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La madre es siempre una gran incógnita

Por Osvaldo Quiroga*¿Qué sabemos de nuestra madre? ¿Qué pensaba y sentía antes de que nosotros, los hijos, viniéramos al mundo? 

La madre es una pregunta. De eso se trata Conversaciones con mamá , la obra de Santiago Carlos Oves que tiene en Pepe Soriano y Luis Brandoni a dos intérpretes excepcionales.

Soriano es la madre. Y por la sutileza de su composición, la ausencia de todo lugar común y el compromiso emotivo, lo suyo es un trabajo admirable. Los dos intérpretes logran conmovernos.
Brandoni es el hijo que ha perdido el trabajo y llega a la casa de su madre con el fin de convencerla de que el departamento en el que vive hay que venderlo. Para él no hay otra solución posible, dado que es su departamento y necesita el dinero.

Ese es el punto de partida de la obra que se presenta en el Multiteatro. Pero no es lo esencial. Lo que descubre el hijo de su madre va mucho más allá. En una larga conversación el hijo aprende que su madre, a los 83 años, es una mujer capaz de sostener sus deseos. Aprende, también, que el límite de todas las cosas es la muerte, y que lo que no se dijo en vida quedará suspendido en algún lugar del psiquismo y desde allí seguirá actuando sobre cada uno de nosotros. Frente a los muertos sólo hay monólogos sin respuesta.

Una de las escenas más conmovedoras de la historia del teatro es aquella en la que el rey Lear encuentra a su hija Cordelia muerta y le dice: "Tú eres un espíritu, lo sé, ¿dónde moriste?". En la frase Lear acepta y rechaza la idea de la muerte al mismo tiempo. Así obran los hijos con sus progenitores cuando los han perdido para siempre. Admiten que han muerto pero los mantienen vivos a través de diferentes ritos íntimos. La madre no es la mujer. Para el hijo la madre es un objeto idealizado, alguien cuya función privilegiada es cuidarlo. La mujer, en cambio, es un enigma.

En Conversaciones con mamá el hijo se encuentra con que su madre no ha renunciado al amor y que en la mayoría de las cosas mantiene una posición más vital que él. Incluso en la inevitable ceremonia de la despedida, cuando la madre ya se ha convertido en un espectro, hay ciertos gestos en el rostro del hijo que ponen al descubierto que esa presencia invisible puede incluso cambiar el rumbo de la vida del hijo.

La lograda puesta en escena de Santiago Doria se apoya en el juego interpretativo de estos dos grandes actores: Soriano y Brandoni. Gracias a ellos, en la mente del espectador se tejen otras redes. Son esas redes de las que sólo la ficción puede dar cuenta las que permiten que, una vez terminada la función, uno se pregunte por la propia madre.

El texto de Oves emociona porque genera algunas preguntas ineludibles: ¿quién era realmente nuestra madre? ¿De qué manera hoy vive en nosotros? ¿Qué es de ella y qué es nuestro? ¿Alguna vez la vimos de verdad?

En la soledad de la ausencia, cada uno construye lo que puede con las huellas que quedaron de ese primer amor que fue el del hijo con la madre. Y de ese encuentro o desencuentro todos los seres humanos saben algo. En el momento más inesperado, como un relámpago en el cielo, algo nos dice que la madre aún no se ha ido. Hay un diálogo imaginario que sigue abierto. Acaso saber algo de la mujer que fue nuestra madre sea el principio de un nuevo comienzo. Y los comienzos, vale la pena recordarlo, están siempre cerca de la esperanza.