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Palputeando el Mundial: crónica de una inadaptada

Para cualquier persona que no ame el fútbol, los preludios del Mundial ya son una desdicha, una comienza a sentir que si cinco mil millones de personas están de acuerdo en que es maravilloso, algo nos falla.

El Mundial me harta pero como las inundaciones, como los vientos alisios, como la salida del sol o de la luna, indefectiblemente llegan y pese a su cronometrada fatalidad nunca me agarra lo suficientemente preparada. Me falta templanza  y me sobra espíritu crítico. Pese a que siempre termina con mis nervios, cada cuatro años elaboro técnicas  para huir o asimilarme. Todo es inútil.

Para cualquier persona que no ame el fútbol, los preludios del Mundial ya son una desdicha, una comienza a sentir que si cinco mil millones de personas están de acuerdo en que es maravilloso, algo nos falla. Tal vez carecemos del gen del la solidaridad, la comunión, la diversión planetaria o ese mínimo componente de mosca que tan felices hacen a los demás. Lo cierto es que, a medida que se acerca la fecha siento  que la conspiración de los felices me cerca. Los premios me vuelven loca, temo que el  modesto acto de comprar un yogurt me sorprenda con un pasaje para Brasil, que una Coca me deparara  el muñequito de Agüero con su culito de computadora o, más terrible, el de Di María de culito inimaginable. Y había una última  imagen de pesadilla: ¿si me ganaba ese por el cual tenía que viajar con una hinchada y además Sabella me explicaba el Mundial? Comencé a tener pesadillas. Aun en los programas más alejados del tema inventan concursos:

-"Si el  público puede contestar qué dedo suele usar para hurgarse la nariz Messi... ¡Siiiii se ha ganado un viaje al Mundial!!!!. La gente responde a tan apasionante acertijo mandando cartas por millones.  Todas y cada una de ellas demuestran que a este país le gusta el fútbol y que somos Arrrgentinos! y un pueblo experto en hurgarse los mocos. ¡¡¡Andá!!!

Vivir entre zombies

Durante treinta días viviremos entre zombies. Todo aquel que circule por la calle en alguna parte de su anatomía seguro que lleva conectada una radio. Toda reunión social, desde un cumpleaños hasta un casorio, desembocará en una pantalla de televisión.  No quiero pensar lo que pasara en los hoteles alojamiento o en las noches de boda.

Un mundial, visto con optimismo, es como un largo y agudizado domingo del cual no hay escapatoria posible.

En primer término, "todos" los canales, "todas" las radios y a toda hora compiten en transmitir...lo mismo.  Esto es absolutamente satisfactorio para los futboleros, que a la manera de los pueblos primitivos hacen de la repetición un rito.  Desde el punto de vista de la lógica es impensable, pero ¿qué tiene que ver la lógica con el fútbol?

En los lugares de trabajo, desde la Casa de Gobierno, hasta la última gomería, la gente se apretujará frente a los televisores.

Dos enigmas han atravesado indemnes, años y mundiales: de dónde sacan el aparato, aun en lugares impensables, y por qué aun en las empresas más negreras, un partido es un "vale todo" donde el personal puede rascarse sin que nadie haga restallar un látigo.

En síntesis, los del club de los "me ne frega" emergeremos maltrechos de un mundial, y aun nos quedará un año más para escuchar los comentarios que descollaran por sentenciosos, catedráticos y rematadamente tontos.  ¡Coraje!

Finalmente, cuando todo haya pasado, habrá que pertrechar el ánimo para el próximo, porque como la nostalgia, mala sangre, la lluvia y las mentiras, siempre vuelve.

Algún varón supo decirme, a modo de explicación, que el fútbol es la única manera que tienen de recuperar a la infancia. O con todo respeto: ¿alguien puede informar cuándo salieron de ella?