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La victoria que posibilitó la independencia

Las decisiones trascendentales que cambian el curso de la historia de un pueblo son el resultado de una serie de situaciones y de acciones combinadas, así como de sólidos principios que ayudan al débil a envalentonarse, a desobedecer a la autoridad y a enfrentar el peligro.

"La gente de esta jurisdicción ha decidido sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos", le escribió al gobierno de Buenos Aires Manuel Belgrano en San Miguel de Tucumán, hace 199 años, pocos días antes del 24 de septiembre de 1812.

El prócer venía huyendo de Jujuy con un Ejército del Norte de 1.500 hombres desmoralizados por las derrotas, una cuarta parte estaba herida y la artillería era mínima. Los más de 3.000 realistas de Pío Tristán les venían pisando los talones. Las órdenes de Buenos Aires eran claras: debía retirarse hasta Córdoba, es decir dejar a todo el norte en poder de los españoles. El Cabildo de Tucumán decidió enviar una comisión a Belgrano para persuadirlo de que se quedara en Tucumán. Cuando el prócer les dijo la cantidad del dinero y de hombres que necesitaba, le dijeron que aportarían el doble. Fue entonces que decidió dar batalla.

El 24 de septiembre se produjo una tormenta de tierra, a la que se agregó una quema de pastizales de aquellas que padecemos a diario, pero esta vez intencional (Gregorio Aráoz de La Madrid fue el pirotécnico) a las que se sumó una manga de langostas y la lluvia. El clima se enrareció y colaboró con la confusión de la batalla que hasta algunas horas después de concluida no se supo quién había ganado. Los españoles creían que las langostas eran proyectiles caídos del cielo, mientras que los criollos adjudicaban a la Virgen de La Merced los milagros de que estos fenómenos hubiesen coincidido en su beneficio. Al día siguiente, Belgrano le propuso a Tristán que capitulara, pero este rechazó la propuesta y se retiró a Salta, donde el 20 de febrero de 1813, volvería a derrotarlo.

Múltiples testimonios dan cuenta de la fervorosa plegaria que tanto Belgrano como sus tropas y los vecinos elevaron a la Virgen pidiéndole que los ayudara en la batalla. La victoria multiplicó el fervor religioso. La procesión se realizó el 27 de octubre y llegó hasta el campo de batalla. Cuando estuvo frente a la imagen, Belgrano hizo bajar la Virgen hasta su nivel y le entregó su bastón.

Belgrano se encariñó Tucumán. Se enamoró y tuvo una hija con la tucumana Dolores Helguero. En octubre de 1819 regresó muy enfermo; solicitó una ayuda económica al gobierno provincial y le fue negada. "Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo que he determinado irme a morir a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día más", le dijo a José Balbín.

Esta ingratitud con el gran patriota sigue vigente: la escuela que nos legó aún no ha podido terminarse en casi dos centurias. En 2012 se cumplirá el bicentenario de esta batalla que le abrió las puertas a la independencia argentina, declarada en nuestra ciudad en 1816.

Belgrano hizo de la decencia, la humildad y la generosidad un acto de vida y de servicio, ejemplo que debería seguir una buena parte de la clase dirigente. En la Batalla de Tucumán, el deseo colectivo derrotó al individual, beneficiando a todos los criollos, de allí la grandeza de esta gran victoria.