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Más y más obstinación

Por Carlos Pagni. El revés de Cristina Kirchner ante la Corte ayuda a resolver un interrogante frecuente en estos días: ¿cómo reacciona el kirchnerismo frente a la derrota en una guerra que planteó, como siempre, a todo o nada?

Nota extraída del diario La Nación

La respuesta la dio ayer la Presidenta en Córdoba. Sin apartarse del protocolo oficial frente a las grandes desventuras, disimuló la dimensión de la derrota y, de inmediato, convocó a otra batalla.

El campo, el momento y el enemigo se mantienen imprecisos. Pero la estrategia sigue siendo la única disponible: más y más obstinación. La señora de Kirchner acusó a la Corte de conspirar contra la democracia por negarse a que el pueblo pueda elegir a los consejeros de la Magistratura. En vez de refutar, confirmó un argumento central de la sentencia: que esa forma de selección convertiría a jueces, abogados y académicos en representantes del pueblo, no de sus pares, como establece la Constitución.

Otras respuestas no fueron más elaboradas. La Cámpora, replegándose en un sarcasmo de estudiantina, colgó de su página web un texto en dialecto: "Ta' todo tranqui, no pasa nada, un par de corporacioncitas en contra, no es nada del otro mundo (.) es una reaccioncita nomás, tienen un poquito de poder, eso es todo, todo piola, ta todo bien, de postalina..." Sobre las agresiones al juez Maqueda, ni una palabra.

Con menos humor, Carlos Kunkel recurrió a una descalificación: "Creíamos que esta Corte iba a fallar de otra manera. Pero el Poder Judicial va siempre en ayuda del poder económico". Es curioso que Kunkel no haya dicho lo mismo tres semanas atrás, cuando la Corte benefició a Chevron en contra de los representantes de los pueblos originarios de Ecuador. Quizás el embargo contra Chevron, la empresa con la que negocia Miguel Galuccio para salvarse del fracaso, era arbitrario. También para Kunkel a veces los "poderes económicos" pueden ser providenciales.

Kirchneristas más sofisticados se abrazaron al voto de Raúl Zaffaroni, el único que rechazó el fallo de María Servini de Cubría. Pero el de Zaffaroni es un salvavidas defectuoso. Casi se limita a contestar a los que, para impugnar la reforma judicial, citaron los argumentos que él esgrimió como constituyente. Entre ellos están Servini y los propios colegas, que refirieron al Zaffaroni de 1994, aunque evitaron transcribirlo.

La autojustificación de Zaffaroni fue inteligente. Parafraseada, diría así: "En la Constituyente yo vaticiné que, si no especificábamos las características del Consejo de la Magistratura, una mayoría parlamentaria podría deformarlo. No conseguí imponer ese criterio. Sucedió lo que predije: el Congreso aprovechó ese vacío y dictó una norma que puede ser un error político, pero que no por eso es inconstitucional. Es decir: no puedo evitar como juez que se produzca lo que profeticé como constituyente".

Es verdad que un pecado capital de la Constituyente fue delegar parte de su trabajo en el Congreso. Aun así, la lógica del Pacto de Olivos fue cambiar tiempo por facultades. Es decir, el presidente conseguiría la reelección a costa de ceder atribuciones. Entre ellas, la nominación discrecional de los jueces. La ley que la Corte anuló, en cambio, vincula por la vía electoral la integración del Consejo al candidato presidencial más votado. Zaffaroni no ignora esta contradicción. Pero no puso empeño en resolverla. Su posición técnica fue elaborada con la desidia de quien se sabe, de antemano, derrotado.

La reacción del kirchnerismo, liderada ayer por la Presidenta, se podría resumir en el eslogan "la lucha continúa". Juan Manuel Abal Medina adelantó que "vamos a mantener en alto el debate". La primera modulación de esta consigna es que el Gobierno seguirá presionando a la Corte para que falle contra Clarín en el pleito por la aplicación de la Ley de Medios. Es comprensible. La ley que naufragó no pretendía remodelar el Poder Judicial sino remover los obstáculos que había encontrado la señora de Kirchner en su avance sobre la prensa independiente, en especial sobre ese holding. Este carácter retrospectivo y unidimensional, más parecido a una venganza que a una reforma, fue uno de los factores del fracaso.

