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La señora, entre el ataque y los nervios

* Por Carlos Pagni. Cristina Kirchner expuso ayer, con gran sinceridad, el enojo que le provoca la movilización convocada para hoy por Hugo Moyano

Rechazó que el aumento del mínimo no imponible de Ganancias, bandera de esa marcha, fuera algo razonable. Dijo que el paro era extorsivo. Y anunció que retirará la seguridad de la Plaza, en un intento de desalentar la participación. Un nerviosismo que obliga a pensar en Almodóvar.

Un colaborador de la Presidente lo expresa así: "La única forma de desmontar este conflicto es que ella lo gane. Apelará a todos los recursos. No quiere negociar. Está convencida de que Moyano lanzó una jugada destituyente".

A pesar del sesgo conspirativo con el que contamina sus hipótesis, la señora de Kirchner está en lo cierto. La principal dimensión de la concentración del camionero no es sindical, sino política. Allí radica su potencialidad. Allí radica su riesgo. Moyano se ha convertido en un instrumento de usos múltiples para distintos sectores de la vida pública. Ese rol requiere un nivel de reflexión y plasticidad que él todavía no ha demostrado poseer. El secretario general de la CGT cumple ese papel porque el sistema político sigue en crisis. Una parte de la sociedad está disconforme con Cristina Kirchner, pero carece de un canal para expresar ese malestar. Los representantes del disenso no consiguieron más que el 17% de los votos en las últimas elecciones. Más aún: la imagen de la Presidente cayó del 70 al 45% en un semestre, pero ningún dirigente se beneficia con ese deterioro.

La exaltación del camionero es un síntoma de esa patología. Muchos de los que hoy irán a la plaza ven en Moyano un poder fáctico capaz de limitar la voluntad del que manda. Algunos de ellos hace poco se preguntaban cómo haría la Presidente para encuadrar al camionero. Hoy se preguntan si el camionero podrá encuadrar a la Presidenta. El facilita la tarea. El reclamo por la mejora del salario es pasión de multitudes. Aun así, la sociedad política se reencuentra con una vieja trampa: la de depender del peronismo para ejercer, al mismo tiempo, el gobierno y la oposición.

Esta manipulación de la figura de Moyano tiene expresiones específicas que enfadan al Gobierno. Una de ellas es la prodigiosa mejoría del vínculo entre el camionero y el Grupo Clarín. El kirchnerismo se propuso acorralar a esa empresa sirviéndose de recursos pestilentes, como el uso faccioso de la causa de los derechos humanos. Sin embargo, cuando advierte cómo la cobertura del "monopolio" ha estilizado la figura del camionero, imagina un complot. La Presidente no atina a preguntarse si no habrá hecho algo para aproximar a dos actores que aún se siguen detestando.

El episcopado católico, alarmado ante una deriva secularizadora que sólo se detiene ante la despenalización del aborto, también mira con simpatía la emergencia de un contrapoder. Aunque quien lo administre sea un evangélico. Al mismo tiempo que Moyano convocaba a su marcha, el presidente de la Comisión de Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, denunció el estancamiento económico y el deterioro del salario por culpa de la inflación.

El macrismo es otro afluente de este proceso. El jueves pasado Mauricio Macri, reunido con compañeros de Moyano, se ofreció a acompañar al camionero. Recibió, por supuesto, una negativa. Macri espera que la agitación sindical no beneficie sólo a Daniel Scioli o a sus competidores de centroizquierda.

A Cristina Kirchner le cuesta interpretar estas empatías. No admite que puedan ser la contracara dialéctica del "vamos por todo", una consigna que por definición niega cualquier derecho al que disiente. El camionero sufrirá esta lectura en carne propia. En el Gobierno se proponen que esté preso. El lo sabe y paga el costo en la peor de sus internas: la familiar. La principal investigada en la causa que sigue el juez Claudio Bonadio por malversación de subsidios es Liliana Zulet, la esposa del sindicalista.

La vida del peronismo

El segundo significado de la plaza de Moyano se refiere a la vida del PJ. La Presidente se ha propuesto transformar ese partido. Y hay sectores muy amplios que se sienten víctimas de esa empresa. La foto es la de Vélez, el último 27 de abril: el palco y las tribunas ocupadas por La Cámpora, Kolina y el Movimiento Evita; los que eran sólo peronistas, escondidos en una quinta fila.

En ese contexto, es comprensible que Scioli se sirva de Moyano. El también está amenazado en su supervivencia. Ayer la Presidente lo corroboró, al atribuir los problemas de la provincia a su mala administración. Desde la Casa Rosada prometen a Scioli asistencia fiscal. "Sólo falta la orden de la Presidente", le aseguran. Esa orden nunca llega. Sobre todo si él antes no condena con firmeza la estrategia de Moyano. Así como Cristina Kirchner no está para garantizar la seguridad de quienes manifiestan en su contra, tampoco tiene por qué auxiliar a un gobernador que pretende reemplazarla. El Estado y el líder son la misma cosa.

Scioli teme convertirse en un Lugo bonaerense y varios intendentes se miran en su espejo. Moyano, recolector de residuos, tiene vinculaciones con muchos de ellos. ¿Habrá alguno que colabore con su concentración? Es una de las obsesiones de la Casa Rosada. La mayoría de los gobernadores también guardó silencio sobre Moyano. El sanjuanino José Luis Gioja pidió que no se lanzara una caza de brujas. Y José Manuel de la Sota anunció su candidatura a presidente. Juan Manuel Urtubey pronunció una condena terminante, pero él mantiene una querella desde que el camionero apoyó a un candidato disidente en Salta.

Cristina Kirchner sabe que en Moyano se expresa la disputa de poder por el PJ. Por esa razón recurrió al burocrático consejo del partido para censurar la huelga de camioneros. Los convocados, felices: la implacable jefa les hizo saber que, por un minuto, los necesitaba.

La tercera clave de la concentración de hoy es la interna sindical. Néstor Kirchner había concedido al camionero el monopolio de la interlocución en ese campo. Pero antes de morir había citado a Oscar Lescano a una comida para quitárselo. Cristina Kirchner está cumpliendo un mandato póstumo.

Los gremialistas rivales del camionero festejan. No es para menos: como los consejeros del PJ, ellos también celebran que el poder los tenga en cuenta. No deberían hacerse demasiadas ilusiones: la relación con el sindicalismo seguirá pasando por los subsidios de salud, que decide la Presidente, en persona.

La señora de Kirchner tampoco debe fantasear con una CGT amiga. Los reclamos de sus aparentes aliados son los que levanta el camionero. Por esa razón, quienes aceptan la candidatura del dócil Antonio Caló disolverán a ese metalúrgico en un triunvirato. Es para no quedar a merced de los caprichos del Gobierno.

Ninguno de estos nuevos amigos puede ofrecer la fantasía de una renovación. Los más jóvenes llevan en sus cargos más de tres décadas. Tampoco pueden facilitar a Cristina Kirchner lo que Moyano se propone, desde hoy, arrebatarle. Se trata de una capacidad a partir de la cual los peronistas se definen a sí mismos: el control de la calle. A ese escalón rudimentario está descendiendo la política.