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"¡Los ingleses están tirando misiles!": Las voces de los pilotos en medio de la batalla de Malvinas

A 37 años de la guerra, los ecos de aquellos que lucharon sin desmayo por la patria

Las comunicaciones de radio cuando volaban a ras del mar para lanzar sus bombas sobre los barco de la Royal Navy en 1982: "¡A ver como explotó esa puuutaaa!". Los testimonios de las increíbles hazañas y los historias de los aviadores que sorprendieron al mundo. A 37 años de la guerra, los ecos de aquellos que lucharon sin desmayo por la patria

Buques ingleses hundidos o fuera de combate: 11. Bajas de la Fuerza Aérea Argentina: 36 oficiales, 14 suboficiales y 5 soldados. La guerra empezó el 2 de abril y terminó el 14 de junio de 1982.

Es cierto. La epopeya librada desde el cielo hacia el mar también se puede reducir así: con la dramática fuerza de las síntesis. De los números...

Pero traicionaría la memoria. Los nombres de los héroes que sobrevivieron y de los que cayeron. Y sus voces en la lucha.

De eso. De sus voces, trata lo que sigue.

Mayo 25, 1982, hora tres y veinticuatro. Estrecho de San Carlos. Del avión A-4B Skyhawk parten 445 kilos de explosivos y caen sobre el destructor HMS Broadsword.

El capitán Pablo Cruz Carballo, que vuela con el teniente Carlos Tala Rinke -los atacantes del buque enemigo- grita:

-Péguense al suelo, que están tirando misiles... pegaditos, no demasiado pegados, ¿ok? ¿Están, chicas? ¡Viva la patria, canejo! ¡Huijajajaaaa!

El destructor se hunde en 25 minutos.

El capitán David Hart Dyke, con la cara quemada, logra nadar hasta un bote salvavidas. Años después recordará ese instante con tres palabras:

-Mi mundo explotó.

Pero ese mismo 25 de mayo -fecha emblema-, la formación de cazas Zeus con el capitán Velasco y el alférez Jorge Bam Bam Barrionuevo atacan al destructor Coventry:

-¡Huijajajaja! -grita el capitán.
-¡Dio perfecto usted, señor! Era un CL 42 (tipo de destructor). Lo vi clarito. Pegó en la trompa. Las tres explotaron muy bien. ¡Qué golazo!
-¡Hiujujuuu! ¿Pegaron las tres?
-Sí, las tres. Las ví, señor.
-¡A ver como explotó esa puuutaaa!
-¡Eso! ¡Vamos, pendejo! ¡Viva la patria!

Carballo entra en la comunicación:

-¡Vuelo rasante! ¡Los ingleses están tirando misiles!

La hazaña es doble. Los pilotos volaban a diez metros sobre el mar. Sus parabrisas estaban llenos de incrustaciones de sal. Usaban mapas escritos con marcador rojo porque no tenían radares. Algunas de sus bombas no explotaban, ya que debían lanzarlas casi rozando los mástiles de las fragatas misilísticas, y las espoletas de retardo no llegaban a armarse. Ingenio puro a todo riesgo...

Entre el 21 y el 25 de mayo, la aviación argentina hundió la Ardent, el Coventry y la Antelope. Sus restos siguen en el fondo del mar.

Dato casi increíble pero cierto: la fragata Ardent fue golpeada 17 veces en 22 minutos. Uno de cada cuatro tripulantes murieron o fueron heridos. Día negro.

Juan Bernhardt, uno de los atacantes de la Ardent, murió ocho días después en el estrecho de San Carlos, derribado por un misil superficie-aire.

Pero matar a la Ardent fue una novela... Segundo ataque con Mirages. El capitán Horacio Mir González y el teniente Bernhardt le clavan dos bombas MK-83 en la popa y una en la sala de máquinas.

