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Los crímenes de Puch

"No tiren, soy Robledo", gritó cuando fue recapturado en la década del ´70. Desde entonces está detenido en Sierra Chica

El 22 de enero pasado Carlos Eduardo Robledo Puch cumplió 62 años y 41 en prisión.

"El Angel de la Muerte", tal como lo bautizaron los diarios al mayor asesino serial de la Argentina, sigue alojado en el Pabellón 10 del complejo carcelario de Sierra Chica, en Olavarría.

Enfermo, sabe que le han rechazado todos los pedidos de libertad que ha presentado en los últimos años.

Hace 43 años, en una fría noche de mayo de 1970, cometía el primer homicidio de una saga de horror.

Hijo único de José Robledo y Aída Puch, nació en el seno de una familia de clase media de Olivos.

Habla inglés, alemán y estudió piano varios años.

Nadie ha podido explicar qué llevó a ese muchacho con cara de niño, de cabellos rubios enrulados a convertirse en un despiadado asesino, el más terrible de todos.

Ni tan siquiera existe una razón para que, aún de niño, cometiera su primer robo: la limosna de una iglesia de la zona Norte del Gran Buenos Aires.

Con su compañero de colegio y primer cómplice, Jorge Antonio Ibáñez, robó cuando tenía 15 años una joyería.

Y así comenzó una carrera delictiva que lo llevó a cometer once homicidios, una tentativa de homicidio, diecisiete robos, una violación, una tentativa de violación, dos raptos y dos hurtos.

Al menos, esos fueron los delitos que le pudieron probar cuando, en 1980, fue condenado a reclusión perpetua. "Cuando salga los voy a matar a todos", les gritó a los jueces antes de escuchar la sentencia.

En julio de 1973, Robledo ya era el asesino más famoso y odiado de la Argentina.

Fue en el mes de julio cuando, con una soga y un viejo reflector, se descolgó de los paredones de la Unidad 9 de La Plata, y escapó.

Volvió a la zona Norte, quiso visitar a una vieja amiga en Villa Adelina, pero nadie lo quería recibir, todos le tenían miedo.

Horas después fue recapturado en un local abandonado. "No tiren, soy Robledo Puch", gritó a los agentes de la Brigada de San Isidro antes de salir con las manos en alto.

Ya había cometido varios golpes menores, que incluso lo habían llevado a pasar unos meses en un instituto de Los Hornos, cuando el 3 de mayo de 1970 llevó a cabo, con su amigo Ibáñez, la primera obra de horror y muerte, en Olivos.

Entraron a una casa de repuestos, luego de saltar la pared de una estación de servicio.

Allí encontraron durmiendo a un matrimonio y a su pequeño hijo, en una cuna. Al hombre, de inmediato, Robledo lo mató a balazos, y a la mujer le disparó y la hirió, pero no le quitó la vida.

Ensangrentada y al lado del cadáver de su esposo, fue violada por Ibáñez mientras "El Angel de la Muerte" sacaba toda la plata de la caja.

Antes de irse, le disparó al bebé, que se salvó por milagro cuando el balazo impactó en uno de los parantes de la cuna.

Doce días después, los socios ingresaron por una ventana al boliche "Enamour" de Olivos.

Robaron de la caja fuerte dos millones de pesos. Y antes de irse, Robledo abrió la puerta de un cuartito, donde descansaban los serenos Mastronardi y Godoy, a quienes ejecutó a balazos con una pistola Ruby, calibre 32.

En su confesión, apelaría a una demencial ironía para justificar este doble homicidio: "¿Qué quería que hiciera? No los iba a despertar", diría.

El 24 de mayo de aquel año, Robledo e Ibáñez dieron otro golpe.

En esa oportunidad, el lugar elegido fue el supermercado "Tanty", también en la Provincia. Se descolgaron del techo, luego de forzar las chapas.

"El Angel de la Muerte" asesinó de un balazo al vigilador Scattone y brindó con una botella de whisky al lado del cadáver.

Habían encontrado el mayor botín de su carrera delictiva: cinco millones de pesos.

En los meses siguientes, Robledo "colaboró" con su amigo Ibáñez, que además de asaltante era un despiadado violador.

Ayudó, en dos hechos distintos con pocos días de diferencia, a secuestrar a dos mujeres, una chica de 16 y otra de 23 años.

Las llevaron en un auto por Panamericana, y luego del ataque sexual, Robledo las ejecutó a balazos por la espalda.

A una de ellas, cuando ya estaba muerta, le destrozó una mano de un tiro.

Robledo, para entonces, ya tenía diferencias con Ibáñez.

Entre ambos había una disputa: Robledo quería ingresar a la banda a su nuevo amigo Héctor Somoza, y su cómplice no le tenía confianza.

El 5 de agosto protagonizaron un accidente, en el que Ibáñez murió. Se sospechó que, en realidad, fue asesinado por "El Angel de la Muerte".

La saga de asaltos y muertes en la zona norte continuaron y generaron, por entonces, gran conmoción en la sociedad.

Todo siguió igual hasta que, en la madrugada del 3 de febrero de 1972, Robledo cometió su último ataque.

Fue en una ferretería, a la que ingresó junto a su socio Somoza. Lo primero que hizo, como siempre, fue matar al sereno. Después, con un soplete, empezaron a violentar la caja fuerte para llevarse los millones que había en interior.

Somoza, que para entonces era considerado por Robledo como un hombre que le traía mala suerte porque habían fallado en algunos robos, intentó una broma.

Lo asustó con el fuego del soplete. Y Robledo disparó. Herido, el delincuente cayó al piso. Ahí recibe un tiro de gracia en la cabeza.

Cuando se realizó la reconstrucción de ese hecho, el asesino serial declaró, una vez más con ironía: "era mi amigo, no lo podía dejar sufrir".

Robledo Puch, con el soplete, desfiguró el rostro y las manos de Somoza, para evitar la identificación de su cómplice, aunque cometió un grave error: olvidó revisar el bolsillo del pantalón del delincuente, en el que estaba la Cédula de Identidad.

La madre de Somoza dio el nombre: "mi hijo se juntaba siempre con Carlos Eduardo Robledo Puch".

Horas después, fue detenido en la puerta de su casa. Apenas había cumplido 20 años.