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Las vueltas del default

*Por Martín Barletta. Con el asunto del ajuste griego en el debate ecuménico sobre la crisis global -de momento haciendo fuertes ruidos en Europa- entró a tallar la experiencia argentina del cese de pago de la deuda externa declarado a fines de 2001. Por un lado, los troyanos recomendándole a la Hélade seguirla, por el otro, los tirios desaconsejándole tan disruptivo paso.

Hay simplificaciones de consideración en la mentada controversia. Rara vez los análisis se hacen con un ojo puesto en el euro y el otro necesariamente en el dólar. Y estos temas no son precisamente para la mirada del cíclope. Además, no es lo mismo formar parte de una unión monetaria, caso griego actual, que el escenario argentino de entonces signado por la marcada tensión entre los que querían reemplazar la moneda nacional por el dólar y los que, con realismo, fueron en pos de las astas del toro y avalaron la opción del cese de pagos.

Pero más allá de esa discusión, se ha vuelto corriente en la economía internacional que cada tanto tiempo un país o un conjunto de países pasen las de Caín a raíz de severas crisis de pagos. La simple opción de no pagar la deuda que los asedia, ha sido tomada relativamente con poca frecuencia desde 1945 a la fecha. La pregunta de rigor es ¿por qué? Aunque contemplando todos los ángulos de este espinoso asunto se podría concluir que defaultear, defaultearon, pero siempre haciendo parecer que fue un accidente. Rara vez se hizo bambolla. Los países suelen anunciar que no pueden pagar sus deudas en el marco de los acuerdos contractuales establecidos. Por lo general, le sigue un proceso doloroso durante el cual se negocian nuevos términos.

Reformulemos entonces la pregunta de rigor: ¿por qué no defaultean directamente, sin tantas vueltas? Dos respuestas son las más comunes. La primera, es por temor a perder el acceso a los mercados de capital en el futuro. La respuesta de la literatura académica es contundente: nada de eso. La amenaza de los inversionistas internacionales de no prestar no es creíble dicen los estudios relacionados y entonces no puede respaldar un no-default. La otra respuesta común ofrecida por la literatura es que los países no quieren defaultear por miedo a malograr la posición alcanzada en el ámbito del comercio internacional. Alguna evidencia empírica convincente parece apoyar esta teoría. No deja de ser curioso, puesto que al fin y al cabo, en el mundo tal cual, resulta más importante vender que comprar; por lo cual es preferible recuperar un comprador para la producción futura que perderlo a costa de cobrar deuda sobre producción pasada.

¿Sería posible una economía mundial sin defaults recurrentes entonces? En todo este meollo, el análisis genético revela que la verdadera madre del borrego es el resultado comercial. Es cierto que existe un determinado traspaso formal de riqueza de los países con superávit comercial, por lo común los desarrollados, hacia aquellos con déficit comercial, esto es los subdesarrollados. Este traspaso es compensado con uno en sentido contrario, de carácter informal; que por ser informal no deja de ser real y fundamental para la suerte de los países periféricos. Esta transferencia de valor radica en los precios “débiles” que generan las economías periféricas, los que encubren una deficiente agregación de valor, y esto va más allá, bastante más allá, de los altos términos de intercambio de la coyuntura y los superávits periféricos.

Para que no haya más defaults, o los costos de evitarlo a cualquier precio -sin que se vea bien el beneficio- todos los países periféricos deberían vender siempre más de lo que compran (superávit comercial), lo que implica para el resto de los países desarrollados comprar más de lo que venden (déficit comercial). De esta posibilidad o imposibilidad se debe hacer cargo la siempre demorada “nueva arquitectura financiera internacional”. ¿Podrá?