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Ruptura para el odio y crepúsculo para las ideas

* Por Miguel Pérez Gaudio. El destino que injustamente podría aguardarnos sería el de saber que el gran partido ganador será el del gatopardismo, como una simulación y a la medida de que todo cambie para que todo siga igual.

En la próxima contienda electoral –municipal, provincial y nacional– no sólo se juegan los cargos ejecutivos y legislativos del Estado y sus gobiernos sino que, en el contexto mayor de la democracia de sustentabilidad imprescindible, se juega el sentido de la política y de los políticos.

Sus posicionamientos, estrategias de marketing e inmejorables oportunidades para reivindicarse de manera trascendente y saludable se polarizarán entre dos opciones: la ruptura para el odio y el crepúsculo para las ideas.

La ruptura. La estrategia de la ruptu-ra significaría romper con lo peor que sabemos de la política y de los po-líticos: las in-conductas; las alianzas vengativas o traicioneras de los principios del bien común; las sutiles formas de corrupción en potencia; el confundir compromisos auténticos con declamaciones para seducir a los electores; la incapacidad para reconocer sus miserias y limitaciones, ya sea para la autocrítica reivindicadora o para negarse a postulaciones para las que no se tienen capacidades integrales.

Todo ello debe transparentarse, incluyendo el origen real de los fondos proselitistas, como antídoto anticorrupción, para saber quién o quiénes lo financian.

Esta responsabilidad les cabe a las estructuras políticas en que se sostendrán las candidaturas –de los partidos, alianzas o movimientos–; a los propios candidateables o autocandidateables y, por qué no, a los analistas, críticos y conocedores de su misión de hacer las lecturas de las postulaciones para el esclarecimiento de la ciudadanía, en las que el periodismo cumple una función extraordinaria y puede crear secciones especiales y sostenidas.

El crepúsculo. Frente a la ruptura que significa la transformación profunda, la oportunidad de la clase política –estructuras y protagonistas– es rehacerse con una visión y una misión que la dignifique, reposicione y le permita habilitar un período ejemplar del sentido y la esperanza democrática.

Si las campañas se van a teñir de odio, el crepúsculo (claridad antes de salir el sol) del escenario de la sociedad dejará de ser, en el mejor de los casos, una utopía posible con la que tenemos obligación y derecho de soñar.

Pero dicha luz requiere fundamentalmente de ideas, de un conjunto de propuestas renovadoras para un mundo ansioso de cambios.

Las ideas exigen creatividad desde las realidades; propuestas materializables con perspectivas y futuro; brillantez y sentido común en sus contenidos, acompañados, de manera inexorable, por los cómo, que articulados en esas dimensiones anunciadas, deben convertirse, más que en creíbles, en confiables por la solidez con que se presentan al ruedo de las honestas y fraternales confrontaciones.

Si triunfan el odio, los ideologismos fundamentalistas, los rencores "argentinistas" de los eternos antagonismos entre los unos y los otros, de las fuerzas políticas que sólo cambian de marca pero no de principios para ofrecerse como agencias de colocaciones ventajistas, el destino que injustamente podría aguardarnos sería el de saber que en las elecciones de 2011, el gran partido ganador será "el partido del gatopardismo", como una simulación y a la medida de que todo cambie para que todo siga igual.