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Leonardo Fariña: la historia que nunca te contaron – Primera parte

"No es Hollywood, es la Argentina estúpido", parece ser la expresión que más se adapta a esta historia cinematográfica. Por Jorge Boimvaser.

Verano del 2012, no hay apuro para relatarla de golpe. Sería un desperdicio hacerlo. Así que vamos por partes.

Erase una vez (así comienzan los cuentos de antes), un muchacho simpático, indolente,  vago y tan insolvente que ni ameritaba le entreguen la tarjeta SUBE, aunque viajaba siempre en bondi y juntaba las monedas para darle de comer a la maquinita a cambio del boleto de cada día.

Era el ceniciento que soñaba con fortunas, mujeres, jet set y esas engañosas melodías de fama rápida y vacía. Hasta entonces solo se había topado con caballos lentos y mujeres rápidas.

Ya se sabe que en el mundo del deporte existen cazadores de estrellas. Maradona y Messi captados desde chiquilines son solo un par de ejemplos de miles.

En las redes sociales, una estructura más complicada e invisible rastrilla como un Gran Hermano en las sombras a la búsqueda de talentos para ser incorporados en Consultoras de Marketing y esas cosas. También el espionaje de las grandes potencias olfatean por computadoras y programas ultra sofisticados la posible presencia de individuos que ameriten ser puestos en sospecha por presuntos o potenciales terroristas.  Algún dia contaremos cómo funciona el mayor satélite espía: Echelón.

Lo que pocos conocen es que también las grandes bandas casi convertidas en leyenda, como la de Luis Valor y la Garza Sosa, seleccionaban entre los violentos de las barriadas marginales a los personajes más adecuados para integrar sus organizaciones de ladrones de bancos y blindados. Tarea nada fácil, pero que esos chicos malos de los 90 sabían como nadie.  Un casting tipo reality para elegir delincuentes de alta gama no solo sucedía -¿o sucede aún?-  en la Argentina, sino en otras partes del mundo.

Y en el mundo de los delitos complejos, la trama es aún más desconocida para el común de los mortales. Por caso: los grupos de hackers que trabajan en el negocio del espionaje industrial, donde las leyes aún difusas no concuerdan en cuáles son los límites legales de las acciones, ya existe una premisa o regla general que uno de esos nerds se la contó al autor de este informe hace un par de años, en el lobby de un hotel céntrico.

"Nosotros tenemos un acuerdo de palabra con el FBI y los organismos policiales. Jamás tocamos dinero de los bancos, no nos metemos en transferirles dinero a nadie de sus cuentas bancarias a las nuestras. Pero a cambio de que nos dejen trabajar en lo nuestro sin interferencias, lo que hacemos es detectar redes de pedofilia y prostitución infantil que se mueven en el ámbito de Internet, y se lo entregamos gratuitamente para que ellos se encarguen de desactivarlas",  nos decía el joven hacker.

Claro, lo de ellos no es tampoco fabricar y distribuir por Internet agua bendita,  pero las reglas del trabajo sucio por espiar a los rivales en el mundo de las grandes corporaciones tiene sus códigos precisos en esa industria virtual y multi millonaria.  En ese terreno también abundan los cazadores de talentos. La oferta y demanda de espías virtuales es parte del mundo sofisticado a que nos llevó la tecnología y que parece no acabará nunca.

Y ahora entrando en nuestro caso, ciertos delitos como estafas complejas no están al alcance de cualquiera. Son los más difíciles de detectar por las agencias de seguridad de todas las Naciones. Es que cuando algún estafador de alto rango descubre una nueva modalidad, recién los agentes de inteligencia comienzan su labor.  Como en el caso del traslado de drogas, las organizaciones delictivas siempre llevan un paso adelante que sus cazadores.

Así fue que hace un par de años desde la fachada de un lujoso restó en Puerto Madero, un personaje que ostenta con llamativa impunidad varios vehículos de alta gama, yates y aviones privadas, venía siendo observado por varios organismos locales e internacionales deseosos de conocer el origen de sus ingresos.

Un par de vuelos privados por semana a Colonia (Uruguay) y otros movimientos extraños, fueron filmados desde hace no menos a  los dos años. Sospechas muchas, pero para caerle encima con una órden judicial no alcanzan las sospechas.

Este personaje se cree fue quien importó de España a un grupo de africanos especializados en lo que se llama en la jerga de la falsificación de monedas,  la transa de los dólares negros.

¿De qué se trata? De una estafa de presunta falsificación química de billetes de 100 dólares. Una prestidigitación que los africanos llevaron a Europa engañando a miles de ingenuos y quedándose con millones de dólares a cambio de entregarles dólares falsos aparentemente verdaderos.

Facundo Pastor hizo una cámara oculta con ellos, o posiblemente la cámara oculta la hicieron otros y se la concedieron. Por ahí puede encontrarse la filmación y nos ahorramos el trabajo de describirla.

Estos africanos ya no tenían espacio de movimiento en Europa y nuestro hombre en Puerto Madero los "importó" a la Argentina.

El gastronómico ya había tenido una experiencia falsificando un bono y entrampando a un Banco local que después fue auditado por el BCRA. Sin embargo, el restó de Juana Manso del personaje de esta historieta, solo era vigilado pero ninguna órden judicial permitía requisarlo.

Ese intrépido personaje que trajo a los africanos a Buenos Aires para falsificar "dólares negros", fue el "cazador de talentos" que una tarde descubrió que el pibe simpático, entrador, indolente y loco por fama, aunque era un insolvente total, tenía cualidades que un buen director técnico sabe aprovechar en el terreno de juego. Había que prepararlo para jugar en las ligas mayores.

Así fue como se conoció con el entonces ignoto Leonardo Fariña. El pibe que ni ameritaba una tarjeta SUBE.Veremos cómo siguió la historia en las próximas entregas.