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Relatos chocadores

Proclaman la unidad teórica de los argentinos. En la diversidad de ideas y metodologías. Insisten en la necesidad de buscar el diálogo reparador y la concertación de objetivos.

Por esa senda discurrieron verbalmente la semana que pasó, entre otros, la intendenta de Rosario, la socialista Mónica Fein; el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, ariete de una fuerza de centroderecha por ahora difusa y concentrada en la ciudad de Buenos Aires, y nada menos que la presidenta Cristina Fernández que, en la tercera etapa consecutiva K, conduce el polifacético peronismo mayoritario y soporta algunas rebeldías, como la del hasta hace poco socio principal, el secretario general de la CGT Hugo Moyano. "Tenemos que escucharnos y entendernos por encima de enfrentamientos y confrontaciones estériles", dijo Fein durante los festejos del bicentenario de la creación de la bandera por parte de Manuel Belgrano. "Nuestra voluntad es la de trabajar en común", sentenció Macri en medio de la polémica por la administración irresuelta del subterráneo de la Capital Federal, para fastidio de sus habitantes y de pobladores del multitudinario conurbano bonaerense. "Aprendimos que enfrentados no hemos ganado nada", aseguró en el tramo final de su largo discurso ante la Asamblea Legislativa la primera mandataria, que sorprendió en varios temas para despiste de los analistas.

Sin embargo, quedó en evidencia que por una franja transitan las buenas intenciones, como las que predicaba Martín Fierro al fijar la primera ley de los hermanos para no ser devorados por los de afuera, y por el otro la realidad, donde se cruzan intereses concretos, proyectos contrapuestos y una cuota no menor de fanatismo irreconciliable a favor o en contra de uno o de otro. Después de haber triunfado en octubre con el 54% de los votos, el horizonte pareció despejado para Cristina, pese a que la crisis internacional y los desbarajustes estadísticos en una economía floreciente la obligaron a anunciar la configuración de una "sintonía fina" con reconvenciones para corporaciones empresarias y sindicales.

"Basta de avivadas", avisó en el país de los pícaros, luego de reponerse de la operación de tiroides que tanta zozobra había provocado en la ciudadanía. Pero muchos, propios del Frente para la Victoria y extraños, no se dieron por enterados. Así empezaron a surgir como hongos los conflictos.

Hubo un reproche puntual para Repsol-YPF, controlada por el hispano Antonio Brufau, porque el año pasado hubo que importar combustible por casi 10.000 millones de dólares. Se le exigieron inversiones y la no repatriación de dinero, mientras usinas ultra-K (incluso alimentadas por el gobernador de Chubut, Martín Buzzi) agitaban al fantasma de la compra de la compañía o la intervención, lo que en la práctica resultaría una expropiación.

"Río Negro" comentó en esta misma columna, el último domingo, que esas medidas drásticas eran improbables, por el efecto negativo que cosecharía Cristina en España y el G20, prueba a la que ella no pensaba someterse. "Como a Néstor, le gusta tirar de la cuerda, pero no come vidrio", hizo notar un pingüino a este diario, gratamente conmovido por el reconocimiento a la prensa que hizo el dictador Jorge Videla, en el sentido de que "el peor momento" de los militares genocidas "llegó con los Kirchner".

Cristina dejó latente cualquier resolución sobre la petrolera rectora: aclaró que no le temblará el pulso si no responde a las expectativas del gobierno central y de las provincias productoras de hidrocarburos para garantizar la provisión de gas y naftas. Y sobre Malvinas, otro problema que fue escalando en intensidad verbal a partir de la insólita acusación hecha por el premier inglés David Cameron sobre la calidad de "colonialista" de la Argentina, no sólo machacó con la línea abierta en las Naciones Unidas por la Unión Cívica Radical en 1965, durante el mandato de Arturo Illia, sino que propuso más frecuencias de vuelos aéreos a las islas. Con una salvedad: no serían operados por la chilena LAN sino por la nacional AA. En este asunto de Estado la oposición casi no tuvo notas disonantes.

Una de las cuestiones que acapararon la atención política fue la polémica con Macri por los subtes, que llegó precedida de una grave tragedia, el accidente en Once de un tren de la línea Sarmiento que dejó 51 muertos y más de 700 heridos. El luctuoso episodio alteró el ánimo de la ciudadanía, que estalló por la pésima calidad del servicio y el desvío de subsidios, que en lugar de amparar a la franja más débil de usuarios tuvieron destinos como mínimo inadecuados, según las conclusiones de la Auditoría General de la Nación, dirigida por el radical Leandro Despouy y conformada por una mayoría oficialista. Cristina disparó munición gruesa contra Macri. "No se trata de una compra de zapatos, para devolver la concesión con tanta facilidad", lo amonestó. Y le pidió, como abogada, que se hiciera cargo de lo firmado.

Los funcionarios del PRO se sintieron defraudados e interpretaron que el gobierno estaba buscando un rival y que Mauricio "les vino como anillo al dedo". La pelea, que parece inoportuna, quedó abierta. Cristina le exigió que se hiciera cargo de la situación como ella y su esposo asumieron la presidencia en el 2003, sin beneficio de inventario. Destacó que hubo que pagar casi 20.000 millones de dólares para terminar con los juicios por "el corralito" y el "corralón" y así justificó la imposibilidad de destinar más fondos a reparar el desastre ferroviario. Por estas horas varias consultoras pulsan la opinión pública para determinar cuál imagen resultó más dañada.

Cierto es que la referencia excluyente de Cristina en el firmamento político autóctono ahora se topa con una estrella que en el plano nacional estaba apagada y pretende brillar con luz propia.

El Partido Socialista, de Hermes Binner, y los radicales de Ricardo Alfonsín, por su lado, están tan ocupados en atender sus cuitas internas que poco hacen para opacar al cristinismo y levantar un programa alternativo atractivo. En paralelo, el Ejecutivo no descuida un aspecto esencial: la caja. Para volver a engrosar su contenido, enfrentar gastos y morigerar reclamos que llueven, enviará un proyecto para poder usar más reservas del Banco Central. Argumentó que la función del ente dirigido por Mercedes Marcó del Pont no debe ser sólo la de cuidar la estabilidad de la moneda sino, con autonomía del Poder Ejecutivo, regular y controlar a las entidades financieras, a las que culpó del descalabro de la Argentina de los 90 y de la Europa contemporánea.