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Más de un 20% del electorado porteño definió el voto en el cuarto oscuro

*Por Enrique Zuleta Puceiro. La Ciudad de Buenos Aires honra su papel de primer escenario del espectáculo electoral nacional.

Cualquiera que analice la historia y cultura política del distrito o revise con cuidado las tendencias electorales de los últimos meses observará la continuidad y coherencia de los comportamientos políticos del distrito electoral más sofisticado exigente del país.

Buenos Aires es, en efecto una sociedad informada y escéptica, sensible a las novedades, expuesta a una de las mayores coberturas mediáticas del mundo más de un centenar de canales, decenas de radios y siete canales de noticias. Como tal exigió al máximo la capacidad de adaptación de las principales fuerzas políticas. Solo tres candidatos fueron capaces de superar el trance. Revisaron sus ideas, actualizaron sus diagnósticos y aceptaron con flexibilidad las condiciones de una competencia centrípeta, que exigía competir sobre el centro y dejar de lado las tentaciones de la confrontación por la confrontación misma.

La polarización del electorado evidenció desde un principio que sectores importantes de la política porteña privilegiarían el voto contra el oficialismo nacional por sobre cualquier otra consideración, incluidas sus simpatías y preferencias tradicionales. Al igual que en el 2007, Macri contó con el voto de radicales, conservadores, socialistas y peronistas disidentes. Su 47% tiene un carácter aluvional que solo se explica por la convergencia de electorados diversos y heterogéneos en función de un voto contra el oficialismo nacional. El macrismo es un factor, aunque no el más importante, del voto obtenido por el PRO.

No muy diferente es el voto de Filmus. El kirchnerismo es un componente central, necesario aunque no suficiente para explicar un voto que superó holgadamente el techo histórico del Frente para la Victoria. Confluyeron en ese tercio del voto porteño motivaciones también heterogéneas, unidas tanto en la adhesión al modelo del kirchnerismo aunque afines también a visiones progresistas tradicionalmente reactivas al peronismo.

Las elecciones porteñas enfrentaron, por otra parte, al igual que en el 2009, a dos concepciones de la política, expresadas en estilos, contenidos y formatos de campaña.

Por un lado, una idea retrospectiva de la política. La lucha política como reivindicación de necesidades, demandas, reclamos y agendas frustradas de la sociedad. Es la política como reparación, como gestión de las necesidades y como construcción de una sociedad de iguales. Su propuesta, una Buenos Aires incorporada al modelo político de un país emergente y ascendente, capaz de circunvalar la crisis mundial y avanzar desde sus propias ideas y desde una visión básicamente afirmativa y defensiva de la política.

Por otro lado, una idea prospectiva de la política, que la percibe como un escenario de confrontación entre expectativas crecientes. Una pugna entre imágenes del futuro, un espacio de realización de proyectos e innovación. La política como inversión de riesgo. Como conquista de la imaginación.

Ambas concepciones volvieron a dividir al cuerpo electoral mediante un corte transversal. Más de un 20% de los ciudadanos definieron su voto en el momento mismo del sufragio. La segunda vuelta agudizará este conflicto de visiones. Una sociedad en la que ocho de cada diez ciudadanos se declaran independientes y en la que no es impensable la posibilidad de nuevos alineamientos y trasvases.