La Ardent navega hacia San Carlos: busca refugio. Pero los pilotos preparan un tercer ataque con cazas navales a cargo del capitán de corbeta Alberto Philippi, el teniente de fragata Marcelo Márquez y el teniente de navío César Arca.

Despegan. Armas: cuatro bombas con cola de retardo y 190 proyectiles de 20 mm. A seis minutos de distancia los siguen los tenientes de navío Benito Rotolo, Roberto Sylvester y Carlos Lecour. Toda la carne al asador.

Instrucciones desde la torre de control de Río Grande:

-Una PAC (Patrulla Aérea de Combate) de cuatro Sea Harrier protegen a las unidades de superficie. En caso de no hallar el blanco deben dirigirse a San Carlos para atacar a los barcos apostados allí.

Philippi hace oscilar las alas de su avión: señal que ordena bajar en vuelo rasante para evitar los radares.

Clima: insoportable. Visibilidad escasa. Los destructores les lanzan misiles Sea Cat y los Harrier están listos para la batalla. Momento de decisión. Seguir el plan es casi suicida. Pero Philippi elige seguir. Y ordena:

-¡Vamos a atacar! ¡Viva la patria!

Alan West, el capitán de la Ardent, está sobre el puente. Ve llegar el peligro:

-¡Cúbranse! -ordena a sus hombres, y se tira cuerpo a tierra.

Cuatro bombas destrozan el comedor, la sala de comunicaciones y el comando.

Hora de escape.

A los quince segundos, Márquez alerta:

-¡Harrier, Harrier, enemigos a la izquierda!

Sus últimas palabras: los cañones del teniente inglés Clive Morell no fallan. El avión de Márquez es una bola de fuego.

Pero Marcelo Gustavo Márquez se fue con gloria: antes alcanzó a descargar sus bombas contra la Ardent...

Philippi, está en peligro. Un misil lanzado por el teniente inglés John Leeming impacta en la cola de su avión. Informa por radio:

-Fui impactado. Estoy cayendo. Estoy bien.

Se eyecta. Su avión va a 900 kilómetros por hora. Philippi se desmaya, cae en una granja, pasa allí la noche, y con la luz del día camina hasta las líneas argentinas.

Pero el inglés Morell no renuncia. Lanza un misil contra el caza de Arca, pero no lo abate. Arca gira para salir de la línea de fuego, pero los proyectiles de otro Harrier le pegan de lleno.

Muerte segura. Pero los Harrier se alejan: ¡sus taques de combustible están casi secos!

El avión de Arca es un colador: seis agujeros en el ala izquierda y cuatro en la derecha. Se aleja de Pradera del Ganso a mínima velocidad y busca aterrizar en Puerto Argentino.

Orden desde la torre de control:

-Eyéctese.

No obedece.

El "eyéctese" se repite dos veces más. Tampoco obedece.

-¡Baje el tren de aterrizaje!

Esta vez obedece. Lo baja.

-La rueda izquierda está trabada. Aborte aterrizaje. ¡Eyéctese ahora!

Sale del avión como un cohete. Pero la máquina, sin control, va hacia a él.
Presiente que es el fin. Cae en espiral. Reza. Pide un milagro. El avión se desvía (milagro verificado). Arca cae en las gélidas aguas de Puerto Groussac. Lo rescatan media hora después. Congelado, pero vivo y heroico.

La batalla contra la Ardent no termina.

Por la radio, el teniente Rotolo -que vuela hacia el blanco- se entera de que los aviones enemigos están en retirada: sin capacidad de combatir. El gran momento...

Al frente de su escuadrilla, se apresta a descargar 1000 kilos de explosivos sobre la nave. Eleva su caza a 60 metros: altura mínima para el éxito.

Su compañero Lecour lanza su bomba, que penetra en el cuerpo de la Ardent muy cerca de los depósitos de combustible. Sylvester termina la faena: sus bombas barren la cubierta. La fragata es el Infierno en el mar.

