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La historia como síntesis nacional

Por Rosendo Fraga* El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego toma como nombre el de una figura histórica que, casualmente, no fue rescatado por el llamado revisionismo, sino que integró desde el comienzo el grupo de próceres de lo que algunos denominan historia oficial.

Ya en 1857, el mismo Bartolomé Mitre, en el prólogo que escribe para la obra Galería de celebridades argentinas. Biografías de los próceres más notables del Río de la Plata , sostiene que debe incluirse a Saavedra, Güemes y Dorrego, lo que finalmente no se concreta y deja la obra inconclusa. Es así como el primer paso en su consagración como prócer en la llamada historia oficial lo da precisamente Mitre, cuya visión en principio sería la cuestionada desde el nuevo instituto.

Es más, la primera investigación histórica sobre Dorrego la realiza Mitre en 1841, cuando tenía sólo veinte años. Escribe el apunte de una protobiografía en la cual reconoce su dimensión política y en la que considera su pragmatismo frente a las teorizaciones de Rivadavia.

Güemes y Dorrego, por su participación activa militar en la Guerra de la Independencia, fueron -a diferencia de Juan Manuel de Rosas- incorporados desde el inicio al relato histórico fundante de la Argentina.

Las estatuas formaron una parte relevante en la consagración de los próceres desde el período de la Organización Nacional posterior a la batalla de Caseros.

La estatua ecuestre de Dorrego, hoy ubicada en la esquina de Viamonte y Suipacha, tiene su primer antecedente en 1885. Ese año, la Cámara de Diputados aprueba un proyecto que dispone la creación de monumentos en homenaje a Bernardino Rivadavia y Mariano Moreno y, a pedido del diputado Federico de la Barra, se incluye también a Manuel Dorrego. Este proyecto después quedó en el olvido en el Senado, pero es interesante cómo los monumentos de Rivadavia y Dorrego, los dos antagonistas de la política bonaerense en los años veinte del siglo XIX, aparecen en un mismo proyecto conmemorativo.

En agosto de 1904, hacia el final de la segunda presidencia de Roca, se presenta un nuevo proyecto para un monumento a Dorrego, que finalmente es sancionado en 1905 como ley 4666. Se encarga al escultor Rogelio Yrurtia y es inaugurado en 1923. La estatua ecuestre representaba esa simbiosis de liderazgo político y militar que caracterizó gran parte del siglo XIX y de la cual Dorrego fue un exponente.

La estatua de Dorrego se inaugura en Buenos Aires casi cuarenta años antes que la de Urquiza, cinco décadas antes que la de Güemes y setenta años antes que la de Rosas.
En la interpretación de la historia inicial -pienso que es un termino más apropiado que oficial- hay una clara condena al fusilamiento de Dorrego ordenado por Lavalle, a quien se critica por esta decisión, y, en general, se presenta a la utilización política que hace Rosas de su memoria a partir del primer aniversario de su ejecución como una manipulación del sentido federal, democrático y no autoritario de Dorrego.

Eso no entra necesariamente en contradicción con visiones contemporáneas que ponen el énfasis en Dorrego como un precursor del populismo, reflejadas en el libro de Nicolás Brienza El l oco Dorrego o en la obra teatral escrita por Pacho O'Donnell, que lo tiene como personaje central en un diálogo imaginario con un diplomático británico.

En mi opinión, lo importante por destacar es que Dorrego es el prócer en el cual coinciden tanto la historia inicial, que cuestiona a Rosas, como el revisionismo, que critica a Sarmiento, y Mitre es el primero que dio un paso en esta dirección.

El nuevo instituto bien podría tomar a Dorrego como el punto de convergencia de las diferentes corrientes históricas, porque desde esta perspectiva lo es.

Pero se corre el riesgo de usar esta figura como el punto de controversia y división en cuanto a la interpretación de la historia argentina, en la medida en que el nuevo instituto derive en una acción que termine transformando a la historia en un campo de batalla de la política.

Una cosa es tener una interpretación de la historia como articuladora de una determinada acción política y otra es transformar esta disciplina en un instrumento de la lucha política.

Plantear la historia en términos de bueno o malo, blanco o negro, además de desvirtuar lo que la historia es como ciencia y eventualmente enseñanza a través de la experiencia, alimenta la intolerancia política.

Cuando a comienzos de los años 60 grupos juveniles nacionalistas de corte antisemita, tomando el nombre de Tacuara, se presentaron como la continuación de las montoneras, esto derivó en situaciones de violencia de diverso tipo, que están en el origen de la que vivió el país en los años 70, cuando a su vez el nombre de Montoneros fue utilizado por la organización guerrillera más importante que actuó en esos años.

La historia puede ser utilizada para unir, como se pretendió con la consagración de San Martín y Belgrano como los padres de la patria en la historia inicial. Pero también puede ser utilizada para generar intolerancia política en el presente, como está sucediendo en algunos casos.

La realidad es siempre más matizada y menos extremista. Alberdi es un prócer fundamental del liberalismo argentino y, a diferencia de Mitre y Sarmiento, tenía una visión crítica de San Martín. Ya a fines del siglo XIX, personalidades del liberalismo conservador como Ramón Cárcano dan una visión sociológica de Quiroga menos condenatoria y más explicativa que la de Sarmiento en suFacundo .

Uno de los mayores aportes que realizó el gran historiador Félix Luna fue dar una visión equilibrada y tolerante del pasado, con biografías de Yrigoyen, Alvear y más tarde Ortiz. Además, reivindicó a los caudillos, siguió dando una visión equilibrada del peronismo -pese a que él era radical y había estado preso durante el primer peronismo- y escribió la mejor obra de divulgación sobre el general Roca, entre otros libros. Luna dejó un gran legado que no deberían desechar quienes integran el flamante Instituto Nacional de Revisionismo Histórico: la interpretación de la historia como síntesis nacional y no como antítesis.