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Se nos va el año

*Por Arnaldo Pérez Wat. No hay que preocuparse por el paso del tiempo. Ya lo dice el refrán: "No dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana".

Ed Howe dice que cuando un hombre se está lamentando porque la vida es muy corta, está haciendo algo para matar el tiempo. En cierta medida es lo que advierte Herbert Spencer al definir el tiempo como lo que se trata de matar, pero que al final termina por matarlo a uno.

No hay que preocuparse mucho por el paso del tiempo. A veces, el mejor empleado es el que se pierde. Ya lo dice la sentencia popular: "No dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana".

Henry David Thoreau es contundente: opina que el hombre no puede matar el tiempo sin herir la eternidad. A lo mejor es cierto, pero objetivamente; porque la eternidad, como Dios, no tiene tiempo.

Tampoco tiene movimiento. En cambio, el tiempo es movimiento. Así que cuando, subjetivamente,

ante la proximidad de un nuevo año, nos quejamos de que el tiempo vuela o de que pasa con rapidez, estamos acertados; y se equivoca el que afirma que nosotros pasamos y el tiempo queda. El tiempo es movimiento e, inversamente, el movimiento es tiempo. Y, desde lo metafórico, el tiempo es oro, pero lamentablemente su tiempo no lo es.

El número del movimiento. Fue Aristóteles el que definió el tiempo como el número del movimiento, según lo anterior y lo posterior, y su concepción rige todavía en cierto sentido. Cuando se acerca el instante en que va a ser la 0 hora del 1º de enero, se acude a los números en el hogar y, a coro, se inicia una cuenta regresiva durante, digamos, unos 10 dígitos. Es un momento emotivo y curioso. La emoción es contagiosa pues el momento lo amerita, y es curioso porque, en el contar, se hermanan el tiempo objetivo (del reloj) con el subjetivo (el fluir de la conciencia) que es, en este caso, prácticamente igual en el ser más pequeño y en el mayor.

Traspuesto el umbral del flamante año y después de algunas copas, comienzan las reflexiones sobre lo temporal, por lo general sin el aporte de algo nuevo. Obvio: si alguien explica hoy un nuevo concepto de tiempo, pasa a figurar en las enciclopedias.

En una reunión, no falta el que en el brindis añade: "Que en este año que comenzamos, se cumplan todos los deseos de ustedes". Desde luego que no habla literalmente, puesto que se avecina un año electoral y es difícil que sean todos del mismo partido. Análogamente, terminada la fiesta, cuando se despide a un invitado, suele augurársele que se cumplan todos sus deseos. Es asimismo una manera metafórica de expresarse, como cuando decimos "todo el mundo salió a recibirlo", difícil que salga todo el mundo.

Al decir "todo", se le está echando una maldición, como lo revela una conocida anécdota, que muestra que no debemos pedir absolutos, sino sólo lo esencial para lograr la felicidad.

Un truhán de lo más bajo se accidentó y apareció en el cielo. ¡Sorpresa! Lo recibió una delegación de vírgenes. Además, todo lo que pedía, se le otorgaba: campos de golf, caballos de raza, champán y hasta beber sin límites. Estaba comenzando a hastiarse y fue a la ruleta, pero ganaba en todos los tiros. Más aburrido, fue a quejarse a Gabriel: "El atractivo del juego radica en que uno no sabe lo que le espera; a veces pierde y lo recupera; otras veces, no. Aquí estoy acertando mis apuestas".

"No hay ningún problema –repuso el arcángel–, usted nos dice en qué tiro quiere ganar y en cuál quiere perder y lo arreglamos en el acto". "Basta, no resisto más; esto es insufrible –gritó el tránsfuga–, prefiero mil veces el infierno". Y le respondieron a coro: "Se equivoca, éste es el infierno".