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La eterna fantasía del poder absoluto

*Por Carlos Pagni. El discurso oficial ya no habla de enemigos ni de denuncias ni de conspiraciones. Al contrario, como se explicó en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, "los que ayer daban rabia ahora dan risa".

Los funcionarios más trajinados son retirados del primer plano y reemplazados por otros, un elenco juvenil de cuadros técnicos. Cualquier exceso verbal, como la exaltación de la reelección indefinida, es reprendido de inmediato. Cristina Kirchner ensaya sobre la superficie de su gobierno un lifting que pretende devolverle al kirchnerismo un aspecto virginal. Sin embargo, por debajo de esa operación se profundiza un giro autoritario cuya voz de orden es el avance sobre los medios de comunicación independientes.

La ausencia de Néstor Kirchner se advierte también en este cambio de estrategia. Lo que en él era impulso, tiende a convertirse en sistema; lo que era sinceridad brutal, en cinismo. Desde que la Presidenta se encuentra en ejercicio pleno de sus atribuciones, la presión oficial se ha tercerizado. Ayer no fueron los muchachos de Guillermo Moreno, "expertos en hacer saltar los ojos o quebrar columnas", ni los camioneros de Hugo Moyano los que impidieron que La Nación y Clarín llegaran a los lectores. La tarea fue delegada a una ignota Federación Gráfica Bonaerense, organizadora de un campamento nocturno que la agencia Télam consignó una hora antes de que, en verdad, se realizara. La policía, a cargo de Nilda Garré, miró para otro lado.

Tal vez la Presidenta se declare de nuevo inocente respecto de lo que sucede en la periferia del poder. Es lo que hizo cuando Horacio González, designado por ella en la dirección de la Biblioteca Nacional, pidió la censura para Mario Vargas Llosa. O cuando Diana Conti la postuló para un gobierno eterno. Sin embargo, el bloqueo sobre los diarios se inscribe en una política orgánica de la que el oficialismo da pruebas incesantes.

Dos días antes de esta intervención sobre la distribución de periódicos, quien ejerce la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual -ex Comfer- participó en el Luna Park del acto de fundación del partido de Luis D'Elía. Al lado de Mariotto, estaba el representante del gobierno de Irán, al que la Argentina ha denunciado por el ataque terrorista contra la AMIA. Cristina Kirchner se hizo presente a través de un video en que les dio la bienvenida al "movimiento nacional y popular".

Quienes recorrieron la Avenida de Mayo la semana pasada, se habrán encontrado con la cartelería que, desde otro rincón del oficialismo, se mandó pegar para vituperar a periodistas que suelen ejercer posiciones críticas: Mirtha Legrand, Mariano Grondona, Ernestina Herrera de Noble, Joaquín Morales Solá, Magdalena Ruiz Guiñazú y Samuel Gelblung ("Chiche"). El cargo es el de siempre: haber ejercido la profesión durante el gobierno militar. Es decir, mientras los doctores Kirchner ejecutaban hipotecas.

Días antes, enardecido porque se investigaran sus presuntas vinculaciones con la empresa Covelia S.A., Moyano declaró un paro contra el Gobierno, acompañado del copamiento de los diarios que publiquen noticias inconvenientes para él y su familia. Cristina Kirchner, en emergencia, negoció a través de Julio De Vido una tregua. Pero ninguna voz oficial fue capaz de condenar la amenaza sobre la prensa. Al contrario, el ardid para salir del conflicto fue culpar a Clarín por involucrar a Moyano con las pesquisas de los suizos. Por supuesto, el sindicalista y su familia están mencionados en el exhorto.

* * *
Hace poco más de dos semanas, embriagada por su triunfo catamarqueño, la gobernadora electa Lucía Corpacci, parienta al mismo tiempo de los Kirchner y los Saadi, declaró que el crimen de María Soledad había sido una patraña de los diarios.

Nada que deba sorprender. Este mes se inició con un discurso presidencial ante el Congreso en el que el único blanco explícito de ataque fueron los periodistas. No pasa un día sin que la obsesión oficial por limitar la circulación de los mensajes vuelva a mostrar la hilacha. Más que una compulsión ciega, esa conducta es, acaso, el eje principal de la estrategia de poder de Cristina Kirchner. El avance sobre la prensa es tan relevante para el oficialismo que se ha convertido en un criterio de la campaña electoral. No en vano, los candidatos que hoy despuntan con mayor vigor para integrar como vices las fórmulas decisivas del Gobierno son Juan Manuel Abal Medina y Gabriel Mariotto. Abal, secretario de Medios, es el aspirante con mejores chances para secundar a la Presidenta. Mariotto es el funcionario que evalúan en Olivos para acompañar y controlar a Daniel Scioli. La señal es clara: en el cursus honorum kirchnerista, se avanza según los servicios prestados en la guerra contra los medios o, mejor dicho, en la "batalla cultural".

Abal y Mariotto ocupan funciones clave. Entre ambos, además, existe buena sintonía. Hasta circula una versión según la cual estos dos funcionarios están detrás de Matías Garfunkel en la compra del 50% del holding paraoficial de medios de Sergio Spolsky. Podría sonar a disparate si no fuera porque esa información emana del núcleo del Gobierno.

La fantasía de que, controlando los flujos de información, se controla a la sociedad, está en el corazón de la izquierda autoritaria. En el kirchnerismo esa concepción llega a extremos de pensamiento mágico. Los funcionarios suponen que, suprimiendo los datos, se suprime el fenómeno al que esos datos remiten. Es lo que sucede con el Indec y la inflación. El Gobierno que bloquea la salida de los diarios es el mismo que persigue a los economistas que publican estadísticas distintas de las oficiales. Quienes hayan advertido que la larga dictadura de Hosni Mubarak, sostenida por todas las potencias de Occidente, no pudo resistir una oleada de mensajes de texto, advertirá que la fantasía oficial no sólo es perversa, sino también ridícula.

El kirchnerismo tiene una fecundidad simbólica inigualable, sobre todo para exhibir contradicciones. Sus tentáculos se lanzan sobre los diarios con el mismo fervor con que, en Plaza de Mayo, otra parte de la feligresía oficial -o tal vez la misma-- repudia el último gobierno de facto. Esa liturgia se perfeccionará mañana, con la llegada de Hugo Chávez para celebrar, junto con Cristina Kirchner, la democracia bolivariana. Una democracia escuálida, amenazada, carente de contextura política, en la que la prensa constituye una de las pocas limitaciones con que tropieza la fantasía del poder absoluto.