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Malvinas: la verdad completa

Como dice el informe Rattenbach, a la deplorable conducción de la guerra debe anteponerse el orgullo de los combatientes.

Si la copa está medio vacía o medio llena importa poco a las leyes de la física, pero sí concierne al condicionamiento psicológico de quien la observe y se proponga extraer conclusiones sobre ello. La forma en que el Poder Ejecutivo Nacional dispuso la desclasificación del informe Rattenbach sobre la guerra de las Malvinas, y el eco que le siguió en los ámbitos desafectos por naturaleza con las instituciones militares, ha sido otra evidencia de que el juicio respecto de las conductas humanas se puede configurar del mismo modo en que se mensure el contenido de una copa.

Desde la voluntad con la cual se ordenó la desclasificación del informe hasta el carácter otorgado a la supuesta ventilación definitiva de algo que se habría ocultado al conocimiento general, todo derivó en una recepción disparatada. Constituyó otra prueba del olvido, en unos casos, y de que no se lee y no se sabe nada de nada, en muchos otros más. El informe había sido publicado con anterioridad a la transmisión del mando presidencial a Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. Si alguien hubiera necesitado releerlo, lo habría encontrado en el sitio de Internet de los ex combatientes correntinos.

¿A título de qué, pues, tanto alboroto? Todos los antecedentes que obran en la política argentina de los últimos años, y las interpretaciones que han abundado después de la "revelación" de lo que era harto conocido, demuestran que se ha tratado de un renovado esfuerzo por enjuiciar a las instituciones previstas por la Constitución para la defensa nacional. La lectura detenida de ese documento demuestra, en cambio, el equilibrio de juicio de sus autores: por un lado, la crítica dura donde cabía hacerla, y por el otro, el orgullo por la conducta de unidades y combatientes como contraste con la deplorable conducción política de la guerra.

El informe lleva el nombre de un relevante militar por entonces ya retirado, el teniente general Benjamín Rattenbach. Era el más antiguo de los seis oficiales superiores designados por la última de las juntas militares -dos por cada una de las fuerzas- a fin de examinar en todos los aspectos, desde los preparativos hasta la rendición final, la actuación argentina en el conflicto bélico.

Siguen sin difundirse los anexos del trabajo encomendado por la última de las juntas militares. No se conocieron antes ni se conocieron ahora. Debe suponerse que contienen sumarios, antecedentes, material de archivo de poca valía y algún otro de carácter sensible, como el que pueda corresponder a constancias de apoyos extranjeros a la Argentina o cuestiones de inteligencia que cualquier Estado mantiene en reserva por razones de seguridad nacional.

El informe Rattenbach crítica con severidad la conducción de la guerra y de la diplomacia por parte de los comandantes del Ejército, Leopoldo Galtieri, y de la Armada, Jorge Anaya, y los coloca en situación de ser juzgados por delitos militares. Anota, en cambio, aciertos del tercer miembro de la junta militar durante el conflicto, el brigadier general Basilio Lami Dozo.

A estas alturas no hay dudas de que los legítimos derechos de la Argentina sobre el archipiélago tomado por la fuerza en 1833 por los ingleses sirvieron de coartada, en un desesperado intento frente a la creciente caída de apoyo social que estaba sufriendo el gobierno militar. Fue notable, por el contrario, la capacidad demostrada, entre otros, por los pilotos de la Fuerza Aérea, tan reconocida por el enemigo en documentos y libros de amplia difusión ulterior, como por el propio informe Rattenbach. Este destaca que esos pilotos respondieron cabalmente a las exigencias de la guerra en ataques, hasta entonces inéditos, contra buques de superficie. Otros señalamientos de naturaleza parecida se hacen sobre la actuación de la artillería de campaña, de la defensa aérea, del escuadrón de exploración de caballería, del Regimiento 25 de Infantería, de la aviación naval y del Batallón de Infantería de Marina 5.

El informe hace notar también numerosos actos de valor extraordinario y se declara orgulloso por un comportamiento argentino que supo atenerse a la ética militar al abstenerse de atacar tropas, naves y aeronaves enemigas afectadas a tareas de salvamento. Si tales consideraciones fueran dejadas de lado para sólo poner la mira sobre la responsabilidad de la más alta conducción militar no sólo por errores políticos y diplomáticos de inequívoca gravedad, sino también por haber llevado a la guerra a no pocas tropas desprovistas de elementos y adiestramiento básico, se tendría una visión parcial de lo que fue esa guerra para la Argentina. Otro tanto sucedería si se redujera el análisis a lo que podría haber sido alguna defección personal en escenario de combates, para lo cual el informe sugirió la apertura de un sumario.

El examen completo de los hechos exige computar el amplísimo respaldo popular con el que contó en el país lo que en definitiva resultó una aventura de enormes consecuencias. Una aventura en la que hubo que enfrentar, contra cálculos absurdos de la junta militar de entonces, hasta el apoyo logístico y de inteligencia de los Estados Unidos a favor de su más estrecho e histórico aliado, el Reino Unido.

Se trató, en suma, de una costosísima lección. Ha hecho perder tiempo y terreno, por si fuera poco todo lo demás, en el ámbito de las negociaciones diplomáticas internacionales en las que el derecho argentino había prosperado desde la famosa resolución 2065 de las Naciones Unidas, de los tiempos del presidente Arturo Illia.

A treinta años del inicio del conflicto bélico, es menester recordar como héroes a quienes dieron su vida por la Patria y evitar que se utilice la causa de Malvinas políticamente.