La última orden sobre cubierta:

-¡Abandonen la nave! -aúlla el capitán West, llorando.

Y él es el último en salir. La Ardent se hunde a las 4.30 de la madrugada del 22 de mayo. Muertos: 22. Heridos graves: 30.

A 37 años del combate, una boya señala el punto del naufragio.

La fragata Antelope sigue navegando. El primer teniente Luciano Guadagnini le lanza su carga, pero un misil pega en el ala derecha de su avión. La nave se descontrola. El piloto logra enderezarla, pero el caza se estrella contra una de las antenas de la fragata y estalla.

Guadagnini muere. Héroe y mártir.

Noche del 23 al 24 de mayo. Un oficial inglés de la fragata Antelope trata de desactivar las bombas que no explotaron. Pero una estalla y hiere de muerte el depósito de misiles. Destino: el fondo del mar

Años después, alguien le pregunta al capitán Carballo:

-¿Qué los animó a tanto?
-Un avión viejo y un corazón argentino.

Mayo 21. Bautismo de fuego del piloto Gustavo Piuma. Que así lo recordó:

"Llegó el momento. Por fin mi primer combate: la batalla aérea de San Carlos. Vuelo en una escuadrilla de tres aviones: uno, del capitán Donadille; otro, del teniente Senn, y el mío. Misión: atacar a un buque inglés en el estrecho de San Carlos. Lo llaman "el corredor de las bombas"... Mi avión es un Mirage 5 Dagger. Velocidad Match 2.2: 2200 kilómetros por hora. Un minuto es una distancia enorme, y un segundo demasiado tiempo para tomar la decisión correcta. Pero no estábamos solos: ¡se acercaban dos Sea Harrier enemigos! Le digo a Senn:

-¡Cuidado!

Virage, zigzag, evasión... Subo a cuatro mil metros. Bajo a mil. Veo un misil que viene por el flanco. La Royal Air Force abate nuestra escuadrilla. Primer impacto: Senn. Segundo: Donadille.

Me lanzo a perseguir el avión que derribó a mis compañeros. Grito:

-¡Dios mío, qué me pasó!

La última imagen que tengo, ya con el avión controlado, es Senn colgado en el aire, eyectado, y la certeza de que está vivo. De pronto, un ruido terrible: explosión en la cabina de mi avión, que se da vuelta y enfila hacia un cerro... La manija superior de eyección me queda lejos. Mi avión, muy averiado, vuela a 800 kilómetros por hora, y apenas a 40 metros de altura. ¡Peligro de muerte! Pero la palanca inferior de eyección hace el milagro. La fuerza del cohete eyector me eleva a 70 metros, y al chocar con el aire me desmayo. Caigo en tierra. Tengo el esternón hundido, una lesión en la columna, un ojo cegado, la boca sangrando (una herida interna), y un pie y dos costillas, rotos. Me enojo con Dios: '¡No tenés derecho a quitarme la vida!'. Pero después le pido perdón. Y 28 horas más tarde, un helicóptero me rescató".

Testimonio del piloto de la V Brigada y jefe de sección del segundo escuadrón Luis Cervera, llamado El Tucu. Por Tucumán, claro...

"El 24 de mayo salimos en dos escuadrillas de tres aviones para atacar a la flota inglesa en San Carlos, donde tratan de armar la cabeza de playa. Misión muy dura: ¡íbamos al corazón del enemigo! Riesgo altísimo. El avión de mi jefe de escuadrilla sufrió una falla y debió volver. Me hice cargo del grupo. Cinco aviones en total. Vimos cuatro barcos grandes, y soldados desembarcando. No nos dijimos ni una sola palabra. Cada uno eligió un barco, ¡y atacamos! Yo le tiré al Lancelot..., y pegué la vuelta. En pleno escape, un misil me pasó rozando. Gracias a Dios volvimos los cinco. ¡Fue una buena misión!".

