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Las bisagras

* Eduardo Amadeo. Hace 3 años, la ministra Alicia Kirchner publicó un libro con el ampuloso título de "La bisagra", dando por terminada la pobreza profunda. Tres años después, lo que estaba escondido salió a escena con un impacto visual que golpeó aún a los mas refractarios.

Hace 3 años, a modo de rendición de cuentas, la ministra Alicia Kirchner publicó un libro con el ampuloso título de "La bisagra". Lo más notable es que la Señora Alicia Kirchner- y obviamente su Gobierno- daban por terminada una etapa de la vida argentina: la de la pobreza profunda como fenómeno social que nos había castigado por más de 30 años. Ese insólito argumento fue luego acompañado por un discurso tan exitista como irreal y poco serio, que subrayaba el inicio de un nuevo tiempo, según el cual ahora sólo quedaba ampliar la inclusión social gracias al crecimiento "chino".

Tres años después, lo que estaba escondido salió a escena con un impacto visual y emocional que golpeó aún a los mas refractarios. La exclusión, la falta de esperanza, la carencia total mostraron que no había habido bisagra, que el crecimiento no había alcanzado, que la Argentina es dos países, que la política social fracasó en llegar a los pobres crónicos. A la ministra Alicia K le apareció entonces una nueva bisagra, que sólo se revertirá con una agenda integral, consensuada, de largo plazo y mucho más profesional que la previa.

La segunda bisagra se refiere a la terrible impericia política que mostró el manejo de los incentivos, y su relación con un desborde potencialmente inmanejable de la situación. El Gobierno, seguramente para agredir a Macri, incentivó la toma haciendo correr la voz de posibles asignaciones de viviendas. Producidas las primeras ocupaciones generó el segundo incentivo al afirmar que no enviaría tropas a controlar la situación. La suma de ambos errores no podría tener sino el resultado que tuvo, y que aún no se ha extinguido. Quien lanzó esta delirante operación política no pensó en algo obvio: el stock de carencias es tan enorme (vivienda, educación, acceso a salud de calidad), que ninguna sociedad puede resolverlas en corto plazo, y, por lo tanto, disparar este proceso puede generar una imparable serie de conflictos.

La tercera bisagra es para la Presidenta. Como muchos preveíamos, el estilo "Caja de Pandora" que caracterizó a su marido volvió a aparecer y terminó en un instante con el duelo personal y político. La insensatez de una operación política localista rompió la tregua generada por el dolor, y puso a la Presidenta frente a un enorme desafío de conducción que mostró la falencia de su pensamiento confuso sobre las obligaciones básicas del Estado.

La cuarta bisagra es el fin del recurso a la victimización y la conspiración como herramientas de la política. Los argumentos fueron tan débiles que literalmente agotaron un arsenal al cual el oficialismo recurrió de manera obsesiva durante siete años. Pero, sin duda, el tema más grave a este respecto es que esos recursos discursivos son nimios cuando se observa que el Gobierno deberá arrastrar de ahora en adelante el peso de seis muertes, todas de personas pobres y excluidas, sin que se hayan encontrado culpables definitivos, y- peor aún- sin que haya servido para un mea culpa o un análisis sereno de las reales responsabilidades propias y ajenas. Eso, para un Gobierno que asumió el monopolio de los derechos humanos, es una más que una bisagra. Es un oprobio.