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Los Oscar piden el SOS

Se me han resbalado unas lágrimas al final de la ceremonia de las ceremonias. Me he acordado de cómo mi amigo Danny Boyle me daba las gracias por el tema 'Nirvana', una canción que escribí para mi proyecto de El Bosco y que incluyo al final de su majestuosa e incomprendida 'Millions'.

Cantaban los niños de la escolanía de El Escorial. Era el poder que se intuía con las voces de los niños. Las maravillosas voces blancas, las mismas que ha utilizado Bruce Cohen para su apoteósico final de los Oscar 2011, a cuenta de la versión de 'Somewhere Over the Rainbow', el tema gay por excelencia.

Ha sido el más positivo y emocionante ritual final de los Oscar desde hace muchos años. El único momento determinante, apoteósico. Una gala determinada por el aburrimiento, por el desasosiego, como si algo en cualquier momento fuera a salir mal. Los niños, las voces de los niños eran un final ganador. Lo sé porque he vendido más de dos millones de discos con El Bosco. Y me he alegrado de que Bruce Cohen, el jefe de la ceremonia, haya recibido el mensaje de Boyle, aunque más le viene por su obsesión con la obra 'Flowers', cuando vio la emotiva secuencia de 'Over the Rainbow', representada por Lyndsay Kemp y su grupo de mimo.

Incluso el inicio de la ceremonia ha sido brillante. La realidad virtual de Cohen, sobre todo con Alec Baldwin, ha funcionado. Pero luego se ha derretido como un polo de menta, un helado bisexual. Cohen ha fracasado porque desconoce el 'timing' de los Oscar y porque es muy difícil manejar los tiempos de la ceremonia para que sea interesante y trepidante.

Broncas y fracasos

A media ceremonia ha tenido una bronca espeluznante con James Franco, que siempre ha comparecido como cansado, rabioso, nunca en su sitio y sin ojos porque los tiene mustios. James ha desaparecido poco después de la aparición de Celine Dion, que ha cantado horriblemente 'Smile'. Nunca la he oído cantar tan mal, con la mayor parte de la orquesta desafinada y ella, vocalmente rendida a la versión de Michael Jackson. Ya se hubiera podido fijar en la inconmensurable versión de Robert Downey Jr. cuando hizo el biopic de 'Attenborough' con Chaplin.

Desde ese momento, se perdió toda la química de la ceremonia. Casi todo dejó de funcionar, aunque la Hattaway ha estado más positiva, como una fan ante sus presentadores.

Este iluminado llamado Cohen, que incluso se atrevió a que Spielberg le diera todas las bendiciones antes de empezar -es curioso que cada día me tropiezo más con esos iluminados- se creyó que con ser moderno, seguir las redes sociales y ver 'American Idol' todo estaba resuelto. Se ha pegado el gran batacazo. Tengo en mi memoria su imagen abatido, sentado de cuclillas tras la ceremonia, con la imagen del perdedor, aunque fingiese que estaba cansado.

No se puede ser pretencioso y revolucionario siendo un primerizo. Y menos mal que los viejos profesionales de la ABC le han salvado el trasero en muchas ocasiones. No se puede presentar a los mejores actores del mundo como si fueran aspirantes a ganar American Idol, el Operación Triunfoo americano. Es una aberración insoportable.

Sin mucha atención a Bardem

Javier Bardem se lo ha tragado todo, hasta vestir con un esmoquin ridículo blanco de camarero hortera -pero ya ha perdido la vergüenza de izquierdas. Su hijo ha nacido en el hospital judío más caro del mundo. Y no precisamente en una jaima sahariana como predicaba-. Esto es Hollywood. En ninguna cadena americana han hecho mucho caso a la pareja, cosa que me ha extrañado.

He estado hablando con Gwyneth Paltrow. Estaba indignada. Sabía que iba a ganar una canción de Disney, que para eso paga la ceremonia la ABC, propiedad de Disney, pero no podía soportar que las cuatro canciones estuviesen mutiladas por la mitad. Y además, ¿por qué no cinco canciones?, como decía el triunfador Randy Newman, que ha ganado su segundo Oscar, tras 20 nominaciones y, probablemente, como me ha dicho, con su peor tema.

Me alegro por Trent Reznor y su Oscar a la mejor banda sonora. Es la música que me gusta. Y nada más. Corro hacia la fiesta de Elton John, que va a cantar con Florence Welsh, la misma que se ha cargado en directo la canción de A. R. Rahman, de la película de mi buen amigo Danny Boyle.

Quiero divertirme un poco. Escribo en mi iPad, delante de un Elton John con gafas nuevas de color granate y cansado como todos. Sólo quiere ganar dinero para su Fundación, que lucha contra el SIDA. Escribí ayer que iba a ser la aburrida ceremonia 'moderna' de Cohen. Lamentablemente, no me he equivocado. Pero con Hollywood nadie puede todavía.