El piloto Carlos Eduardo Perona fue el primer piloto derribado en Malvinas. Sucedió el primer día de mayo, y fue debut y despedida. Y así lo recordó.

"La flota inglesa estaba muy cerca de Puerto Argentino, y nuestra fuerza aérea puso toda la carne al asador: ¡oleada masiva, con todos nuestros aviones volando hacia el objetivo! Mi capitán era Gustavo García Cuerva, y yo su primer teniente. Volábamos a la par. Desde su avión, García Cuerva me dijo:

-Eyectemos los tanques de combustible. Estamos por entrar en combate.

Los tanques eran de mil setecientos litros. El oficial de radar nos dijo:

-Ábranse a los costados.

Fue la última vez que vi a García Cuerva... Un avión enemigo me apareció de frente, y no pude ver al otro que también me atacaba. Nos trabamos en un combate de misiles. Los dos ganamos altura, pero no pude eyectar mi tanque derecho: ¡demasiada ventaja para el enemigo! Y de pronto, en un giro, sentí un cimbronazo. Me dieron de lleno. Ya no podía volar. Se prendieron todas las alarmas: la de fuego, la de líquido hidráulico. Le hablo a García Cuerva:

-Paco, estoy viendo una costa, voy a tratar de llegar y eyectarme.
-¡Suerte, pendejo! Eyectáte con seguridad.

Fallé en los primeros intentos. Pero de pronto se activaron los cartuchos que te sacan de la cabina... ¡y salí! Caí a dos o tres metros del agua, y mal. Me rompí una pierna y me esguincé la otra. No podía caminar. Pero apareció un helicóptero Augusta del ejército, y me recogió. Me fui al otro día. A uno de mis compañeros le dejé mi rosario, y al otro el pañuelo de mi escuadrón. En Buenos Aires me enteré del resto de la misión. Al separarnos, García Cuerva apuntó a Puerto Argentino para aterrizar. Pero lo derribaron. Cayó al sur de la pista, al mar. No pudo eyectarse. Se hundió con su avión. Cuando estaba por aterrizar, una ráfaga enemiga dio en el vientre del avión. ¡Fuego en el motor! Paco gritó por radio:

-¡Me están tirando, carajo!

Eran las cuatro y media de la tarde. Su cuerpo jamás fue recuperado".
El 4 de mayo, la aviación naval, con aviones Super Etendard y misiles Exocet, hundieron al destructor Sheffield. Pero la verdadera historia de esa hazaña es más apasionante -si eso fuera posible- que el resultado final. Testimonio del capitán de navío Ernesto Proni Leston:

"En la noche del 3 de mayo -era yo capitán de corbeta- recibí una orden:

-Vuelo de exploración.

En la madrugada del día siguiente despegué a bordo del Neptune 2-P-112 con 10 tripulantes más: Sepetich (copiloto), Pernuzzi (operador de radar), Gatti (navegante), Meneses, Heredia, Sosa, Del Negro, Saavedra, Yerba y Fernández. Ese Neptune, milagrosamente, había escapado al destino de sus hermanos gemelos: todos reposaban en distintos museos del país. Y éste no funcionaba gracias al combustible... sino gracias a Dios. Pero fue el reflector que marcó la ruta para los Super Etendard que hirieron de muerte al Sheffield".

Testimonio del capitán Jorge Colombo, jefe de la escuadrilla de Super Etendart:

"El 4 de mayo yo estaba despierto desde las tres de la madrugada. Cuando el Neptune envió la primera posición, a las siete y ocho minutos de la mañana, lo desperté al capitán de navío Bedacarratz:

-Vasco, tenemos laburo".

