo está de visita);
d) espurios temas de dinero: que cuánto le tiene que pasar a su ex, que si es mucho o muchísimo, que si puede o no puede... No se sorprenda si un día descubre que lo está manteniendo;
e) eventuales ataques de impotencia con espinosas charlas-debate sobre si el problema es por él, por usted, o... ¿adivine por quién? ¡Acertó! ¡Por... ella!

Riesgos a corto plazo

Supongamos que usted, de puro masoca o enamorada (¿no serán sinónimos?) esté contenta de hacerse cargo de ese hombre.
Imaginemos que está dispuesta a iniciar este apostolado con la paciencia de Sor Teresa, el sex-appeal de Jenifer López, el swing de Barbra Streisand y todas las dotes culinarias de Doña Petrona –no menos que todo esto le hará falta para la empresa.

Sin embargo, nada de lo antedicho será suficiente para retener a un divorciado flamante. Así como, según la leyenda, la novia del estudiante no es la esposa del profesional, la primera mujer de un divorciado no suele ser "la mujer" del mismo. Siendo el matrimonio tan plomizo, tan falto de horizontes (tan poco excitante, bah), los varones suelen salir de ese estado civil repletos de fantasías libertarias. Una secreta voz –al comienzo muy ahogada por el llanto y los raudales de auto compasión – les dicta que, con un pequeño esfuerzo, serán envidiables ejemplares de latin lovers, de recontra supermachos irresistibles. En síntesis: luego de haberle humedecido toda la casa con sus moqueos, se atendrán al dicho y... ¡pájaro que se consoló, voló!

Allí irán con su pájaro en busca de rumbosos destinos hasta terminar ensartándose con otra dama que, por supuesto, es parecida a usted, sólo que sin uso. He aquí otro de los motivos de la gran huida: "usted ya está usada" y, si me lo permite, de la peor forma; ha sido para él la "mujer kleenex", una excelente seca mocos, pero básicamente una testigo. En esos azarosos momentos posdivorcio lo habrá visto: temeroso, cursilón, nostálgico, indefenso, pusilánime, arrepentido... En verdad, nada nuevo para una mujer, pero como los varones la juegan de otra cosa, a la única a quien le perdonan haberlos observado tan al descubierto es a su propia mamita.

Toda aquella dama que haya apreciado este espectáculo, a la larga o a la corta terminará en un corazón masculino tal cual la mujer de Lot: convertida en estatua de sal. Por supuesto, ninguna fémina tiene la culpa de esto y, justo es decirlo, tampoco la tienen ellos. Pero así suelen ser las reglas del juego.

Tómelos o déjelos; ámelos o écheles flit, pero insisto: para divorciados, búsquese uno usadito.