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La trampa del nacional-populismo

*Por Luisa Corradini. La autora de esta nota sugiere, en interesante tesis, que el nacional-populismo en Europa está ocupando el lugar que dejó libre el comunismo. Podría decirse que se trata de un malestar sintomático de la evolución de naciones que envejecen, confrontadas con una inmigración extranjera que las transforma en sociedades multiculturales.

"Un fantasma acosa a Europa: el comunismo", decía Karl Marx en 1848 en su Manifiesto. Un siglo y medio después, asistimos a la transformación de ese postulado con la vertiginosa expansión de la extrema derecha o de su versión más light, el populismo.

Después del avance espectacular del partido de ultraderecha de los "Verdaderos Finlandeses" en las elecciones legislativas de Finlandia y de la nueva constitución húngara, el populismo vuelve a estar en boca de todos. A esos dos episodios habría que agregar la lamentable gesticulación de los gobiernos italiano y francés frente a la ola de inmigrantes del norte de Africa.

Mientras Silvio Berlusconi acuerda permisos de circulación por el espacio Schengen a más de 20.000 tunecinos indocumentados para que sus socios europeos acepten ayudarlo a contener el tsunami, Francia amenaza con denunciar ese tratado que establece la libre circulación de personas por 25 estados europeos.

Todo parece indicar que el nacional-populismo en Europa -porque de eso se trata, en realidad- está ocupando el lugar que dejó libre el comunismo.

Para convencerse, alcanza con leer la encuesta del instituto Ifop aparecida en Francia esta semana: 36% de los obreros franceses tiene intención de votar a Marine Le Pen, líder del partido xenófobo y racista Frente Nacional (FN) en las presidenciales de 2012. Muy lejos detrás llega el Partido Socialista (PS), con 17% y la derecha de Nicolas Sarkozy, con apenas 15%.

Pero, ¿cómo se explica esa inclinación actual hacia una forma de gobierno que, comparada con despotismos y tiranías, tiene aspecto de "monstruo light", capaz de transformar todo en egoísmo y empujar al ciudadano-consumidor a defender -antes que nada- su estilo de vida?

Podría decirse que se trata de un malestar sintomático de la evolución de naciones que envejecen, confrontadas con una inmigración extranjera que las transforma en sociedades multiculturales, pero también con avatares socio-económicos que las fragilizan.

Esa evolución revela los desafíos lanzados por una globalización que socava los cimientos de la identidad común.

Pero, a la vez, se trata de una transformación que los partidos de extrema derecha no tienen problema en explotar.

En un reciente ensayo, "Populismos: la pendiente fatal" (Populismes: la pente fatale), el politólogo francés Dominique Reynié describe ese nuevo populismo "patrimonial", que se apoya en el temor de los ciudadanos a verse desclasados.

Pero Reynié señala, al mismo tiempo, que el populismo sólo puede ser una fuerza de oposición y que por eso es inútil para los gobiernos de derecha tradicional intentar hacer esfuerzos en esa dirección con la esperanza de ganar votos. La encuesta de Ifop lo demuestra claramente: Sarkozy multiplica sus gestos para aparecer como un "populista eficaz", pero cuanto más se esfuerza, peor le va.

De nada sirve, entonces, agitarse en materia de inmigración, amenazar con violar pactos europeos o querer aparecer como el verdadero protector de las clases desfavorecidas: en el fondo, nunca se puede hacer lo necesario para satisfacer a los extremistas de toda especie, casi siempre oportunistas e insensibles a toda forma de solidaridad y tolerancia.

Esa es, en resumen, la trampa del nacional-populismo: nunca es demasiado, porque nunca es suficiente.