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La megasemana de la megapresidenta

Siempre pasa lo mismo: cuando todo parece tambalearse, irrumpe la señora y pone las cosas en su lugar.

Extraído de La Nación

Por Carlos M. Reymundo Roberts

Siempre pasa lo mismo: cuando todo parece tambalearse, irrumpe la señora y pone las cosas en su lugar. Bastaron la cadena del martes, el discurso ante los empresarios en Tecnópolis el miércoles y un par de buenas ideas para que se enderezara una semana que venía difícil. Bien explicado por Cristina, el país no tiene pobres ni villas, el default es un estado de gracia y el dólar es una moneda en desuso que ya no le interesa a nadie. Ni siquiera -me animo a decir- a coleccionistas como su hijo Máximo o Lázaro Báez .

La cadena desde la Casa Rosada fue una pieza magistral, no sólo por la claridad de conceptos y la excelsa oratoria, sino por la amplitud temática. En poco más de media hora desfilaron el plan Procrear, la producción de tractores y cosechadoras, el precio de la soja, la calidad del agua, la moratoria previsional, los buitres, las finanzas internacionales, la oposición, los medios y el nuevo polo audiovisual. También tenía pensado referirse al gran debate de estos días, sobre si los monos son o no son personas, pero no le dio el tiempo, y odia extenderse. Una picardía. Otra picardía: la medición del rating mostró que, cuando empezó a hablar la Presidenta, cerca de un millón y medio de personas se pasaron al cable, que así llegó casi a duplicar a todos los canales abiertos juntos. Saben qué, opositores recalcitrantes: ¡se lo perdieron!

Se perdieron, sobre todo, el megaanuncio del megapolo audiovisual en el megapredio de la isla Demarchi, que convertirá el Central Park en una ridícula placita. Los descreídos de siempre hablan de un megabluf. Ya lo dicen las Escrituras: a los escépticos los vomitará Dios. Y si no lo dicen, deberían. Porque no se puede no creerle a la señora. Si es ella la que muestra las filminas (¡qué linda palabra rescataste, Cris!) del proyecto, me parece estar viendo el edificio ya construido. Lo veo incluso lleno de gente. Con chicos de La Cámpora en todos los pasillos. Con su hotel cinco estrellas manejado por la cadena hotelera de la familia presidencial. Veo despachos de Fariña y Elaskar. Veo un amplio sector convertido en penthouse de Boudou (y no pienso contarles lo que estoy viendo). Veo a productores de cine produciendo buenas películas sobre el legado de Néstor y Cristina. A Florencia Kirchner dando los últimos retoques a su ópera prima, una película testimonial, de autor, sobre las condiciones extremas de vida en Nueva York y París.

En un reluciente estudio de grabación veo a Fito Páez, feliz de poder cantarle a la revolución desde el metro cuadrado más caro de Puerto Madero. En un estudio de radio, Víctor Hugo Morales sigue tratando de convencer a la gente de que está buenísimo vivir en las villas, especialmente en la 31, de Retiro, que no sólo está cerca del cine Gaumont, dice el converso, sino del Patio Bullrich. En un set de televisión, Barone conduce su programa 8,7,6..., que alude a la cuenta regresiva hasta que Cristina vuelva al poder.

Anunciar el polo audiovisual en la misma semana en que a LA NACION se le ocurrió publicar que 1,3 millones de chicos del conurbano son pobres y que la población de las villas de la Capital creció 156% fue una excelente idea. Es una forma de decirles a todas esas personas que no nos olvidamos de ellas: que allí, en esa torre que se elevará al cielo, pensamos hacer muchos programas y películas sobre la atroz herencia del neoliberalismo.

Otra gran idea fue plantearles a los gremios de Aerolíneas Argentinas que si siguen pidiendo 35% de aumento vamos a cerrarla. No nos dejaremos extorsionar. Como dijo Kicillof, cualquier empresa privada haría lo mismo. Si las cuentas no dan, se baja la cortina. Es lo que hizo la imprenta Donnelley. Bueno, debería pensar en otro ejemplo porque a esos gringos la Presidenta los acusó de terroristas. En realidad, que la Aerolíneas nacional y popular termine así sería un escándalo. No la convertimos en una agencia de contratación de chicos de La Cámpora para después clausurarla por un aumento de sueldos. Dónde vamos a reubicar a esos cientos de "pibes para la liberación" que hoy son altos ejecutivos y que recién están empezando a entender qué es un avión. Cómo vamos a vender que a una conducción que viene haciendo un culto del déficit ahora le agarró un ataque de racionalidad. Pensándolo bien, no sé si es tan brillante la idea de cerrarla. Voy a pedirle a Recalde que haga un esfuerzo. Que se estire un poco más. Verlos a él y a Kichi convertidos en capitalistas desalmados no es una buena imagen. Cuánto va a faltar para que los gremios, pícaros, borren el cóndor del logo de Aerolíneas y lo reemplacen con un buitre.

Otro momento culminante fue el discurso en Tecnópolis por el Día de la Industria, en el que Cristina sopapeó a los industriales. Los invitó en su aniversario para pegarles. Una grande. A los fabricantes de autos les dio una lección sobre cómo se deben vender autos. En realidad, lo que hizo fue advertirles que no se hicieran los tontos. Que sabe muy bien que están haciendo lo imposible por no vender. Y lo sabe, entre otras cosas, porque se lo dije yo. Le conté que fui a una concesionaria de Pilar a comprarme un Mercho de 400.000 dólares y en la puerta me topé con un cartel que decía: "Sólo se permite llevar uno por familia".