Estela de Carlotto identificó una meta más precisa para la "otra batalla" de la Presidenta. La Corte advirtió que para alcanzar los objetivos oficiales debería modificarse la Carta Magna. Carlotto aceptó el desafío: "Debemos reformar la Constitución para quitar sus prebendas a los jueces y facilitar la continuidad de un gobierno nacional y popular como el que lleva adelante Cristina Kirchner", propuso. El objetivo de Carlotto es el punto de fuga de la estrategia oficial. El principio según el cual no existe otra legitimidad que la de la voluntad del electorado, que anima la malograda reforma judicial, también inspira el plebiscito que anunciaron el 16 de marzo los gobernadores alineados con la Casa Rosada. El plan, similar al que Menem imaginó en 1993, consiste en conseguir un mandato en favor de la reelección para presionar a la oposición legislativa. Así como la Presidenta dijo que los jueces no pueden oponerse al deseo popular, sus apóstoles dirán que tampoco los bloques del Congreso deben hacerlo.

Para no desembocar en otro Vietnam la señora de Kirchner debería conseguir que los comicios dejen la impresión de que el suyo es un liderazgo sin alternativa. Esa percepción podría derivar no tanto del caudal de votos obtenido sino de la diferencia que obtenga respecto de sus rivales.

La elección de consejeros había sido concebida para facilitar ese propósito. Pero el fallo de la Corte desbarató el ardid. Por lo tanto, desde anteayer, Cristina Kirchner se ve más necesitada de un triunfo contundente en la provincia de Buenos Aires. Ese distrito es más decisivo que nunca, ya que las encuestas le auguran la derrota en Mendoza, Córdoba y Capital Federal. La esperanza de mejorar su performance en Santa Fe murió hace 10 días. María Eugenia Bielsa rechazó la candidatura que en Olivos, envuelta en una bata, a las cinco de la tarde, le ofreció la Presidenta. La dueña de casa tuvo una reacción tan intempestiva -e irreproducible- que generó dudas sobre su margen emocional para asimilar malas noticias.

La incierta disputa bonaerense exige al Gobierno sintetizar la propia fuerza y dispersar la del contrario. Para el primer objetivo la Presidenta apretó otras vez las clavijas a Daniel Scioli. El gobernador deberá demostrar que no es el titiritero de De Narváez involucrándose en las listas oficiales. Scioli ya obedeció, desprendiéndose de funcionarios alineados con De Narváez, como Isidoro Laso.

Julio De Vido aplica sus proverbiales recursos filosóficos a desarticular la liga de intendentes de Sergio Massa. No le alcanza con que Massa no se postule. Necesita que, si presenta candidatos, sea en el marco de la interna del Frente para la Victoria. Es lógico: los votos de esos caudillos deben restarse del caudal kirchnerista. Giustozzi, de Almirante Brown, y Eseverri, de Olavarría, se tentaron con servir a esa estrategia.

Massa se ha convertido en la esfinge del Delta. Sus interlocutores de las últimas 48 horas aseguran que encabezará la lista de su Frente Renovador. Pero nadie escuchó que lo dijera. Toda la dirigencia bonaerense, incluida la oficialista, admite que sería una mala noticia para el Gobierno. Hace diez días, por ejemplo, la consultora Isonomía entregó a De Narváez una encuesta según la cual, si el Gobierno postulara a Alicia Kirchner, podría salir tercero. El triunfo sería de Massa y el segundo puesto, del propio De Narváez.

Massa definirá su jugada el sábado. Está jugando al póquer con la Presidenta. Tampoco ella reveló a su candidato. Y Massa no descarta que sea Scioli. En la gobernación sí lo descartan. Scioli calcula que Cristina Kirchner llevará en su lista a tres intendentes, con el de Lomas de Zamora, Insaurralde, a la cabeza. Y cree, en su optimismo mágico, que esa selección lo beneficia. El plan de Scioli es que Massa lo libere de un obstáculo contra el que él se siente superado: la Presidenta. Después, fantasea con invitar al intendente a una gran interna, similar a la de Menem contra Cafiero, en 1988. Sueños de La Ñata.

Ganar las elecciones siempre es para el político el objetivo más urgente. Pero la Presidenta debería estar más inquieta todavía. Al argüir que los jueces no deben oponerse a la voluntad popular le dio un poder absoluto a la mayoría del Congreso. ¿Qué consecuencias tendría ese axioma si en los comicios de este año esa mayoría volviera a cambiar de titular? Instalada en su presente eterno, a Cristina Kirchner le cuesta imaginar ese futuro. Con tal de dominar a la prensa, no calcula siquiera lo que puede suceder en la próxima semana.