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La pascua y la voluntad de creer

*Por Por Francisco Seminario .El diálogo entre un padre y su hija acerca de los misterios de la vida puede ser el motivo para una reflexión serena y profunda en estas festividades pascuales, que son también una oportunidad para el encuentro familiar.

"¿Ya dejó los huevitos el conejo?", me preguntó mi hija mayor temprano una mañana como la de hoy, un año atrás. En ningún momento se le ocurrió maravillarse ante el hecho, extraño por cierto, de que un conejo pusiera huevos. Y de que éstos además fueran de chocolate.

No sé si hay alguna tradición que exija tanto de nuestra voluntad de creer. Mis hijas incluso creyeron ver el conejo, huyendo a toda velocidad entre las plantas, del mismo modo en que creyeron oír la risa grave de Papá Noel -no mi pobre imitación- segundos después de dejar los regalos en el arbolito, y del mismo modo en que, días después, no dudaron ni por un instante que el desparramo de tierra, galletas y agua en la entrada de nuestra casa había sido provocado por esos torpes camellos de los Reyes Magos.

Ahora, con un año más, la cosa empieza a ser diferente. "Papá, ¿por qué es un conejo el que pone los huevos y no una gallina, o un perro o un gato?".

Silencio.

Si no doy ya mismo con la respuesta correcta, me dije, en cualquier momento vendrán preguntas como qué es Dios, o cómo hizo Jesús para resucitar si ya estaba muerto o, peor aún, vos papá, ¿en qué creés?, y entonces habremos metido las patas de lleno en el pantanoso terreno de las certezas metafísicas. O la ausencia de ellas.

Los chicos tienen esa capacidad irritante para hacer preguntas difíciles. Como si fuera su tarea recordarnos que siguen vacíos los casilleros correspondientes a ciertos cuestionamientos que en algún momento decidimos dejar a un lado. Como si olfatearan la duda.

De modo que allí estaba, preguntándome cómo explicar el hecho de que sea un conejo el que pone los huevos de Pascua sin traicionar la verdad objetiva, cuando es obvio que es mentira, ni recortar la dimensión mítica y trascendente de ese símbolo de la nueva vida, del renacimiento.
Ya me sentía bastante culpable por haberles dicho a mis hijas, días antes, que posiblemente las princesas de Disney, como las hadas, eran reales si ellas así lo creían, y que seguro que alguna vez existieron los caballos con alas que tanto les gustan, aunque de eso hace mucho tiempo y ahora no sé.

No quería seguir mintiendo.

Y tampoco quería desbaratar su mundo de fantasía ni reescribir historias que son de todos.
¿Serviría de algo hablarles del valor de los símbolos, las tradiciones y la mitología de las religiones, de mensajes cifrados en imágenes y dirigidos a un entendimiento más profundo que el de la razón?

¿O debía salir del paso con un más sencillo porque es así, durante todo el año son las gallinas las que ponen los huevos, en Pascua, es el conejo, y no preguntes más?

Las ganas de creer finalmente pudieron más. Sin que yo le diera una respuesta, mi hija resolvió la cuestión con una pregunta que daba por zanjado el asunto: "¿Pero si nos vamos en Semana Santa, adónde va a dejar los huevos el conejo?"

Podía respirar otra vez. Quizá pueda respirar por un año más, hasta que nuevas dudas despierten nuevas preguntas. Tarde o temprano sabrá que la verdad objetiva y la verdad de los símbolos son cosas distintas. Y que aprender a distinguir una de otra no supone perder la voluntad de creer.