Vuelve al relato Proni Leston:

"El día del ataque al destructor Sheffield, la misión del Neptune duró desde las cinco de la mañana hasta la una de la tarde. El radar seguía dando problemas: los cristales se quemaban. Tanto, que los operadores, en lugar de caramelos... ¡llevaban cristales en los bolsillos! A las diez de la mañana ya no teníamos cristales. ¿Qué hicimos?: un vuelo hacia la zona donde habían hundido al Belgrano, para engañar al enemigo haciéndole creer que buscábamos sobrevivientes. Nos pasamos las posiciones con nuestros sobrenombres: 'Gaucho' (Ningún inglés me iba a llamar así). Y le contesté: 'Vasco'. Y les pasamos las posiciones de los blancos. No hablamos más. Pegamos la vuelta... y los Super Etendart empezaron su tarea. Cuando volvieron, nos dijeron: 'Lanzamos sobre el blanco enganchado'".

¡El destructor Sheffield había muerto! Victoria táctica del viejo Neptune. Y acaso de la cábala que lo acompañaba. Al partir, el comandante tocaba la rueda de proa:

-Viejo geronte, hoy traéme de vuelta.

Y al retornar, tocaba otra vez la rueda:

-Viejo geronte, gracias por haberme traído de vuelta.

Testimonio de Carlos Tomba, mayor de la Fuerza Aérea, y más tarde brigadier:

"La guerra fue un error político de la dictadura militar. Fui a Malvinas como voluntario para solucionar algunos problemas electrónicos de los aviones Pucará. Pero me quedé para combatir..., hasta que me derribó un Sea Harrier. Sentí los impactos. Perdí el comando del avión. ¡Y me eyecté apenas a cinco metros del suelo! Fueron segundos. Pude estallar y morir. Pero se ve que Dios no lo quiso. Mi destino fue Goose Green, en la Gran Malvina, donde se improvisó una de las bases con catorce Pucará. Hicimos una pista en un potrero, sobre un colchón de turba. Al principio, los aviones se enterraban. Decidimos salir con menos combustible para llevar más explosivos, y fuimos usando las mismas huellas para vencer el defecto del piso... ¡Ingenio puro frente a la necesidad! Después de eyectarme y de caer, muerto de frío, caminé 20 kilómetros en siete horas, y a eso de las seis de la tarde me refugié en una casilla abandonada de pastores de ovejas. Una hora después oí el zumbido de un helicóptero, tiré una bengala y volví a esconderme, hasta que me rescataron: ¡el helicóptero era argentino! Me detuvieron el 26 de mayo, cuando los ingleses tomaron la base de Goose Green. Estuve diez días con otros doce argentinos, en un cuarto, durmiendo en el suelo, sin ropa de abrigo, y sólo con agua y una lata de paté por día. Nos llamábamos 'Los doce del patíbulo', como aquella película... Tiempo después supe que me derribó el comandante Nigel David Ward. Que más tarde me devolvió mi casco blanco de combate".


Testimonio del piloto de Canberra Jorge Rivolier, entonces primer teniente y luego capitán:

"Viví la última batalla aérea de la guerra. Fue en la noche del 13 de junio (Nota: a horas de la caída de Puerto Argentino y del final de la guerra). Eran dos bombarderos MK.62 Canberra y dos interceptores Mirage III para cobertura. El vuelo fue programado en altura, no en rasante y nocturno: circunstancia en la que jamás nos derribaron. Intentamos simular una maniobra de distracción, pero los ingleses se dieron cuenta: "¡Tenemos que bajar a estos tipos", se dijeron. Y empezó el drama de los misiles... A un Canberra le entró uno por el portabombas. Quedó sin control y empezó a caer desde doce mil metros de altura. El capitán Pastrán ordena eyección, lo logra con éxito, pero el navegador Fernando Casado no puede hacerlo... ¡y muere en su avión! Pastrán cae cerca de la costa, camina toda la noche, y a la mañana lo toman prisionero. Fin de la última misión...".

Y así que pasen cien años, esas voces, esas dramáticas comunicaciones en el aire, esos testimonios en tierra, no se perderán. Ya son parte de la Historia. Sí, con mayúscula.