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Los liderazgos personalistas

* Por Aleardo Laría. En América Latina son cada vez más visibles las diferencias que separan a la izquierda reformista de la izquierda populista.

En América Latina son cada vez más visibles las diferencias que separan a la izquierda reformista de la izquierda populista. La primera, repitiendo el modelo socialdemócrata europeo, es institucionalista, reformista y cultiva ciertos consensos. La segunda es poco cuidadosa de las instituciones, se reclama retóricamente revolucionaria y disfruta profundizando los antagonismos sociales. Pero donde la diferencia es más notoria es en los estilos distintos de construir poder. Unos se han basado en estructurar partidos políticos o coaliciones potentes y los otros han apostado fuerte por los liderazgos personalistas.

Cuando el poder se construye desde la base, sobre una estructura partidaria que va creciendo con el transcurso del tiempo, la larga travesía del desierto permite que se moderen las expectativas personales y se valore la obra colectiva. El resultado es una construcción sólida, no sujeta a las peripecias personales de los protagonistas. El ejemplo es el Partido de los Trabajadores del Brasil, construido a lo largo de 20 años, que hace poco ha podido resolver sin traumas la sucesión de un liderazgo tan carismático como el de Lula.

Por el contrario, cuando un movimiento se construye desde el poder, aprovechando los recursos estatales y buscando la homogeneidad en la adhesión a un liderazgo personalista, el resultado es la fragilidad. El ejemplo notorio es el caso de la revolución bolivariana de Chávez que, basado en el extremo personalismo de su caudillo, no hace más que acumular problemas que son el preanuncio de un fracaso que parece inevitable en el transcurso del tiempo.

En Argentina Néstor Kirchner lideró un proceso similar de construcción de poder, basado en la hegemonía personal y en el uso de los recursos públicos utilizados profusamente para generar lealtades personales. La inesperada desaparición del protagonista principal de esa gesta coloca ahora a su viuda y sucesora frente a un desafío de tal magnitud que inclusive ella misma está evaluando si tiene fuerzas para afrontarlo.

La fragilidad de la construcción política es tan evidente que hasta un columnista habitual del diario oficialista "Página 12" no deja de advertirla. Como reconoce Eduardo Aliverti (edición del 16/5/11), "es o debería ser obsesionante que todo dependa de una sola persona. Porque nunca debería ser así. Porque demuestra la fragilidad de un proyecto". Pero –termina aceptando– "esto es lo que hay".

La angustia que experimentan los seguidores del proyecto "Cristina eterna" es de tal magnitud que prefieren negar la realidad. Lo grafica el mismo Aliverti en la misma nota, cuando en tono melodramático se pregunta: "¿Alguien se imagina a Cristina dejando el futuro a la deriva, sabiendo y sabiéndose de sobra que la jefa es ella, lavándose las manos para que el peronismo resuelva de golpe quién va en su lugar?".

La historia del peronismo brinda elocuentes ejemplos de la dificultad de los liderazgos personalistas para resolver el problema de la sucesión. Perón afirmaba que "sólo la institución sobrevive al tiempo", pero cuando tuvo que atender el problema de su propia sucesión dejó un legado irresponsable: su viuda Isabel Perón, bajo el control del esotérico y siniestro López Rega.

¿Cómo es posible que después de estar ocho años en el gobierno, abusando ad nauseam de todos los recursos que otorga el manejo del Estado, el kirchnerismo carezca de una mínima estructura partidaria que le permita solventar una elección interna en la capital federal? ¿No es un reconocimiento rotundo de su fracaso que sea el dedo presidencial quien deba decidir entre Filmus, Boudou o Tomada? ¿Qué queda de la "ley para democratización de la representación política, la transparencia y la equidad electoral" que regula las internas abiertas, simultáneas y obligatorias?

El principal rasgo del populismo es la extrema personalización del poder que se consigue a costa de debilitar cualquier textura institucional que pueda condicionar la voluntad del líder. Es un sistema de liderazgo obsoleto, que sólo sobrevive en países donde las tradiciones culturales y el oportunismo político han mitificado el valor de los líderes. Sus corifeos deben hacerse cargo ahora de una apuesta fuerte por un modelo tan frágil. En el pecado estaba ya inscripta la penitencia.