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Nunca voté en mi vida

Por distancia o desinterés nunca cumplí con mi derecho a votar.

Tengo casi 27 años. Desde que tengo 18, nuestro país celebró las elecciones legislativas de 2005, las elecciones presidenciales de 2007, las legislativas de 2007 y 2009, y las presidenciales de 2011. A ninguna de ellas, concurrí.

Un poco por casualidad, un poco por elección, mis inasistencias fueron a veces motivo de orgullo propio y otras, de tímida vergüenza.

Lo cierto es que desde que cumplí la mayoría de edad, nunca estuve en el lugar que me correspondía votar según mi DNI. Viajes, trabajo en el exterior, facultad en otra provincia, entre otros motivos-excusas siempre se ingeniaron para que el día de la elección me hallara a mucho más de 500 kilómetros de mi ciudad natal.

Cuando era más chica, mi desinterés político o despertar pseudo anarquista me hacían sentir orgullosa de mis faltazos a las urnas. No sentía que hubiera representantes políticos que,  efectivamente, me representaran, ni tampoco tenía demasiada disposición para descubrir a quiénes sí lo hicieran.

Lo cierto es que la frase de "no vivo en el domicilio que figura en mi documento" fue muchas veces la excusa para no hacerme cargo del derecho político y constitucional a votar. Lo curioso es que siempre me simpatizaron las medidas que posibilitan y garantizan la democratización y el cumplimiento de derechos a una mayor cantidad de personas.

Si hubiese nacido un par de años antes (y si podemos pensar en hipótesis imposibles), probablemente hubiese sido una militante férrea del sufragio femenino, en época de machistas cavernícolas. O por ejemplo ahora, me alegró de verdad la Ley de Identidad de género que posibilita que hombres y mujeres voten por primera vez con el nombre y foto acorde a la identidad de género autopercibida.

Sin embargo, nunca voté.

Podría haber cambiado de una vez por todas el domicilio de mi DNI, algo que nunca hice porque nunca supe cuánto tiempo me quedaría entre las cuatro paredes que habitaba. Con la idea de seguir siendo pasajero en tránsito, modificar el domicilio sonaba como algo que no tenía sentido.

Ya pasaron más de seis años que vivo entre los límites de la misma ciudad y aún no tomé la decisión de modificar el documento que me permita el sufragio.

Saber que no votás facilita muchas cosas, pero como en todo, en la facilidad, también hay cosas que perdés. La facilidad es, sobre todo en este caso, egoísta.

Hoy, el sentimiento de desinterés o despertar anarquista es más bien un sabor amargo.