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Mi noche con Burgos

La historia del famoso descuartizamiento de Alcira Metygher ocurrido en 1955 tenía en vilo a toda la Policía Federal, a la opinión pública en general y especialmente a los chicos de Crímenes.

Muchas cosas se dijeron, mucho se escribió y mucho fue fantasía. Yo tuve la suerte de ver este caso desde un lugar insólito, conocer al policía que lo descubrió y los muchachos de científica que hicieron un trabajo tan valorado como histórico en los anales de la criminología.

El del 55' era mi primer verano como oficial de policía. Investigaciones era una especie de santuario, lleno de próceres y leyendas, mitos y misterios, quien le tocará caminarlo tenía que hacerlo descalzo, con mucho respeto y sin apuro.

El santuario se había sacudido con aquel encuentro de restos humanos esparcidos por Martin Coronado y otras zonas.

Ya los de científica habían identificado los restos como los de Alcira Metygher trabajando sobre una reciente operación en su espalda y su dentadura.

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Algunos camaradas que estaban más ligados al caso me tiraban algunas líneas que yo le chusmeaba a mi madre por las tardes entre mate y mate en mi casucha de Quilmes.

-¿y? -Mira, vieja, parece que están buscando a un tipo tímido, irresoluto, sin carácter. Dicen que una noche salió con Alcira y su hermana. -Mañana vas a saber más. -Casi seguro, mañana te cuento.

Viajaba en tren hasta el Departamento de Policía en Defraudaciones y Estafas, mi turno era de 19 a 1 y la noticia en primera plana me sacudió.

Fue detenido el asesino de la Metygher. Amplia confesión.

Él estaba sentado, temblando como un chico, en un lugar solitario de Seguridad Personal, sus ojos cerrados, sus dientes apretados, lo descubrí de golpe cuando me mandaron a cuidarlo. Allí estaba, insignificante, simple, "el monstruo". 

El temor era que Burgos intentara suicidarse. Nadie podía descuidarse ni un centímetro era la orden perentoria, imperativa, drástica.

Nunca estuve solo con Burgos, siempre había otros. Algunos comisionados en su custodia como yo,  muchos que llegaban desde todos lados por observar el curioso ejemplar de hombre enjaulado. Algo que ocurrió imprevistamente me lleno de piedad. El "curioso ejemplar" tocó mi brazo levemente. Una lágrima corría por su rostro.

-Papá, mamá- susurró - ellos estaban en Miramar. Felices estaban, mire ahora que lío. Que problema.

Lo acompañé al baño, vigilancia íntima, sin miramientos, cuatro policías nos acompañaban, creo que Burgos ni los miraba. Estaba en lo suyo. Fue una larga noche. De pronto empezó aquello que nunca olvidaré. Hablaba, hablaba, hablaba como un autómata sin detenerse. Ahora lo iba descubriendo era un hombre joven y grueso, su voz común algo ronca por el llanto a veces sordo, otras intenso.

-Pobre Alcira, la conocí hace tres años, era mi novia ¿sabe?- tosió y sus ojos parecían salirse de las orbitas, volvió al llanto, luego continuo- Ella no quiso seguir conmigo. Yo no tenía mucha plata y ella buscaba un buen respaldo. Me lo dijo. Yo trabajo con mi papá,  él es publicista. ¿Conocen la guía Peuser? (ahí me dio un salto el corazón, mi viejo era litógrafo de Peuser). Buscamos avisos. Dios mío  ¿y ahora? ¿Cuánto me darán por esto?.

Se puso a temblar convulsivamente, había un médico que lo observaba.

-¡Toda la vida, mierda, toda la vida, perdí toda la vida!- acurrucó su cabeza entre las manos mientras hablaba lentamente- Tuvo un accidente de tránsito. Estuvo grave. Su clavícula. Miren, no sé, pasó de golpe. Me esperaba en Constitución. La fui buscar. Se río fuerte. Le grité que era una puta. Me arañó la cara, le di un cachetazo. -¿Puedo ir al baño, jefe?

Caminábamos hacia el baño, eran las tres de la mañana, mi guardia había acabado, no me importaba.

Seguía hablando, hablando, hablando como una confesión torpe repetida, una y otra vez, de una forma o de otra, una y otra vez aquella interminable confesión. Sus ojos miopes titilaban pero no se dormía.

-El serrucho, el cuchillo, hice varios viaje. Yo la amaba, la amaba.

Por esa época, mis veinte años, también tenía un problema parecido. Eso terminó con todas mis defensas y ante el asombro de todos mis compañeros casi grité: -¡Basta, por Dios,  no hablés más. No me oyó, seguía con su letanía.

-¿Cuánto me darán? ¡No saben si me voy a morir aquí? Mamá, papá ¿dónde están?.

Allí comenzó a llorar como un chico. Esto lo ví, nadie me lo contó, lo ví y lo revivo muchas veces.

Alguien mucho tiempo después me contó que Burgos predicaba evangelio junto a José Avellaneda. El Pibe Avellaneda, unos de los criminales más tenebrosos del hampa.

Quise acotar algo en su defensa y el comisario inspector Urricelquí quien lo había descubierto y detenido en un tren rumbo al sur me dijo: -Usted,  joven, tiene que aprender mucho, acaso no sabe que cuando la comisión detuvo el tren en Maipú, Burgos - "su defendido" -  iba a Mar del Plata a terminar con el "único" testigo, una amiga íntima, casi una hermana de Alcira.

Algo gracioso sucedió aquella terrible e interminable noche. El mismo Urrecelquí camino a su casa, muerto de cansancio, decidió comprar un diario.

-Pibe, ¿Me das la sexta? -No hay sexta, ni quinta, ni Noticias Gráficas, ni Razón, ni Crítica. Me dejaron pelado, don. -¿Qué pasó? -¿Cómo que pasó? Usted parece ser el único en la city que no se enteró que encanaron a la bestia de Barracas.

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